El 11-M recuerda por su móvil principal al 23-F. También pretendía un “golpe de timón” para despejar de obstáculos la evolución natural de juancarlismo. Ahora se trataba de poner fin al estropicio que la política del fatuo Aznar, en su segunda legislatura, suponía tanto para la hoja de ruta confederal del régimen, como para su alineamiento con el eje franco-alemán.
Pero ahora no procedía un golpe militar, sino un atentado islámico. Por sus formas, debía imitar al 11-S: ocasionar una masacre de tres cifras que crease enorme “conmoción y espanto” en una sociedad habituada a décadas de terrorismo etarra, y remitiese el subconsciente colectivo al terror yihadista. Y que, de paso, conectara con la identificación neocon del terrorismo islámico como enemigo principal de la humanidad. Sin duda, en lo inmediato, se abría una contradicción entre las finalidades domésticas del golpe y su repercusión internacional: las primeras exigían, por necesidades de demagogia electoral, la retirada de las tropas de Iraq. Pero esa contradicción fue rápidamente solventada tras las elecciones con el envío de tropas a Afganistán.
La línea política del PSOE –principal beneficiario del golpe– presentaba el atentado como una represalia de “Al Qaeda” por el apoyo de España a la guerra de Iraq y proponía la retirada de nuestras tropas para prevenir nuevas masacres. Esta línea permitía aglutinar una base de apoyo más amplia que cualquiera de las alternativas que pudiese plantear Aznar. No sólo contaba con el conjunto de fuerzas de la izquierda, que celebraron el atentado como “fuego amigo” que ayudaba a derribar al PP. Contaba además con un vuelco de grandes masas en apoyo al PSOE para que se rindiera a “Ben Laden”. Una lúcida anticipación de comportamientos ignominiosos de sectores de la población española, moldeados a lo largo de décadas de manejo del terror etarra en aras del desistimiento del país ante la desintegración nacional.
El plan estratégico era que Rajoy perdiera las elecciones el 14 de marzo. Pero si, con todo, aun conseguía ganarlas, se habría excavado una trinchera de agitación social tan intensa que impediría al PP constituir gobierno. Esta segunda eventualidad fue sorteada por los golpistas mediante un expediente táctico genial: consiguieron que fuese el propio Aznar quien sembrase la mentira islamista. Ciertamente, Aznar mantuvo a la vez, hasta el final, la hipótesis etarra para consumo de su electorado más fiel. Pero esto permitió al PSOE acusarlo de mentir. Es difícil mayor simplicidad y economía de medios en una estrategia que no podía fracasar. De haberse emperrado Aznar en la autoría etarra y haber ganado el PP las elecciones, Rajoy hubiera sido barrido a continuación por un aluvión de “pruebas islamistas” y acusaciones de utilizar falazmente en su favor el terrorismo de ETA.
Aznar mintió al señalar sin prueba alguna a ETA como autora del atentado. Tanto más cuando, apenas acallado el eco de las explosiones, ya sabía de dónde venían los tiros; era consciente de que debía rendirse al ultimátum de los golpistas –ha sido Al Qaeda ¡y vale ya!– y preparar el traspaso de los trastos a Zapatero. Decisión de Aznar: seguir propagando la mentira de la autoría etarra mientras, ya en la misma mañana del mismo día 11, policías a las órdenes de los mandos de su gobierno introducían las primeras “pruebas” del atentado islamista en la furgoneta Kangoo. Y como ya se había instalado la tesis de que la utilización de Titadyne señalaría a ETA y la de Goma2-Eco a los islamistas, falacia cuyo origen es situado por Consuelo Álvarez de Toledo en fuentes del CNI, en la Kangoo apareció un resto de cartucho de Goma2-Eco. Y tras informar de este “hallazgo” a los representantes de los partidos, Aznar declaraba abiertas “las dos líneas de investigación”. Eran las 20:30h del día 11. A las 22h, la cadena SER entraba en campaña anunciando la existencia de terroristas suicidas en los trenes, “noticia” que ya Rodríguez Zapatero venía difundiendo entre directores de medios de comunicación. En la madrugada del 11 al 12, aparece la mochila de Vallecas, con su Goma2-Eco y su móvil que, como se ha dicho, permitirá a la policía de Aznar identificar en un tiempo récord a los “autores materiales del 11-M”. Esa eficacia consistió, en realidad, en fabular diversas “tramas” tirando de algunos sumarios de Garzón y de ficheros de confidentes, hampones marroquíes totalmente controlados e islamistas de barriada. El día 13, Jesús de la Morena , un comisario policial de Aznar, detendrá a Jamal Zougam. Y en abril, Díaz Pintado, otro alto mando policial del gobierno en funciones de José María Aznar dirigirá el intento de cierre del asunto con los suicidados de Leganés.
Así, la rendición de Aznar fue fulminante. ¿Cuáles fueron sus razones? Ante, todo, las mismas que llevaron a Suárez, en 1981, a presentar la dimisión. Las mismas que condujeron a Aznar, en 1996, a tragarse a Serra como ministro de Defensa, a permitir la impunidad del señor X de los GAL y a olvidarse de la desclasificación de los papeles del CESID. Las mismas por las que Aznar, en 2000, tuvo que admitir a Dezcallar como jefe del CNI. En suma, la “obediencia debida” a la Autoridad Competente. A lo que puede sumarse el intento de salvar al PP de un naufragio total, que se hubiese producido en el caso de ganar Rajoy las elecciones con la hipótesis etarra.
Algunos, convencidos de que el atentado no fue obra de ETA ni del terrorismo islámico, apuntan a “las cloacas”. Si esta expresión es un eufemismo para designar a los servicios secretos del régimen, debe admitirse que abre una esclarecedora vía de investigación. En efecto, la dirección ejecutiva general, o “gerencia”, de un golpe como el del 11-M sólo puede corresponder a una estructura con presencia en la totalidad de las fuerzas y cuerpos de seguridad, en todos los partidos y movimientos, legales o ilegales, con posibilidad de ejercer influencia determinante en los medios de comunicación y en instituciones como las judiciales y con capacidad de interrelación con estructuras similares de otros países. Solamente los servicios secretos reúnen este conjunto de capacidades, entre otras.
A todo esto cabe añadir que, en el caso del 11-M, un reducido núcleo del aparato del PSOE, tenía que estar forzosamente sobre aviso, para hacer posible la canalización política-mediática del golpe. No es posible que se improvisase la rápida y estrecha concertación que se produjo entre “diversas fuentes de la lucha anti-terrorista”, los medios de comunicación de PRISA, altos personajes del antiguo GAL y dirigentes del PSOE en una oleada de agitación in crescendo, acusando al gobierno de Aznar de mentir y arrojando a sus pies casi doscientos muertos por su postura en la guerra de Iraq.
Ahora bien, no puede haber esclarecimiento de las cuestiones, sino oscurecimiento y confusión, si se pasa a describir a “las cloacas” como un poder que se extiende transversalmente de forma autónoma, como un “Estado dentro del Estado”; si se habla incluso de “cloacocracia”. Quien esto escribe entiende que nada importante hacen “las cloacas”, más allá del funcionamiento regular de los servicios, sin órdenes políticas.
Carl Schmitt afirmaba, criticando el formalismo metafísico de la teoría liberal del “Estado de Derecho”, que «soberano es quien decide el Estado de Excepción». En Expaña, soberano es quien impone a los jefes de los servicios secretos, y ostenta en todo momento su dirección superior. Todo ello plantea el interrogante sobre la relación que pueda haber existido entre el 11-M, a los efectos de su alto impulso o superior autorización, con aquella elevada institución que, según demuestra el coronel Martínez Inglés en un libro reciente, ha instigado o consentido todos los grandes acontecimientos de este país en las últimas décadas.
Señor Aznar: recordamos su afirmación según la cual el 11-M no se diseñó «ni en montañas ni en desiertos lejanos». Por favor, deje por un momento de hacer abdominales y responda: ¿fue en palacios cercanos?