Los líderes de los grandes aparatos sindicales del régimen monárquico, Méndez y Fernández Toxo, afirmaban en vísperas de la jornada del 14-N que «antes de llegar a la situación de Grecia y Portugal, merece la pena hacer huelga». Pero en realidad, desde hace tiempo, el juancarlismo nos ha llevado a una catástrofe de dimensiones muy superiores a la de estos países e, incluso, aunque no haya desembarcado la troika y los “hombres de negro” estamos intervenidos de hecho, como colonia de Eurolandia. Las políticas de ajuste practicadas por los gobiernos de la monarquía son las propias de un estado rescatado.
Sin duda, la forma más segura permanecer sometidos al yugo del Euro-Reich es seguir amarrados a los métodos de lucha postulados por los “sindicatos de clase”. Precisamente, en Grecia, tras seis huelgas generales en lo que va de año, la última de 48 horas, el parlamento heleno aprobaba los presupuestos con un recorte de 9.500 millones de euros conforme al dictado de Berlín, en contrapartida a la liberación de un paquete de ayudas. En España ocurría algo similar: en el Congreso de los Diputados se tramitaba, con la bendición de los eurócratas de Bruselas, los restrictivos presupuestos para 2013 consagrados a la contención del déficit y al expolio de los españoles.
El 14-N se celebró a escala europea, como una jornada paneuropea de concentraciones, movilizaciones, manifestaciones y huelgas convocadas por la Confederación de Sindicatos Europea (CES) en protesta por las políticas de austeridad fiscal promovidas por la Unión Europea. El impacto del evento ha sido similar a la celebración programada del día europeo sin coche, de la música, las lenguas... No ha habido rectificación ni viraje digno de mención de ningún gobierno como consecuencia de la acción de los aparatos sindicales y su matraca socialdemócrata de remedos keynesianos en pos de las políticas de crecimiento e inversión, recetario nostálgico de una arcadia que no retornará en una Europa bajo la hegemonía del imperialismo alemán, con 25 millones de parados de los cuales, una quinta parte son españoles. Esto sin contar a los millones de subempleados a tiempo parcial que hay en el continente, forma encubierta y postmoderna del “ejército industrial de reserva”.
Se constata que en España el seguimiento de la convocatoria de la huelga ha sido un nuevo fracaso del sindicalismo oficial. Y aunque los bonzos de UGT y CCOO hayan querido mostrar como un éxito el colofón de las marchas en la capital, «un acicate para próximas movilizaciones», la guerra de cifras no sirve absolutamente de nada como defensa contra la guerra social desatada por el régimen juancarlista contra el pueblo español.
Durante el último lustro los sindicatos verticales del juancarlismo han permanecido impasibles, como les corresponde como órganos de un estado al servicio del gran capital, ante los despidos masivos y los ERE que han convertido al reinito de EXpaña en el país de la OCDE que encabeza el ranking de paro. Sobraban entonces «14 razones» y sobran ahora otras tantas, no para una tercera huelga general, sino para un levantamiento popular. Pero su función esencial no es otra que la de contener las oleadas de protestas en los cauces de su liturgia obrerista trasnochada: marchas, pasacalles, el 1º de mayo y alguna huelga general de 24 horas para que no se diga. Y si se produce alguna explosión descontrolada, la desactivación en las asambleas a través de sus delegados. La pérdida de credibilidad en su ámbito y la mengua de sus clientelas con la vorágine de la crisis, amén de la posibilidad de que irrumpan movimientos que desborden los circuitos preestablecidos de movilización y participación del régimen les ha llevado, a marchas forzadas, a intentar erigirse en los voceros del descontento general frente a los recortes y la sistemática laminación de derechos sociales tratando de concitar el apoyo transversal de sectores de españoles a los que siempre han dejado de lado: parados, pensionistas, autónomos y pequeños empresarios. Tienen que demostrar que aún son útiles para el capitalismo y los reajustes que demanda la crisis, en medio de las transformaciones que imponen el desguace del armazón, el Estado de Bienestar, que ha justificado hasta la fecha su existencia subvencionada. Pero tampoco albergamos nuestras esperanzas en un pretendido “sindicalismo alternativo”, cuya virtualidad es presentarse como “bloque crítico” en todos los tinglados de CCOO y UGT. ¿Esperamos a que nos vuelvan a convocar a otra huelga general?
Es en el Congreso donde se aprueba los presupuestos, los recortes y las reformas. Es desde esta casamata del capitalismo desde donde se dispara y dirige el fuego contra los trabajadores españoles. La lucha se debe llevar al margen de las acciones pilotadas por los aparatos sindicales del juancarlismo y sus huelgas, marchas y peticiones de referendos destinadas a desmovilizar y desorganizar cualquier conato de resistencia serio. Y si hablamos claro, esta es una lucha a muerte, sin cuartel que no pasa por un cambio de composición de la mayoría parlamentaria de turno a través de los procesos electorales. Es la vía de la acción directa de masas encaminada al derrocamiento del régimen oligárquico, antinacional, antidemocrático y antisocial de la monarquía borbónica, sus partidos y sindicatos cuya culminación es la instauración de una República española, democrática y socialista.
De Atenas a Lisboa, de Roma a Madrid, se impone un combate de liberación contra los gobiernos colaboracionistas del Euro-Reich y los grandes aparatos sindicales que ofician de gendarmes de los trabajadores, condenados a la pauperización y al retroceso en sus conquistas y condiciones de vida. Alumbrar una Europa socialista antagónica de la actual UE que imponga un nuevo sentido del trabajo y la técnica ya no es una cuestión de preferencias, sino de supervivencia.