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La huelga general de CCOO y UGT: así, tampoco
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A modo de recordatorio

Los sindicatos nacieron en el siglo XIX como instrumentos de mejora de las condiciones de arrendamiento del trabajo asalariado. Promovieron, efectivamente, esa mejora. A la vez, introdujeron cauces de racionalización de los conflictos sociales propios del orden capitalista. No han sido nunca, no son, ni pueden llegar a ser organismos útiles para el derrocamiento de dicho orden.

Además, en la era imperialista, y sobre todo después de la segunda guerra mundial, tiene lugar la inserción cada vez más profunda de las grandes organizaciones sindicales en los marcos estatales “democráticos”. Asumen una función de “interlocutores” de un “diálogo social” destinado a lubricar la aplicación de las “políticas de rentas” del Capital. La actual crisis de éste, complica cada vez más las tareas de los bonzos sindicales.

Cuando la crisis alcance sus formas más agudas y si estallan amplias luchas radicales de los trabajadores, los grandes sindicatos volverán a ser, junto con los parlamentos, bastiones fundamentales de la contrarrevolución.

 

Los grandes sindicatos ante la presente crisis

En España, desde 2008, los grandes aparatos sindicales, ante todo UGT y CCOO, han oficiado del modo más descarado como órganos auxiliares del conjunto del régimen para subordinar a la población trabajadora a las exigencias del capitalismo en bancarrota. Han aplaudido los manguerazos de miles de millones de fondos públicos en ayudas a los banqueros. Han asistido impávidos al drama de millones de despidos, han aprobado centenares de EREs. Y estaban adormilados en las mesas del “diálogo social” cuando Zapatero les ha dicho que ahora las prioridades son otras. Luego, sin más, las ha impuesto a golpe de decreto-ley.

El régimen del gran capital, después de abducir a los sindicatos, les asigna nuevos papeles. El de organizadores de pasacalles en los que se desfoguen sectores de trabajadores descontentos y el de policía laboral para acabar con las eventuales “huelgas salvajes”.

Algunos opinan que esos sindicatos van a ser víctimas de su propia política, que pondrá en peligro su existencia. No compartimos esa opinión. Aunque les abandonase la mayoría de sus afiliados, el considerable aparato de CCOO y UGT subsistiría gracias a las diversas y jugosas subvenciones que les dispensa el régimen monárquico.

No obstante, no excluimos que una futura crisis de CCOO y UGT puede propiciar el desarrollo de un nuevo sindicalismo, basado en la independencia respecto del Estado –lo que exigiría la autofinanciación de los sindicatos– y la práctica de la democracia interna.

Entretanto, aparecen como promotores de luchas radicales pequeños sindicatos que, en realidad, son “minorías activas” altamente ideologizadas, de naturaleza más próxima a la de un partido político que a la de una organización sindical.

 

La huelga general del 29-S: objetivos

Los dirigentes de UGT y CCOO han decidido, finalmente, convocar una huelga general de un día para el 29 de septiembre, bajo el lema de «Así, NO».

Esa convocatoria diluye la huelga general en la “jornada europea” de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), cuya línea de fondo es el “reparto equitativo” de las cargas de la crisis.

CCOO  y UGT aceptan el marco monetarista liberal de Eurolandia. Están de acuerdo con «el cumplimiento de los objetivos de déficit del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea». Pero demandan que se realice «en plazos compatibles con la reactivación económica y la creación de empleo». Esta reactivación debe procurarse, según CCOO y UGT, «apostando por una mayor recaudación basada en la progresividad fiscal; a la vez que se combate con mayor determinación y medios el fraude fiscal que lastra nuestra economía». En definitiva, el mantra de siempre: más impuestos a los ricos.

En el mismo momento en que la Unión Europea aparece ante cientos de miles de trabajadores como la responsable última de todos los ataques y de todos los recortes sociales, CCOO  y UGT convocan una huelga general en su defensa, clamando por el retorno a su verdadera “política social”, que circunstancialmente habrían abandonado sus actuales dirigentes.

Paralelamente, CCOO y UGT  denuncian con indignación la «actuación irresponsable de las organizaciones empresariales, centradas exclusivamente en obtener réditos en el abaratamiento de las condiciones de trabajo y el debilitamiento de los trabajadores». Es decir, critican que las organizaciones empresariales se comporten como organizaciones empresariales. Tras lo cual, lamentan amargamente que el gobierno de Zapatero haya puesto el Estado, que por lo visto es neutro,  al servicio de esas organizaciones. Dicho esto, siguen apostando: «es necesario apostar por una Europa más social, en la que las negociaciones sociales dejen de estar sometidas a las fuerzas del mercado».  Acabáramos.  La del 29-S es una huelga para que el gobierno vuelva al “diálogo social”. Es decir, para que los sindicatos vuelvan a ser consultados sobre la mejor manera de amarrar a los trabajadores a los planes capitalistas.

 

La preparación de la huelga

Tras decidir a comienzos de junio la convocatoria de la huelga general, UGT y CCOO siguieron apoltronados en las conversaciones sobre la reforma laboral. Cuando se preparaba la huelga de empleados públicos del 8 de junio, sorprendió a muchos que quienes la convocaban siguiesen de palique con el gobierno cuando era evidente que éste iba a aplicar su reforma laboral, dictada por Bruselas, con acuerdo o sin acuerdo.

El 8 de junio, CCOO y UGT dejaron que los funcionarios se estrellaran en solitario. Con ocasión de la huelga de los trabajadores de Metro de Madrid, la dejaron aislada y presionaron para que fueran aceptados unos servicios “mínimos” abusivos que contribuyeron al fin de la movilización.  Luego se han ido de vacaciones mientras la reforma laboral se tramitaba como ley y los recortes de las pensiones se iban perfilando sin sobresaltos en la comisión parlamentaria del Pacto de Toledo.

A día de hoy, se constata que la huelga general del 29 de septiembre no es considerada una amenaza significativa por parte de ninguno de los promotores de los planes de ajuste neoliberal. Actúan como si no existiera, probablemente porque piensan que cuando exista tampoco será un obstáculo mayor.

 

A título de anécdotas

No hay novedades en cuanto al posicionamiento de la extrema izquierda de origen estalinista, trotskista o maoísta ante la huelga general de CCOO y UGT. Ciertamente, discrepan de algunos de sus enfoques. Pero prevalece su seguidismo respecto de los sindicatos del sistema, en los que siguen percibiendo una expresión de los intereses de los trabajadores, aunque sea de forma “reformista” y “apesebrada”.

En cambio, llama la atención que la CGT, con ocasión de una marcha a Bruselas en agosto, preparatoria de la huelga general del 29-S, haya declarado lo siguiente: «Vamos al corazón del poder de la Unión Europea y en el camino vamos a exigir a los grupos parlamentarios que frenen la Europa de los Mercados y potencien la Europa de l@s trabajador@s y l@s ciudadan@s». ¡Vaya con el anarcosindicalismo moderno! Ahora resulta que los grupos parlamentarios pueden ser potenciadores de una Europa del Trabajo.

Confiamos en que la población trabajadora española, más temprano que tarde, emprenda el camino de la acción. Pero ello no será nunca gracias a la huelga general de CCOO y UGT y las fuerzas políticas que los apoyan.