La opción de los sobres vacíos ha sido respaldada por más de 220.000 electores, un 1,41% del total. Este porcentaje supone un avance respecto a las mismas elecciones de hace cinco años –cuando alcanzó el 0,61%– y a las generales del año pasado –que fue del 1,12%–.
Durante la campaña hemos constatado un acusado desconocimiento del sentido del voto en blanco. Su significado, que lleva tan sólo unas pocas décadas de experiencia en Europa, es una impugnación del sistema de la partitocracia en su conjunto. En España se le añade el rechazo de la monarquía y de su Estado de las Autonomías.
La prueba de esta dinámica anti-sistema del voto en blanco es que su natural y corrosiva prolongación estratégica serían los escaños vacíos, es decir, la demolición de la institución parlamentaria. Naturalmente, el voto en blanco no es una panacea, siquiera es la acción definitiva frente a las elecciones del régimen. Por esto afirmamos rotundamente que la vía decisiva de progreso es la acción directa nacional-popular. En el impulso de dicha acción, el voto en blanco opera como una granada lanzada en medio del circo electoral.
Existe una leyenda urbana propagada por la sopa de siglas pequeñas y medianas según la cual el voto en blanco se suma a los grandes partidos. Es una falacia. Lo que ocurre es que al ser un voto válido, a diferencia del voto nulo, se suma al total de cada circunscripción y encarece el número de votos precisos para alcanzar escaños. Esto perjudica notablemente a toda la fauna de aspirantes a bisagras, partidos extravagantes y acémilas extremistas diversas que siguen profesando el “parlamentarismo revolucionario”. Esto no nos entristece. Por el contrario, consideramos como un efecto altamente benéfico el que tienda a estrechar el abanico de las fracciones que, con un pretexto u otro, apuntalan al régimen juancarlista.
El voto nulo no cabe duda de que puede proporcionar gratificación personal. Pero no es un voto válido: en muchos casos es una simple pataleta contra uno de los partidos del régimen.
También nos queremos diferenciar radicalmente de una parte del abstencionismo cuyos componentes son: a) mayoritariamente, el pasotismo del sol y playa y otra de gambas; b) un sector enemigo no sólo del liberalismo, sino de todo lo que huela a democracia y elecciones; y, c) el anarquismo y sus émulos del individualismo liberal, que esperan la caída del Estado como efecto del apoliticismo congénito de la “sociedad civil” burguesa reforzado por los consejos de una república de sabios. Sabemos, por último, de la existencia de otros abstencionistas, sanos, que expresan así su rechazo sincero al régimen antinacional del Borbón.