La proclamación como cabeza de lista para las próximas elecciones generales de Pedro Sánchez, líder del PSOE, con la bandera roja y amarilla con el escudo del régimen juancarfelipista como telón de fondo ha evidenciado, una vez más, las taras congénitas de la izquierda de «este país», ajena, cuando no hostil, a cualquier emoción nacional española.
El hecho de que un político comparezca arropado por símbolos nacionales en países de nuestro entorno, se sitúe a la izquierda o la derecha del espectro político convencional del sistema capitalista, no genera por sí controversia y debate. A diferencia de España, en la que su exhibición queda relegada a la oficialidad institucional y al evento deportivo, resultando estigmatizado su uso político.
Pero Sánchez no ha pretendido vindicar la bandera española en un alarde patriótico para estupor de sus propios correligionarios. Ante todo, ha adoptado una pose para cubrir un cálculo electoral con el que alcanzar a mayores franjas de votantes ocupando la “centralidad”, y endilgar con los colores nacionales su proyecto de disolución “federal” de España.
Las banderas de la izquierda
Para la izquierda la rojigualda, y hasta España misma como nación, al parecer, fueron inventadas por Franco. Predomina en todas la variantes de esta familia ideológica del capitalismo, incluido el PSOE, su concepción etnicista de la nación. Por ello reconocen las «nacionalidades históricas» como realidades preexistentes al «Estado español» que consideran un pesado artefacto heredado del pasado, opresor de los pueblos, y reverencian sus enseñas antiespañolas, como la ikurriña ideada por el racista clerical Arana, o sintonizan con el «derecho a decidir» que flamea junto a la estelada del rancio catalanismo burgués. Como bandera de acompañamiento de lo anterior, alguna izquierda de sentimientos amoratados avienta la efímera enseña tricolor del 14 de abril de 1931, ignara de una historia que durante más de 200 años ha hecho de la bicolor con monarquía y república, la primera, símbolo de los españoles.
PSOE, «E» de engaño
Hay algo más que una operación de imagen en la puesta en escena de Sánchez al estilo de barras y estrellas de candidato a presidente de EEUU. Si en este forzado gesto se ha querido adivinar una respuesta a las acusaciones por parte del PP de aparente radicalización del PSOE, marcada por la moderación de una opción de gobierno dirigida a la mayoría, portadora de un proyecto “nacional”, y la negación de cualquier escarceo pretendidamente rupturista bajo el influjo de Podemos, partido aliado al que se achaca un supuesto republicanismo, lo que realmente hay en liza es una guerra entre fracciones de la partitocracia borbónica por arrebatarse banderas en pos de rédito electoral.
Podemos inició las hostilidades tratando de disputar la exclusiva al PSOE e IU de los girones y retales del estandarte socialdemócrata, y al PP del patriotismo, banalizado últimamente por el gobierno de Rajoy en la «marca España». El PSOE ha contraatacado con esta performance tacticista y Ciudadanos, presto, ha entrado en la palestra afirmando que, a pesar de la banderita de Sánchez, son ellos los que están ahí «para defender el patriotismo constitucional».
En medio de la polémica generada tras el acto de Sánchez, en el PSOE se autoconvencen de la idoneidad de esta iniciativa de su secretario general y sacan pecho porque su partido, dicen, es el único que mantiene la «E» de español, reviviendo el mito del españolismo latente en sus huestes de Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha. Pero a estas alturas todo el mundo sabe que el PSOE ni es obrero ni socialista ni español. La tozuda realidad muestra su trayectoria promotora de la dislocación nacional a través del estado autonómico, contemporizando y pactando, una vez tras otra, con el nacionalismo periférico antiespañol, algo por lo que, precisamente, el PP no puede afearles habiendo sido ellos tan inclinados a lo mismo.
Como puntilla a esa ejecutoria, Sánchez no desaprovechó la ocasión para declarar, nuevamente, su machacona intención de dotar a España de lo que llaman «estado federal», la panacea asimétrica para resolver centrífugamente tensiones territoriales: reconocimiento constitucional de Cataluña, Vascongadas y Galicia como “naciones”, blindaje competencial definitivo para estas “nacionalidades históricas” de todo lo que se quiera derivar de sus “hechos diferenciales” en material de lengua, educación, justicia, fiscalidad, etc. En definitiva, ingeniería etnicista para deconstruir confederalmente lo que queda de Expaña en favor de los grandes poderes económicos y Eurolandia.
El pabellón de la seudo- España de 1978
El escudo rematado con la corona y las flores de lis borbónicas es la insignia que prendida a la bandera nacional como una garrapata auspicia la fractura jurídico-política de España, su sujeción económica al Euro-Reich y supeditación diplomático-militar a la OTAN, con la institución monárquica en la cúspide de un sistema oligárquico de partidos al servicio de las oligarquías y los oligopolios del gran capital. Representa, por tanto, el «patriotismo de los canallas» que identifica falazmente España con un régimen antinacional, antidemocrático y antisocial.
La enseña de la nueva España republicana, unitaria y socialista
El Partido Nacional Republicano siempre ha alzado la rojigualda, desprovista de cualquier escudo de regímenes pasados o vigentes. La bicolor es la enseña de la doble revolución, nacional-democrática y socialista, que preconizamos. Es la bandera de los españoles y lo será de la refundación de nuestra nación en la república unitaria, presidencialista y socialista.
Si para la partitocracia borbónica, incluidos los arribistas emergentes, invocar la patria y España en vísperas electorales bien vale un voto, para los nacional-republicanos significa el compromiso militante de nuestra trascendental tarea frente a la barbarie capitalista y sus pajes de la monarquía felipista.