Las recientes elecciones en la comunidad autónoma de Cataluña habían sido planteadas como un plebiscito por los partidos separatistas. Debido a esto, muchos españoles que no votan en este tipo de elecciones se han presentado en los colegios electorales disparando la participación. Como consecuencia, la coalición antiespañola de Mas no ha obtenido la mayoría absoluta que deseaba como legitimadora del proceso de independencia que pretenden continuar. Desde el bando constitucionalista se ha presentado el resultado como un fracaso del separatismo. Pero lo cierto es que en torno a la mitad de los nominalmente “ciudadanos españoles” que acudieron a los colegios electorales el pasado domingo son masas antiespañolas educadas en el odio a España que votaron por candidaturas declaradamente separatistas, lo que augura un futuro trágico para la Nación española.
La campaña electoral ha evidenciado que son los separatistas antiespañoles quienes han determinado el campo de confrontación. Su invención de una nación catalana se ha impuesto y su aceptación avanza inexorablemente entre los demás españoles. Lo «democrático» es una etiqueta utilizada para legitimar su posición política: lo «democrático» es aceptar que existe una nación catalana, lo «democrático» es aceptar su derecho a la autodeterminación.
Al contrario no existe una oposición. No hay una defensa de la Nación española: todas las fuerzas políticas y sociales han desertado de esa trinchera. El éxito de Ciutadans se ha basado en las consecuencias negativas en lo económico de la secesión, la amenaza de expulsión de la UE y la apelación a tender puentes de convivencia, de consenso, que nos alejen de la confrontación. El voto «españolista» es claudicante, el de un ser moribundo. Mientras los independentistas catalanes han sabido combinar la movilización social y nacionalista, las centristas (PP-PSOE-C´s) y las fracciones de izquierdas (PODEMOS-ICV) han tenido un punto de unión juntando sus filas en defensa del parlamentarismo como expresión perfecta de lo «democrático», siendo como es un probado instrumento antidemocrático del gran capital.
El hundimiento del PPC y del PSC ha puesto en valor la operación Ciutadans como la llave que permita «buscar un nuevo acomodo de la singularidad catalana» mediante la reforma constitucional. Los independentistas vascongados ya anuncian su incorporación al proceso de centrifugación que tendrá como objetivo la reforma de la constitución vigente, una vuelta de tuerca más del régimen del 78 en la senda de la destrucción del Estado español y la negación de la Nación española.
Quienes desde el «constitucionalismo» dicen defender la unidad España, son quienes bajo el pretexto de articular y vertebrar la misma de la mejor manera propugnan y alientan el proceso de reforma constitucional en clave confederal. Sánchez y su PSOE es el máximo exponente de esto y quien dentro del juancarfelipismo presenta la posición más avanzada, a cuyo rebufo marchan el PP y Ciutadans, los cuales se acabarán sumando al debate. Nunca antes, ni en un futuro inmediato, oiremos hablar tanto de la «unidad de España».
La pujanza y el respaldo social de los nacionalismos antiespañoles en regiones en las que hace ciento cincuenta años el orgullo de ser españoles era el único con carácter nacional, demuestra la naturaleza destructora del régimen de la segunda restauración borbónica. Tanto es así que el riesgo realmente existente no es el de una declaración unilateral de independencia del parlamento autonómico catalán sino la previsible reacción de ese mismo régimen, desprovisto de cualquier identificación nacional española y completamente ineficaz a la hora de aplicar los recursos legales que su constitución le otorga. Tan seguro de esa futura respuesta están los enemigos de España que son capaces de vender el acto de destrucción de España dentro de una lógica pacífica, de «desconexión» no traumática, en la que cabría, incluso, que no perdieran la nacionalidad española los nuevos ciudadanos de esa monstruosa nueva república catalana.
Ante esta situación, el Partido Nacional Republicano asegura que nada ha cambiado, que el proceso de destrucción de España continúa y que no existe ni la voluntad ni la capacidad de detenerlo por parte del régimen vigente por cuanto la identificación antinacional es consustancial al mismo y a su visión «plurinacional» y étnica de España, funcional a los intereses del gran capital y a la larga del Euro-Reich.
Así las cosas, nuestro partido entiende como más válida que nunca la doble tarea que a todos los patriotas españoles emplaza. Por una parte la construcción de una acción política de largo aliento que tenga como fin último el derrocamiento del régimen juancarfelipista como única medida para la supervivencia de España. Por la otra, la organización de los españoles residentes en Cataluña en comités cívicos contra el independentismo que vertebren la imprescindible resistencia que confronte de manera eficaz los pasos que las fuerzas antiespañolas seguirán dando en los próximos tiempos.Que identifiquen a todos esos votantes independentistas como enemigos jurados de nuestra existencia nacional, con quienes no cabe ninguna reconciliación ni posibilidad de recuperación. No son españoles extraviados sino adversarios a los que sólo cabe derrotar en el proceso de alumbramiento y constitución de la República unitaria. Para ellos sólo quedará la posibilidad del «derecho a decidir» entre emprender el camino de la frontera o la asunción de sucondición de extranjeros con estatus de residentes.