El discurso de D. Juan Carlos de Navidad ha sido básicamente el mismo de los últimos treinta años de su reinado. Un monumento de ambigüedad que ha gustado a todos, especialmente a los separatistas. Así, El Periódico de Cataluña interpretó lo del consenso como «unanimidad en torno al Estatut». Y Deia resaltaba que «el PNV espera que los valores que defiende el monarca español se hagan efectivos también en Euskadi».
Cierto es que el discurso aludió a “la gran nación española”. Pero en momento alguno se hizo referencia a la defensa de su unidad. Parece ser que al Rey no le preocupa mucho esta cuestión. Como al PSOE, lo que le preocupa es “la crispación”, “las tensiones” que al parecer genera todo aquel que cuestiona la política antiespañola del ejecutivo de Rodríguez. Lo que debe entonces prevalecer no es la defensa de la unidad nacional, sino «la moderación y el sosiego, mediante la búsqueda del más amplio consenso». Sólo le faltaba hablar de talante. Se nos dirá que el Rey insistió en el respeto a «las reglas, principios y valores de nuestra Constitución». Pero dijo eso en el mismo momento en que se opera el desmantelamiento de “la gran nación española” desde el propio armazón constitucional, del mismo modo en que el franquismo fue desmantelado desde sus propias leyes, que el Rey había jurado.
A la vez, mantuvo silencio sobre hechos esenciales del momento. Silencio sobre la libertad de expresión, pieza esencial de todo ordenamiento democrático, cuando se está preparando una ley mordaza en Cataluña –por mediación del CAC– y otra para toda España, la del CEMA. Silencio sobre que el día anterior al discurso el Consejo de Ministros había aprobado un anteproyecto de ley dividiendo la Justicia y su unitario Consejo General del Poder Judicial en 17 Consejos autonómicos, arrinconando de paso al Tribunal Supremo de todos los españoles y creando unos “jueces de proximidad” nombrados por los políticos autonómicos. Silencio sobre un proyecto autonómico que no sólo cuartea la unidad de España, sino que pretende el expolio de todos los españoles por la elite burguesa catalana.
Está cada vez más claro que el Rey dice esas cosas para marcar su propio territorio mientras sobrevuela el proceso de demolición de España, procurando que ese proceso no se radicalice y la afecte. Para ello nos convoca a que lo aceptemos mansamente, sin crispación, por favor. Intenta que la evaporación de España como proyecto nacional no afecte a la supervivencia de la Corona. Una España con regiones que se proclaman naciones, con diversos sistemas de financiación local, con servicios sociales distintos, con una administración de justicia fragmentada, con un sistema de enseñanza sometido a las lenguas vernáculas y sin una política cultural común. Una España así, obviamente, ya no sería una nación. Pero quizá podrá seguir habiendo una Corona encima, más o menos decorativa, mientras España desaparece como instancia de pertenencia política colectiva.
Con el reciente discurso de la Pascua Militar, el Rey ha vuelto demostrar que tiene bien aprendido el guión, incidiendo en lo mismo que en su alocución navideña. El Rey, a quien corresponde el mando supremo de las Fuerzas Armadas, ha olvidado que el colectivo a quien se dirigía en ésta ocasión, el castrense, tiene encomendado por el artículo 8º de la vigente Constitución, entre otras misiones, la de garantizar la soberanía, la defensa de la integridad territorial y ordenamiento constitucional de España. Recordar eso, es cosa de tenientes generales insubordinados, infractores de ordenanzas militares.
Ni “moderación” ni “sosiego”, “ni conciliación” ni “consenso”. No parar hasta arrumbar la monarquía y su Estado de las Autonomías. No parar hasta organizar a la Nación española como república unitaria, indivisible y presidencialista.