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Israel, una amenaza para el mundo
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La mayoría de europeos percibe a Israel como la mayor amenaza para la “paz mundial”. Así lo reflejó recientemente el Eurobarómetro, encuesta realizada periódicamente en la UE. A nadie se le escapa que, en buena medida, la invasión de Irak por los yanquis ha tenido una clara inspiración sionista. Los furibundos maquinadores de la agresión al país del Eufrates y el Tígris, los llamados “halcones” de la administración Bush, son militantes sionistas declarados, partidarios del “Gran Israel” bíblico y de su “seguridad”, esto es, de aniquilar cualquier régimen de Oriente Medio que cuestione o se resista a la política expansionista y agresiva de Israel, al aplastamiento de la resistencia palestina, o que reivindique la reintegración de sus territorios ocupados. Por este motivo, Siria e Irán están continuamente en el punto de mira de las amenazas yanqui-sionistas, azuzadas sobre la base de burdas acusaciones, de menos credibilidad si cabe que las que sirvieron para “legitimar” la tropelía en Iraq.

Se ha denunciado como absolutamente falaz la existencia en Iraq de fabulosos arsenales de destrucción masiva. Pero muchos de quienes comparten esa denuncia silencian que si alguien dispone de tales armas, es Israel. En la central nuclear de Dimona, en el desierto israelí del Neguev, se han fabricado durante décadas un número indeterminado de bombas atómicas. Toda una ejecutoria de agresiones  protagonizada por el estado hebreo hacia sus vecinos, junto a la posesión exclusiva de dichas armas en la zona, resulta cuanto menos inquietante.

Se nos dice que Israel es «la única democracia de Oriente Medio». Esto, al parecer, justificaría todos sus desmanes, la complicidad de la “comunidad internacional” y el trato de favor que recibe por parte de la irrisoria ONU, en su quebranto sistemático de todo orden legal internacional. Pero nosotros no podemos llamar democracia a un régimen que mantiene sanguinariamente ocupaciones indefinidas y anexiones sobre territorios que no le pertenecen, que practica la colonización, el expolio, la confiscación, la destrucción de viviendas y la opresión sobre todo un pueblo. Tampoco sabemos de democracias que disuelvan manifestaciones masacrando a sus participantes con cazabombarderos y helicópteros artillados. Y lo que es esencial, la raza hebrea y la religión judía son los pilares del Estado de Israel: pero raza y religión son conceptos extraños a la formación de un Estado democrático, que debe asentarse en el concepto de ciudadanía entendida como condición política, no étnica.

Es en buena parte, gracias al Estado teocrático y racista de Israel, que los españoles, los europeos y el orbe entero debemos soportar una cadena sin fin de convulsiones, guerras y destrucciones en una zona fundamental del planeta. No nos vendrá la tranquilidad de “hojas de ruta” ni de planes similares auspiciados por los yanquis. Sólo la configuración del actual territorio de Israel, de los territorios ocupados, de los autónomos, y de sus respectivas poblaciones, tanto hebreas como árabes, en una Palestina laica y democrática, podría traer la paz a esa zona martirizada.