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El régimen y ETA en perspectiva internacional
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El acercamiento y excarcelación de presos etarras, las declaraciones de intermediarios internacionales, los contactos soterrados del PSE con batasunos, los posicionamientos oficiales de “la izquierda abertzale” propalados por los voceros mediáticos del PSOE, junto a los recientes comunicados de los encapuchados del hacha y la serpiente, ponen de manifiesto lo obvio: estamos asistiendo a la nueva escenificación de la negociación que, desde la pasada legislatura, se mantiene con ETA.

Pero, ante todo, lo que se pone en evidencia es la colaboración existente entre el régimen juancarlista y la banda separatista. Por pura convergencia devienen aliados en la disolución de los exiguos resortes que pudieran definir todavía a España como estado unitario. La banda separatista aspira a liberar a “Euzkadi” del “secular yugo español”, y del francés, para construir a ambos lados de los Pirineos “Euskal Herria”, la gran “Euzkadi”. Por su parte, el régimen de 1978 concibe a «este país» como una “nación de naciones”, una confederación integrada por nacionalidades, «realidades nacionales» y demás artefactos etno-lingüísticos y regionales blindados con estatutos de autonomía. El resultado del tongo del “final dialogado de la violencia” es la “nación vasca” a la catalana, con Navarra anexionada.

Entramos en una nueva fase en la que, en aras a esa complicidad con ETA, el régimen permitirá la proyección internacional de un asunto interno. Esto es, la llamada internacionalización del conflicto, tal y como exige ETA, mediante la intervención de facilitadores profesionales. Nos venderán la resolución del supuesto conflicto ante la “comunidad internacional” para pactar un acuerdo a la irlandesa, bajo las premisas de «alto el fuego verificable e irreversible», supervisado por aquellos mediadores, conforme a los principios de la declaración de Bruselas.

La Comisión Europea ya ha manifestado «estar esperanzada» con el reciente comunicado de “alto el fuego" de ETA. Ningún proceso político es ajeno al contexto internacional en el que se desenvuelve. En nuestros días, la UE impone con sus planes de ajuste el sometimiento de los países que han descarrilado con la sacudida de la gran crisis capitalista que nos asola. España que, independientemente de esta crisis mundial, hubiera entrado en vía muerta por la característica debilidad de su estructura económica, es ya un protectorado económico de Eurolandia.

 

ETA en la escena internacional

Tras todo movimiento secesionista respecto de un Estado, siempre aparece un tercer interesado.

En el pasado, ETA se insertó en el esquema de lucha de bloques mediante su adscripción a los autodenominados movimientos de liberación nacional inspirados por el marxismo-leninismo y alentados y apoyados por la Unión Soviética para desestabilizar a sus oponentes. Tras el ocaso del bloque del Este y el derrumbamiento de los modelos del “socialismo real”, este peón de la extinta superpotencia, cuyo referente declarado era el socialismo albanés, inicia la senda del declive sin abandonar su filiación ideológica izquierdista.

Sin embargo, para suerte de la banda, la desestabilización de Estados a través de grupos separatistas no sólo ha operado en la dialéctica entre bloques rivales, sino que se ha practicado en el seno de un mismo bloque.

Durante años, Francia hostigó a España, pese a su plena incorporación en las estructuras occidentales (OTAN y CEE), erigiéndose en santuario de la banda etarra. En los últimos tiempos, tras haber abandonando sus veleidades con el separatismo vasco, París ha cambiado su orientación: cierra el paso a la construcción nacional euskalduna en su departamento Atlántico y colabora con Madrid en el acoso de la banda. Sarkozy prefiere azuzar a España a través de Marruecos, que lleva años midiéndonos como preludio a su planificado asalto de Ceuta y Melilla.

 

El régimen en la escena internacional

La superación del viejo esquema bipolar de la guerra fría no ha supuesto el desmantelamiento del bloque victorioso, pero tampoco la conformación monolítica del mismo. Por el contario, se han dado desajustes y tensiones entre sus integrantes. Así sucede con las relaciones de vasallaje que sujetan Eurolandia a los Estados Unidos.

El régimen juancarlista está inserto en ese sistema: supeditación diplomático-militar a EEUU y obediencia político-económica al virreinato de la UE, liderado por Alemania y Francia.

El statu quo mediterráneo determina la posición geoestratégica que la superpotencia hegemónica, EEUU, asigna a la monarquía juancarlista: mero guardaflancos de las otras monarquías que custodian el paso del Estrecho a ambas orillas: el Reino Unido, a través de su colonia gibraltareña, y el reino alauita de Marruecos. Esta irrelevancia explica la clara indiferencia de la “comunidad internacional” hacia la integridad territorial de España frente a agresiones exteriores, tal y como supuso el “incidente” de Perejil.

Por lo demás, el régimen de 1978 siempre ha mostrado una clara vocación “europeísta”. La UE se nos ha presentado como la panacea que pondría remedio a todos nuestros males, incluso a las tensiones centrifugas de los “nacionalismos periféricos”, cuyas pretensiones de construir sus propios estados carecerían de lógica dentro de una Europa en marcha hacia la “supranacionalidad” sin fronteras.

Lo cierto es que Eurolandia ha desarticulado estados de su periferia: Checoslovaquia, Yugoslavia o Serbia. Las intrigas de la cancillería alemana siempre han estado detrás de estas secesiones centroeuropeas y balcánicas, si bien han sido los EEUU quienes, como en el caso de Kosovo, han sacado partido.

Los secesionistas de toda Europa contemplan alborozados a la UE. De manera expresa, el separatismo en España ha celebrado el advenimiento del «IV Reich» –Arzallus dixit– y ha practicado una vía posibilista cuya meta es Bruselas. El Parlamento Europeo se prestó a servir de foro para las representaciones teatrales del ejecutivo de Zapatero y el entorno etarra en la pasada negociación.

Objetivamente, el Euroreich, favorece la disgregación. Ávido por resarcirse de sus inversiones fallidas en lo que queda de España, Eurolandia, no puede ver con desagrado una fragmentación que facilite su penetración colonizadora.

 

Los quintacolumnistas del tercer interesado

No es casual que corresponda a un gobierno de la izquierda como el de Rodríguez Zapatero culminar la lógica confederal del Estado de la Autonomías: el estatuto de autonomía de Cataluña y el relanzamiento del “proceso de paz” suponen un impulso decisivo en esta dirección. La izquierda, en todas sus variantes, cree firmemente en el «derecho de autodeterminación de las nacionalidades». El reconocimiento del “hecho nacional” catalán o vasco es consustancial al concepto etno-lingüístico de nación compartido desde el PSOE a IU, pasando por los grupos de extrema izquierda que todavía perduran.

A partir de ahí, resulta sencillo trazar las ramificaciones de un árbol genealógico cuyas raíces se hunden en el mismo sustrato marxista-leninista. La izquierda abertzale es un pariente ideológico. No sorprende la natural empatía mostrada por la izquierda hacia el brazo político de ETA y que todos jaleen sin excepción una solución negociada y pacífica para una organización separatista terrorista cuya única salida debería ser su aplastamiento.

La repugnante servidumbre de la izquierda al etnicismo racista y clerical vasco no es más nauseabunda que su papel de cipayos del imperialismo del corazón de Europa. Su apología de la «causa de los pueblos» les convierte en colaboracionistas del capitalismo europeo.