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El régimen de las virtudes y el partido de la “virtù”
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Desde el Partido Nacional Republicano hemos insistido en el hecho de que la historia de nuestros dos últimos siglos se caracteriza por la ausencia de una moral nacional autónoma. Entendemos que esto es consecuencia del fracaso de la hegemonía y de las soluciones del Burgués. Es el producto de la dominación social de una burguesía retardataria y cobarde que, en sus versiones derechistas se alió con los valores y poderes del Antiguo Régimen y que, a la vez, engendró en la orilla política de la izquierda, a través de una satelización invertida, destructivas dinámicas antinacionales.

Es necesaria una moral nacional de aproximación inmediata a la Patria, sin apoyaturas metafísicas. Para ello puede comenzar asentándose en las “virtudes republicanas” que pertenecen al legado de Roma.

Los romanos consideraron a la república como “régimen de las virtudes”. Y en la cima de esas virtudes colocaron el patriotismo, la preeminencia de los intereses generales sobre los particulares y los sectoriales.

La República puede responder de modo coherente al lema de “todo por la Patria” porque quiere ser la Patria de todos. Según esa tradición, la República no sólo es el régimen capaz de asegurar la pervivencia, independencia y grandeza de la comunidad, sino que, además, aparece como condición indispensable para el desarrollo personal de cada uno de sus miembros, como el marco capaz de elevar al máximo sus capacidades. Su tendencia es a la superación del conflicto entre lo público y lo privado.

Esta herencia fue actualizada y desarrollada por la gran revolución francesa mediante el principio de la soberanía popular indivisible –que hoy oponemos, en España, a la monarquía, la partitocracia y los caciques separatistas– y su base fundamental, la igualdad ciudadana.

La ciudadanía republicana es una condición “artificial”, derivada de la pertenencia a una comunidad nacional política (y no un atributo de la “esencia humana”, del “individuo”, según preconiza el liberalismo, o de pertenencia a una colectividades étnicas, “comunidades lingüísticas” y demás “unidades naturales de convivencia”).

Todo ello implica el cultivo de virtudes fundamentales: interés apasionado por lo público y la política, participación intensa, confianza en la capacidad de imponer los cambios que exijan las circunstancias, probidad, afán igualitario no nivelador –compatible con una meritocracia–, implacabilidad con la corrupción, etc.

Maquiavelo fue más allá la exhortación romana a la práctica desinteresada de las virtudes. Vio en la República al régimen político superior por su ajuste a la “realidad efectiva de los hechos”. La Patria vive siempre en el Tiempo y, por ello, en el Conflicto y ante el riesgo de desintegración. La República, según Maquiavelo, resuelve el problema de la Duración por tres razones fundamentales: por constituir Patria de todos, que moviliza el interés de cada uno en defenderla, por su capacidad de canalizar de forma institucional la conflictividad interna y por su aptitud para forjar una clase  política amplia y adaptable a los cambios.

En efecto, para instaurar la nueva República, el "régimen de las virtudes", es necesario una nueva clase política, ante todo un nuevo Partido. Pero ese instrumento, perteneciente a la modernidad, deberá hallarse adornado por la "virtù", término de Maquivelo intraducible al español, que resume la cualidad esencial que el florentino atribuía al Príncipe. Una alianza compleja de las capacidades del león con las de la zorra, de la resolución y la audacia con la astucia y la espera, del amor a la Patria con la disposición a una hostilidad sin límites ni acotamientos hacia quienes la destruyen.