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¡Por las barbas del profeta! Europa es una caricatura
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La controversia suscitada por la publicación de unas caricaturas del profeta Mahoma pone en evidencia la podredumbre moral de la presente Europa. Una Europa en la que los valores cívicos y las libertades democráticas deben ceder en aras del “multiculturalismo” impuesto por el dogma liberal de la libre circulación de personas, junto a la de capitales y mercancías. El capitalismo, para desmontar las conquistas del trabajo, ha permitido la entrada masiva de inmigrantes extra-europeos, entre ellos los de confesión islámica. La población musulmana en Europa se cifra en nada menos que 13 millones.

Prestos a pedir perdón por las caricaturas, prohombres de Europa como Chirac nos han puesto de rodillas ante los mulás e imanes de la yihad. Europa ya no invoca grandes valores racionales como seña de identidad, sino el decálogo de buena conducta de lo “políticamente correcto”: hasta ahora los límites de lo tolerable y de la libertad de expresión sólo estaban acotados por el antisemitismo, el racismo y la xenofobia. Hoy en día habrá que andarse con cuidado de no incurrir en islamofobia, y gracias a Solana, ¡tampoco en blasfemia!

Frente al concepto político de ciudadanía, recobra aliento el de estatus personal religioso. Así los musulmanes no deberían regirse en el seno de los Estados europeos por las leyes comunes a todos, que han consagrado la laicidad del orden político, sino por la ley coránica. Son los signos de una regresión a la barbarie propiciada por los planteamientos relativistas del liberalismo y por la frustración de una izquierda fracasada que ve en el buen musulmán el nuevo sujeto revolucionario. Ambos convergen en el nihilismo multicultural. Mientras al amparo de esa filosofía suicida el islam gana terreno en cada uno de los combates que plantea, desde el uso del chador en la escuela pública hasta la actual crisis de las viñetas, el “viejo continente”, reducido a un mero mercado, ya no tiene nada importante que defender. Sólo es el terreno para la agitación visceral de dos partidos del odio: uno, el yanqui-sionismo que hoy prepara nuevas intervenciones imperialistas con sus matanzas en Oriente Medio bajo el pretexto de “democratizar”, y aprovecha el cristo montado por las caricaturas del bendito profeta para mostrarnos países de atrasados, repletos de fanáticos religiosos dedicados al acopio de fabulosos arsenales de armas de destrucción masiva. El otro, el yihadismo de los santones resentidos de babucha y chilaba, aficionados a los pases de videos de las hazañas criminales de la guerrilla chechena, condiscípulos del imán de Fuengirola, y de sus enseñanzas sobre la mujer, la pastilla de jabón y la toalla, que no repara en si este o aquel Estado europeo apoyó o no aquella guerra contra un país musulmán, sino en el solo hecho de que somos infieles a degollar de la impía Europa.

Frente a estos dos partidos del odio no vale relatividad ninguna sino la preeminencia de nuestros valores cívicos y democráticos, así como la de nuestros principios jurídicos: hacia dentro, incompatibilidad radical del islam. Hacia fuera, principio de no injerencia en relación a otros estados sean democráticos o dictatoriales, budistas, mahometanos, satánicos o ateos, atómicos o ecologistas.

Entonces, quizá Europa deje de ser algo más que una caricatura de sí misma.