No lo ocultamos: no sentimos el más mínimo respeto por lo que muchos llaman “legalidad internacional”. Su sede, la ONU, no es más que una lonja internacional del engaño. Mediante sus resoluciones las grandes potencias justifican la imposición de sus intereses. De ellas se olvidan cuando les conviene. Lo que ocurre en Kosovo es una muestra.
Durante muchos años, la “legalidad internacional” expresó el inestable equilibrio entre el bloque del mal llamado “mundo libre” y el bloque del mal llamado “bloque socialista”. Después que este último se desmoronó, lo único que permanece es la voluntad del imperialismo occidental encabezado por USA. En definitiva, la ley del más fuerte que, si es posible, se camufla en instituciones internacionales convenientemente aderezadas, y si no, se impone con descaro y brutalidad.
La “Comunidad Internacional” se escuda siempre en la Paz. Pero allí donde ha intervenido, la devastación y las masacres han sido monstruosas. Afganistán, bajo el dominio de los talibanes, vivía un infierno. Pero no mucho peor que el actual y sin perspectivas de que las cosas vayan a mejorar. Y eso después de una carnicería que dejó innumerables muertos y el país más hundido de lo que estaba. Sadam Husein instaló un cruel despotismo, pero nada comparado con el sufrimiento y la destrucción originados por las dos invasiones de EEUU y sus adláteres, por el embargo que siguió a la primera y la ocupación que se ha producido tras la segunda. Las limpiezas étnicas en Yugoslavia fueron horrendas. Pero ¿quien encendió la mecha de ese polvorín? ¿Acaso no fue la posición adoptada por Alemania y el Vaticano, que se apresuraron a reconocer la independencia de Croacia? Se dice que Yugoslavia constituía una unión artificial (Kosovo, sin embargo, siempre ha sido una provincia de Serbia) propiciada por el bloque ruso tras la II Guerra Mundial. Pero es claro que ninguno de los países que ahora han corrido a reconocer a Kosovo como Estado toleraría algo parecido dentro de sus fronteras.
La declaración unilateral de la independencia de Kosovo y su reconocimiento por USA, Alemania, Inglaterra, Francia, etc. han pisoteado las reglas que esas propias potencias habían establecido. Establecen un precedente de alteración de fronteras por motivaciones étnicas que presagia una retahíla de conflictos encadenados. Reafirman conceptos que, desde que se formulara el “derecho de autodeterminación de los pueblos” en los catorce puntos de Wilson, no han dejado de provocar mares de barbarie.
Detrás de la fraseología de “los derechos de los pueblos” están siempre los intereses más sórdidos. Mueve a Alemania el oscuro sueño de su Mitteleurope, a los británicos el seguidismo respecto de USA y, a estos, la vigencia de un paradigma superado, el de la Guerra Fría, con la consiguiente obsesión por implantar una superbase de operaciones en el miserable estadito albano-kosovar para marcar a Rusia.
La declaración de independencia de Kosovo ha desenmascarado también de la realidad de la Unión Europea. Se empeña en dar boato a un “responsable de política internacional”, cuando éste no es más que un embajador del eje franco-alemán.
Otra realidad ha quedado al descubierto es nuestro papel de marionetas de las potencias imperialistas, que nos enfanga en cometidos que no nos conciernen. Durante la reciente campaña electoral, Zapatero se ha visto forzado a no reconocer la independencia de Kosovo, pero sigue manteniendo en aquel país a novecientos soldados. ¿Con qué finalidad? No cabe duda: nuestros soldados están siendo desplegados por la OTAN para doblegar a los serbios. Los tanques españoles están coadyuvando a imponer la secesión albano-kosovar, a someter a la minoría serbia a la política de hechos consumados de pandillas racistas y mafiosas. Y todos aquellos que vitorearon a Zapatero por haber traído las tropas de Iraq, no mueven un dedo para que las mantenga en Kosovo y Afganistán.