Se han celebrado referendos de independencia en 166 municipios de Cataluña. Se han utilizado espacios públicos y locales proporcionados por el clero separatista, se ha tirado del censo electoral y han podido votar jóvenes de 16 años e inmigrantes. Todo ello con la aquiescencia de Zapatero y el Borbón y la complacencia de Montilla. Zapatero ha relativizado la trascendencia de estos referendos: son “consultas” sin valor legal, realizadas simplemente para condicionar la “neutralidad” del Tribunal Constitucional que debe decidir sobre el estatuto. En cuanto al PP, que recogió en su día 4 millones de firmas contra el estatuto de Cataluña para contentar a parte de sus seguidores, tras lo cual aprobó el estatuto valenciano, con sus cláusulas de arrastre y la “realidad nacional andaluza”, ha criticado los referendos, pero está dispuesto a pactar con CiU, que forma parte de los organizadores.
Algunos prohombres han creído que la respuesta a la “consulta” debía ser simplemente cultural y festiva: una butifarrada. Una vez más, lo “lúdico” y “cultural” se emplean como coartadas de la cobardía. Otros se consuelan ante el hecho de la baja participación en los referendos, o los califican de mera astracanada. Pero lo cierto es que estas iniciativas del separatismo promovido y financiado por el régimen no dejan de ser una contribución más a la aniquilación de España. Al igual que el Estatuto, son medios para consagrar de modo formal la realidad material de que España ya no existe como Nación.
De paso, acoquinan a la minoría de sentimiento español que sobrevive en el Oasis, arrinconada por una oligarquía burguesa que ha logrado el apoyo de las las masas xarnegas agradecidas. Y favorecen las actitudes de desistimiento en el resto de Expaña –que se vayan y nos dejen tranquilos– y un proceso de copia del modelo catalán que ahonda la desintegración.
Una vez más, los nacional republicanos insistimos que en el origen de todo esto no está “el problema de los catalanes”. Está el juancarlismo, una forma de dominación política del gran capital que ha precipitado a la mayoría de la población española en el nihilismo nacional, desarmándola frente a los manejos y crímenes de activas minorías nacionalistas antiespañolas. Por ello, el problema tiene solamente una solución:
¡Abajo la monarquía y su Estado de las Autonomías!
¡República española unitaria!
¡Autodeterminación de los individuos: los catalanes de adscripción española, dentro de España; los separatistas y sus valedores, fuera, con lo puesto!