Pablo Iglesias, promovido al liderazgo en el reciente congreso de Podemos, ha sido confirmado como secretario general indiscutible de esta organización cuyo núcleo partidomorfo ya se agazapaba en la “indignación” del quincemayismo. Conjurados en la preparación del “asalto al poder” a través de las elecciones generales previstas para 2015, se ven ganadores. Este ambicioso propósito no va más allá de insertarse como una fracción más del liberal-capitalismo en las instituciones del régimen de la monarquía partitocrática del gran capital, lleguen o no a Moncloa. La camarilla de Pablo Iglesias, enfrascada en asegurarle el control en medio de la jaula de grillos de los círculos asamblearios, retrata sin disimulo alguno el verdadero carácter de la formación y sus dirigentes: ser recambio generacional de la vieja guardia, “la casta”, que hizo posible la nefasta transición y su constitución en 1978, ahora amortizada y bien amortizada, y corrompida hasta el tuétano con una reforma en ciernes, en la que Podemos, probablemente, tendrá su papel.
Sus 200.000 afiliados y simpatizantes cibernéticos no aguardan la consigna para tomar las calles del “Estado español” para “barrer” la corrupción, sino que se mantienen en los estrechos y putrefactos márgenes del orden jurídico y político en vigor, a la espera de la convocatoria de los comicios para protagonizar un acto contestatario sin precedentes: depositar sus votos en las urnas de la “casta” que tanto denuestan. Pero nadie serio pretende caracterizar a sus seguidores como un grupo de activistas antisistema. Su perfil es el de meros votantes, relativamente jóvenes, con niveles de estudios superiores o medios pertenecientes a estratos socioeconómicos acomodados con profesiones cualificadas cuyas aspiraciones se han visto decepcionadas por un sistema que prometió la luna.
El Star-system del régimen catapulta al éxito a Podemos, sin hostilidad manifiesta ni crítica acerada, todos los medios le dan pábulo con una fabulosa campaña de publicidad. Los sondeos encargados por estos media auguran un meteórico crecimiento electoral a un partido sin programa conocido todavía, por delante del PSOE. Los resultados de la última encuesta del CIS, sin pasar por cocina, le concede simple y llanamente la victoria. Hasta la reina Leticia y la heredera de Botín, al parecer, suspiran por un encuentro con el profesor universitario.
Asistimos al irremisible ascenso de falsos profetas, cuya misión redentora es drenar la corriente de desencanto, crispación y desafección hacia el régimen antisocial, antidemocrático, criminal y corrupto del Borbón, reencauzándola con un nuevo referente electoral que tapona lo que de otra manera se traduciría en un cuestionamiento del sistema con expresiones como la abstención activa o la acción directa en ruptura con éste. Por mucho que Iglesias y sus acólitos se empeñen ni el electoralismo ni el parlamentarismo han permitido a ninguna organización la transformación radical de las estructuras sociales de dominio. Podemos, no sin razón, recuerda al PSOE de principios de los 80, y los anhelos de cambio que muchos depositaron en este partido. Sin duda, Podemos desplazará a IU precipitándola en la nada y, ni utopías ni programa irrealizable, arrebatará la exclusiva que detenta el PSOE en el manejo del discurso socio-liberal progre, actualizando los contenidos de la social-democracia acorde con las nuevas generaciones naif ajenas al rancio obrerismo y el clasismo.
Con todo, no es sólo que Podemos sea, objetivamente, funcional a los mecanismos de reproducción y legitimación del régimen del 78 y pueda ser asimilado por este como una opción más del liberal-capitalismo sino que, además, contemporizaría bien con un nuevo periodo de mutación del sistema borbónico. Su auge, llegado el caso, serviría de justificación para la formación de un gobierno de concentración PP-PSOE que garantice la estabilidad institucional ante la fragmentación del voto y, ahí está el meollo, procure las mayorías necesarias para iniciar la reforma constitucional prevista en la agenda del juancarfelipismo: ligera guarnición de regeneracionismo democrático como acompañamiento del plato fuerte que no es otro que la remodelación de territorial con cesión de soberanía a Cataluña y Vascongadas hurtada al pueblo español. En cualquier caso, Iglesias ya ha lanzado dos señales inequívocas de sintonía con los tiempos que maneja la “casta”: una, está por “abrir el candado del 78”. La otra nos la ha regalado en forma de definición de España en consonancia con el concepto confederal del régimen, para el que todo son naciones (catalana, vasca, gallega, etc.) menos la española, y que considerando su cualificación como profesor de ciencias políticas, ciertamente, no tiene desperdicio: “país de países o país de naciones”. Éramos pocos y parió la burra.
Ciudadanos descontentos e indignados, ya tenéis vuestro partido para seguir en el redil del juancarfelipismo y que todo cambie para que siga igual: ¡ahora ya podéis votar!