La reciente cumbre USA-UE, marcada por la sonora bofetada crimea de Putin a las asechanzas de USA y Eurolandia en Ucrania, ha brindado al presidente norteamericano, Barack Obama, la ocasión para abroncar a sus anfitriones europeos desde una pretendida posición de superioridad moral. Además de haber espiado los correos, mensajes de móviles y llamadas de buena parte de los mandatarios europeos bajo los «programas de vigilancia» de su agencia de seguridad nacional y ningunearles («fuck the UE») en Ucrania, se ha permitido sermonear a sus aliados en su homilía de Bruselas.
El nobel de la paz ha reprochado la reducción del gasto militar de los europeos como esfuerzo que no puede recaer sobre sus sufridas espaldas y la de su procónsul en Europa, el Reino Unido, siempre dispuestos a ejercer de matones de barrio con países pequeños y atrasados, pero no con aquellos otros que les pueden enseñar los dientes. Estos deseos son órdenes para el cabo furriel de la OTAN, Rasmussen, que ha respondido con el aumento de la escalada militar en el este de Europa mediante envío de aviones de combate y la promesa de mayor integración militar. Además, Obama ha reprendido a los europeos por su dependencia energética del gas ruso, alrededor de una cuarta parte de sus importaciones.
La actitud de suficiencia del amigo americano refleja, antes que nada, la subordinación canina de sus aliados del otro lado del atlántico, la vieja Europa, un mero espacio regional vasallo de los designios diplomático-militares de Estados Unidos, bajo el virreinato político-económico alemán. La Política Exterior y de Seguridad Común, supuesto pilar de la UE, no es más que palabrería huera para rellenar los discursos de eurócratas. Los Estados Unidos de Europa no existen. Los europeos siquiera se han puesto de acuerdo en el alcance de las sanciones que el inquilino de la Casa Blanca, en plena rabieta, exigía imponer a Rusia. En lo que no ha habido discrepancias es, siguiendo los intereses de la canciller Merkel, en poner millones de euros para la ayuda en Ucrania, mientras a los socios en apuros de la eurozona se les ha negado el pan y la sal.
Y tanto echar en cara a los europeos, para qué. Sin duda, Obama, con el rabo entre las piernas por el plante ruso en Siria y Crimea, más que un alarde de estadista, ha realizado una demostración de sus capacidades de mercachifle. A fin de cuentas para eso se ha plantado en Bruselas, para vender al viejo estilo de las tupperware en una reunión entre amigas: ha ofrecido su fracking como alternativa al gas ruso, el futurible gas de esquisto con el que en este momento no se podría rellenar ni la carga de un mechero, en el contexto del también futuro tratado transatlántico de libre comercio. Y de manera indirecta, bajo la conjura de la «amenaza rusa», ofertar contratos armamentísticos a los primos de los europeos.
Los nacional republicanos no anhelamos una UE más fuerte y autónoma de USA, sino que queremos otra Europa radicalmente distinta: ajena al aventurerismo del imperialismo alemán y a las agresiones de OTAN, cuyas intervenciones han supuesto la desintegración de varios países y la muerte de miles de europeos. Es una Nueva Europa la que propugnamos, fundamentada en la herencia greco-latina y el acerbo racional-científico, cuyo eje no será como en la actual Eurolandia el “mercado” liberal-capitalista, sino el Trabajo y la Técnica, y a diferencia de esta, será articulada a través de lazos confederales respetuosos con la soberanía nacional de sus integrantes. Y que, por supuesto, antes de contemplar a la Federación Rusa con recelo, le tenderá puentes para culminar su vocación europea.