La máxima evangélica de lo que es del César al César y lo de Dios a Dios que tempranamente introduce en la religión cristiana la separación del poder temporal del espiritual y que, no obstante, no sin la enconada resistencia eclesiástica, fue obtenida arduamente a lo largo de la historia europea, sigue sin regir para la iglesia católica española.
Así, la iglesia católica en España se pronuncia en asuntos políticos fundamentales tomando partido, que no equidistancia, por los enemigos declarados de la nación española en Cataluña y Vascongadas. Más allá de cualquier veleidad o escarceo, tal y como han reconocido recientemente las diócesis vascas con ocasión del anuncio de disolución de ETA, ha habido connivencia y colaboración con el terrorismo racista etarra, de la misma manera que en Cataluña, con el “procés”, la iglesia en Cataluña ha prestado sus parroquias par esconder urnas y cobijar las votaciones del referéndum ilegal que pretendía liquidar España proclamado la independencia de Cataluña.
El separatismo está indisolublemente unido al nacional-catolicismo catalán y vasco destilado en los monasterios y sacristías de estas regiones. Si en el pasado, la iglesia católica ponía bajo sus palios al dictador Franco y bendecía a aquel régimen nacional-católico, en la actualidad hace lo propio con el secesionismo.
La posición de la conferencia episcopal española durante las ominosas jornadas del pasado octubre solidarizándose con sus correligionarios de Cataluña y adoptando el discurso de la “plurinacionalidad” avanza el indefectible advenimiento de la Expaña confederal para el que la iglesia se adapta en un nuevo aggiornamento con la realidad política emergente, de igual forma que durante los estertores del franquismo la iglesia se adelantó, posicionándose a favor de la transición.
Toda esta ejecutoria posiciona a esta institución religiosa como enemigo político abierto de nuestro destino nacional y de esta calificación no escapan organizaciones de su órbita, como por ejemplo Cáritas, cuya labor en Cataluña no se limita a lo asistencial, sino que se extiende a colaborar en la piadosa imposición lingüística del catalán como instrumento del supremacismo separatista.
Para empezar, cualquier español debería tener claro donde no poner la cruz en la declaración de la renta y clamar por el cese de la financiación pública de las Iglesia. Sólo la República que preconiza el Partido Nacional Republicano traerá un estado verdaderamente laico y aconfesional en el lo que de Dios será de Dios y lo del César, para el César.