El juancarlismo, desde sus albores, con el rey a la cabeza, se ha caracterizado por una ejecutoria de cesiones de nuestra soberanía nacional propia de traidores. Esta trayectoria quedó inaugurada con el ignominioso capítulo de abandono de la ex provincia española del Sahara a Marruecos. Este entreguismo alcanza igualmente a la renuncia no declarada de nuestra soberanía sobre Gibraltar en favor del Reino Unido.
Los recientes actos de hostigamiento y acoso de pesqueros de La Línea y la bahía de Algeciras en aguas territoriales españolas por patrulleras de la policía gibraltareña y la Royal Navy ponen de manifiesto la necesidad de pegar una patada a la verja para poner fin, de una vez por todas, al dominio colonial británico sobre el Peñón. Un enclave con vocación expansionista convertido en paraíso fiscal, dique de reparación de la chatarra nuclear de la armada británica y base para las antenas de espionaje anglo-americanas.
El monarca español, miembro de la Orden del Imperio Británico, ha hecho una visita a Algeciras, según los medios programada con antelación a los incidentes, para “apoyar a la Guardia Civil” en su labor de protección de los barcos españoles. Más allá del esforzado gesto del monarca en su peripatético lavado de imagen tras la cacería de Botsuana, se esconde el bochornoso proceder del ministro de asuntos exteriores del gobierno del PP, García-Margallo, quien ante una flagrante y sistemática violación de las aguas de soberanía española se ha limitado a reclamar a Londres el retorno a un statu quo que toma como base un mero acuerdo pesquero con los llanitos.
La deleznable gestión de los sucesivos gobiernos de la partidocracia juancarlista en el contencioso de Gibraltar, ha llegado hasta el extremo de reconocer como interlocutor al primer ministro gibraltareño, una autoridad con tanta legitimidad como los macacos que campan por la Roca. De la demencial política a tres bandas (la colonia, la metrópolis y España) del gobierno de Zapatero, con el ejecutivo Rajoy se ha vuelto al ridículo enfoque de la co-soberanía para hacer valer las pretensiones españolas en una suerte de condominio: convertir a Gibraltar en una autonomía bajo la supervisión de España, Reino Unido y la Unión Europea.
La respuesta soberana británica no se ha hecho esperar, concretada en la visita de los condes de Wessex a la colonia para conmemorar el 60º aniversario de la coronación de Isabel II con proyección panorámica incluida de una fotografía de la reina sobre la Roca.
La palmaria debilidad del reinito de España obedece a su posición en el sistema de relaciones internacionales, en el que se inserta en un doble plano de subordinación: económico-política y diplomático-militar.
En lo que se refiere al primero, se pliega primordialmente a la Unión Europea, en cuyo nombre se ha desmantelado nuestra potencia económica e industrial y se ha cedido –y se sigue cediendo– cuotas de soberanía hacia lo que no es más que, pese a sus pretensiones de supranacionalidad europea, una plataforma del imperialismo alemán para conformar un bloque en concurrencia con otros polos. España hoy es un protectorado de Berlín intervenido de facto.
Respecto al segundo plano, el régimen se supedita a Estados Unidos de América, cuya estela de matanzas ha secundado permitiendo el uso de las bases militares yanquis que alberga nuestro territorio, procurando apoyo logístico y facilitando el envío de contingentes militares a los teatros de operaciones de sus criminales guerras humanitarias.
Sin embargo, EEUU, a pesar de los acuerdos suscritos con la monarquía juancarlista en materia de cooperación militar y últimamente estratégicos para el despliegue del “escudo antimisiles”, en su proyección geopolítica tiene como garantes de la estabilidad regional a cada lado del estrecho a la monarquía británica a través de su colonia y a la alauita a la que, por cierto, el “amigo americano” está pertrechando y modernizando en calidad de aliado preferente con carros y cazas de combate.
A nadie se le escapa que el estado borbónico, a lomos de la catástrofe económica que él mismo ha propiciado está más blandito que nunca: el ninguneo de los intereses de sus oligarquías económicas en Hispanoamérica o la ofensiva de los llanitos no coinciden por casualidad con un momento en el que la sumisión del reino a los dictados de Eurolandia y el FMI queda patente. Un señal inequívoca para los enemigos internos y externos de España, tanto los quintacolumnistas del IV Reich como para potencias extranjeras con aspiraciones a costa del territorio nacional, como es el caso de Reino Unido en relación a Gibraltar y Marruecos, cuya dinastía real apoya los delirios islamofílicos de reconquista de Al-Andalus y pretende Ceuta, Melilla y las Canarias. Asechanzas a las que el régimen responde con “más Europa” o con su complicidad en la represión de los saharauis.
Todo lo anterior nos hace clamar por una República Española, democrática, unitaria y socialista que fortalezca el estado y ponga en primer plano la soberanía nacional, como condición indispensable para la defensa de los trabajadores españoles frente a las agresiones capitalistas y la penetración imperialista, así como garantía de la integridad de todo el territorio nacional, incluyendo Ceuta, Melilla, las islas Canarias y el peñón de Gibraltar.
Por nuestra soberanía e independencia nacional:
¡Gibraltar español!
¡Por una República española y socialista!