Núñez Feijóo se presentó el pasado año a las elecciones gallegas con la intención de disputarle la poltrona a Touriño y Quintana. En el momento de concurrir a las mismas, no las tenía todas consigo. Pero se percató de un fenómeno en la colectividad gallega que se venía dando con una fuerza sin parangón en otros territorios de Expaña: la resistencia de una mayoría de gallegos a la imposición lingüística del gallego como única lengua en la práctica, siguiendo la estela de la “nación catalana” montillista.
El sustrato político diferenciador de Galicia en esta materia es que no ha sido receptor de masas poblacionales significativas de otros territorios de Expaña a lo largo del pasado siglo. Antes bien, debido al deficiente y deforme capitalismo español, Galicia quedó relegada en el proceso productivo a la simple exportación de mano de obra, rozando la esquilmación de sus recursos humanos: la emigración. Galicia no tiene maquetos, ni charnegos que se enfunden el uniforme pixelado con los colores enxebres de la tierra de acogida, para no destacar en el horizonte de las tinieblas étnicas racistas o lingüísticas a la luz de la luna.
Así, la inmersión lingüística no ha aparecido ante los ojos del paisano gallego del modo virulento en el que se ha manifestado en otras partes de Expaña. Pero sí ha sido lo suficiente para motivar una reacción. La inmersión persigue los mismos objetivos que en los otros sitios: es un mecanismo más de deconstrucción nacional emanado de la Constitución borbónica y sus estatutos. Todo el aparato del régimen se ha aprestado a ejecutar la extinción nacional de España, también en este apartado. En el caso gallego ha tenido como cabeza visible a un prohombre de Juan Carlos, Fraga Iribarne (a la sazón fundador del Partido Popular) quien estableció y desarrolló las bases para la inmersión, contra la que reaccionó Galicia Bilingüe.
Galicia Bilingüe es una pequeña asociación, entre otras todavía más pequeñas en Galicia. Pero con una valerosa mujer al frente, Gloria Lago, que ha conseguido con un tesón desbordante encontrar el resorte de la movilización ciudadana en aquellos españoles que se aferran a uno de los últimos signos sensibles de españolidad: la lengua española.
Pero Galicia Bilingüe cree en la cooficialidad lingüística emanada de la Constitución y de los estatutos. Está convencida de que las disposiciones constitucionales y estatutarias del régimen borbónico protegen por igual a las dos lenguas oficiales en aquellos territorios en que se ha reconocido este hecho. Es, en el mejor de los casos, de una ingenuidad pasmosa. Más teniendo en cuenta que esta cooficialidad ha operado en la práctica como elemento aniquilador de la lengua común de los españoles en beneficio de la “lengua propia” del oportuno territorio, según su estatuto. Así ocurre en Cataluña, en Valencia, en Vascongadas, en Baleares... sin importar quién gobierne en esos territorios: el PNV, el PSOE, ERC, BNG o el PP porque todos están en el tajo en las directrices del régimen de su majestad.
Reiteradamente las sentencias del Tribunal Constitucional han amparado los distintos decretos de inmersión lingüística. Siguiendo esta estela, Galicia Bilingüe se adentra en las esencias del régimen en el que participa y, pese a tener todas las de perder, proclama al amparo de su cerril liberalismo que sean los padres los que decidan libremente la lengua vehicular en la enseñanza para sus hijos.
Núñez Feijóo necesitaba un milagro jacobeo que le llevase a gobernar su Galicia. Necesitaba de ayuda externa porque para formar gobierno no bastaba simplemente ganar: necesitaba la mayoría absoluta. Y surgida apenas de la nada, apareció refulgente la Galicia Bilingüe de Gloria Lago, que en plena apoteosis del individualismo anarco-liberal del derecho a elegir la lengua vehicular en la enseñanza, movilizó a una parte importante de la sociedad gallega que se disponía a quedarse en casa el día de autos. Núñez Feijóo, listo como la serpiente antigua, les susurró al oído lo que querían oír. Y el engaño se consumó.
Inmediatamente después del mordisco a la manzana electoral, los avergonzados gallegos constitucionalistas bilingües empezaron a cubrirse de oprobio por haber llamado a votar al PP confiando en sus promesas. Y al finalizar el año se desveló la solución de Núñez Feijóo: entre alguna concesión menor bilingüe, sobre todo, un caos “equitativo” con ayuda del inglés, para camuflar el engaño global. Todo ello con el apoyo general del PP a su estrella ascendente. Rajoy asiste, contentísimo, a la plasmación de su ideal de la niña angloparlante.
A Galicia Bilingüe poco le queda que no sea la pataleta y pregonar con megáfonos por las principales urbes gallegas que Núñez Feijóo les ha tomado el pelo al incumplir sus promesas. Desesperados, se enfadan cuando periodistas de los suyos como José García Domínguez afirman con toda la razón que además de que la Constitución y sus desarrollos estatutarios y legales consagran la cooficialidad, frente a ella no puede prevalecer ningún “derecho de los padres” a elegir la lengua vehicular en la enseñanza de los hijos. Que eso no cabe en el ordenamiento de ningún Estado viable y que no es más que la utopía de unos individualistas apolíticos. Que no se puede estar en misa y repicando. Porque no es posible aplaudir la vigente Constitución y luego intentar esquivar sus consecuencias nefastas con argumentos libertario-liberales contra la injerencia del Estado, o metafísicos como unos derechos naturales de las familias. García Domínguez también defiende la vigente Constitución, pero al menos es coherente. La deriva del régimen es inexorable.
El individualismo liberal lleva a esto: frente al aborto, la defensa del embrión de ser humano, no del nasciturus, embrión de ciudadano. Frente a la Educación para la Ciudadanía del PSOE, que eduquen los padres. Y ahora, el derecho de los padres a elegir el idioma en que deben ser educados sus hijos. ¿Dónde está el límite? En coherencia, también deberían exigir poder determinar, por ejemplo, los contenidos de todas las asignaturas escolares. Este repliegue sobre los sujetos naturales (el yo, la familia…) sólo puede tener dos finales: o acaban en su casa o en las formas más antisociales del anarquismo. Es lo que tiene renegar de la dimensión comunitaria, nacional, de la existencia humana.
A los gallegos que todavía se sienten españoles les decimos: hay que ser valientes y enfrentarse con el problema de forma, de fondo y de frente. Todo el régimen es una gran estafa. Quien quiera seguir sus reglas de juego, que sepa que tiene perdida la lucha antes de empezar.
Los nacional-republicanos llamamos a la movilización popular para derrocar el régimen juancarlista y establecer la República Nacional. Sólo ella garantizará las libertades de los ciudadanos. Con ella sólo habrá una lengua oficial, el español, y el derecho a aprender y hablar las demás lenguas españolas en cualquier parte de su territorio nacional.