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El tongo del 29-S
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«Hay muchas razones para esta huelga general», han proclamado desde hace meses UGT y CCOO. En realidad, desde hace ya años hay muchas razones para una rebelión nacional popular, con objetivos cruciales de ruptura política con la Unión Europea y de socialización de nuestros bancos y cajas, principales responsables de la quiebra social y económica que padecemos. Y esa rebelión no podría limitarse a echar a patadas a Zapatero; debería abrir paso al derrocamiento del juancarlismo al completo y a la instauración de una república española asentada en el trabajo.

 

La razones de una farsa

Muchos son quienes se han percatado de las verdaderas razones de los sindicatos del régimen para urdir la pantomima del 29-S: una huelga general de un día, con una plataforma de protestas a toro pasado y con su objetivo limitado a una «rectificación de la política del gobierno».

Por un lado, el 29-S ha sido un acto de autoafirmación de CCOO y UGT. Tras años callados y chupando subvenciones mientras el régimen volcaba cataratas de fondos públicos en los bolsillos de los banqueros, grandes constructoras y firmas del automóvil; mientras millones de trabajadores ingresaban en el paro, los grandes sindicatos han sentido la acuciante necesidad de lavarse la cara ante los trabajadores, de recuperar una credibilidad que perdían a chorros. Por otro lado, UGT y CCOO han tratado de demostrar  que se debe contar con ellos en el “diálogo social”. Como han repetido una y otra vez, esta huelga no ha sido contra el gobierno: ha sido para justificarse ante el amo que les echa el pan.

Pero hay que destacar, además, la connivencia de Zapatero con las iniciativas del llamado sindicalismo de clase. El 29-S ha sido un sarao testimonial pactado por Zapatero, Méndez y Toxo para redorar la mala imagen de UGT y CCOO, siendo Zapatero plenamente consciente de que la huelga general no podría hacerle pupa en ningún caso. La fecha convenida se ha situado en el marco de una “jornada de protesta” convocada por la Confederación Europea de Sindicatos (CES), y en España ha permitido a Zapatero imponer las primeras medidas de un plan de ajuste contra funcionarios y pensionistas y, a continuación, aprobar como ley una reforma laboral. Finalmente, el pacto ha incluido el compromiso sindical de no atacar a Zapatero y el compromiso del gobierno de no ensañarse con el más que previsible fracaso de la huelga general.

 

La UE y el FMI mandan, el régimen juancarlista y sus sindicatos obedecen

De acuerdo con un comunicado de la CES del 1 de septiembre, esa jornada se convocó «para protestar contra las medidas de austeridad. Los asalariados no pueden ser los únicos que paguen la irresponsable especulación de ciertas instituciones financieras». Así, según la CES, las consecuencias de la crisis deben compartirse entre los trabajadores y los especuladores del capital financiero. El secretario general de la CES, John Monks, acudió a la concentración de liberados sindicales celebrada el pasado día 9 en Vista Alegre y bendijo las políticas de la Unión Europea y de Zapatero a lo largo de los últimos años: «Si no hubiera habido una potente, pero cara intervención estatal, muchos de los bancos más importantes del mundo se habrían hundido. En los primeros años de la crisis, los gobiernos generalmente mantuvieron la calma, salvaron a los bancos, mantuvieron el estado del bienestar, y mantuvieron el gasto público. El gobierno español actuó de manera ejemplar en ese momento». Pero ahora, llegado el momento de los sacrificios, debía mantenerse el diálogo «para repartir mejor las consecuencias de la crisis».

Es la Unión Europea, respaldada por el Fondo Monetario Internacional, la que impone los planes de ajuste favorables al capital financiero y oligopolista y amenaza con sanciones a los Estados que se apartan de esa orientación. Ningún gobierno de Eurolandia puede realizar una política favorable a los  trabajadores, pues se halla supeditado a las directrices definidas por la UE y el FMI y vehiculadas por la CES. Y ninguno de los grandes sindicatos europeos puede actuar en defensa del conjunto de los trabajadores, puesto que se somete a la política de «reparto de sacrificios» preconizada por su confederación europea. Ésta es consciente de que en la tensa situación social que vive Europa, es necesario organizar algunas protestas, si se quiere que los grandes sindicatos puedan seguir siendo instrumentos útiles para la “construcción europea”. Y, a cambio, pide a la Comisión Europea algunos gestos que le permitan mantener ese juego.

 

Una válvula de escape

Todo esto se ha trasladado a la escena española en la forma esperpéntica que le es propia. Los grandes sindicatos han organizado una huelga general con la complicidad del gobierno, en oposición palabrera a la política que ha hecho el gobierno con la complicidad de los sindicatos.

Naturalmente, hay quien sostiene que toda la vida es sueño. Por ejemplo, los sectores arqueo-sindicalistas de UGT y CCOO y la extrema izquierda que les baila el agua, que han presentado esta huelga como una dramática contraposición revolucionaria entre Capital y Trabajo. Pero, históricamente, en el mejor de los casos, los sindicatos no han sido ni podían ser otra cosa que organizaciones del trabajo en tanto que “capital variable”, implicadas en la mejora del precio de su mercancía. Y hoy, en nuestro caso, ni siquiera son eso: se han convertido en aparatos laborales de la monarquía de los banqueros, que viven gracias a su respiración asistida.

El PP, por su parte, ha querido ver en lo que estaba ocurriendo un signo de disgregación de la izquierda. Pero si unos miembros del PSOE votan la reforma laboral en las Cortes y los dirigentes del sindicato de cabecera del PSOE, la UGT, impulsan una huelga general, ello obedece tan sólo al reparto de papeles en una representación teatral.

La jornada festiva del 29-S, organizada por los semi-funcionariales sindicatos CCOO y UGT, apéndices del régimen y correas de transmisión de la izquierda del Capital, ha sido alentada por el propio gobierno del PSOE para mayor distracción e inocuo desfogue de los trabajadores votantes de la izquierda y para volver a insuflarles aire electoral zapateril. También para Zapatero era importante disponer de una válvula de escape mediante una jornada como la del 29-S. Ante todo, no podía dejar caer a los grandes sindicatos, esenciales puntales del régimen. A lo que se suman sus manifestaciones de «respeto» y sus loas a la «actitud responsable de UGT y CCOO», un intento de inversión de cara al futuro electoral.

 

Un resultado peor del esperado por Zapatero

Resulta, sin embargo, que la huelga general de UGT y CCOO no sólo ha resultado un fracaso, como estaba previsto, sino incluso un fiasco peor que el esperado por el gobierno de Zapatero que, apesadumbrado, ha tratado de ocultar la bancarrota sindical no queriendo «entrar en la guerra de cifras».

CCOO y UGT, al aceptar el recambio del sindicato vertical franquista por otro marco neo-corporativista de comités de empresa y delegados de personal, han sacrificado la existencia de fuertes secciones sindicales. Carecen de fuerza en la base de los centros de trabajo y de capacidad para someter sus propuestas a una dinámica asamblearia. El 29-S ha sido organizado mediante una agitación cupular de corte institucional y mediático y el despliegue de una cutre “kale borroka” al por mayor mediante piquetes en las puertas de las empresas.

Los datos que van aflorando indican que la mayoría de la población trabajadora en los servicios, el comercio, las administraciones públicas y la pequeña y media empresa industrial ha dado la espalda al engañabobos del 29-S. La huelga sólo ha tenido incidencia en determinados sectores del transporte y algunas grandes fábricas, principalmente factorías del automóvil, en los polígonos industriales. Esas fábricas, donde se concentraron los piquetes más nutridos, son además las que mayor incidencia tienen en el consumo eléctrico. El descenso del 15,5% de la demanda de electricidad en la mañana del 29-S, según datos de Red Eléctrica recabados por Efe, corresponde a un seguimiento de la huelga inferior al 10% en el conjunto de la economía española.

A los embustes de UGT y CCOO sobre un seguimiento de la huelga cifrado en un 70%, se une la pretensión de 500.000 asistentes a la manifestación de Madrid. Según el cómputo efectuado por la empresa Lynce para la agencia Efe, 17.228 personas han recorrido el trayecto entre la glorieta de Neptuno y la Puerta del Sol en la capital. Los datos facilitados por esta empresa tienen un margen de error al alza del 15%, que podría elevar el número de asistentes a la marcha hasta 19.812. Una corrección similar podría efectuarse en cuanto a las manifestaciones de Barcelona y Valencia.

 

Un fracaso del régimen

Aunque el 29-S hubiese alcanzado las cotas mitificadas de la huelga general del 14 de diciembre de 1988,  Zapatero no hubiese podido comprometerse a reenderezar en lo más mínimo su bandazo neoliberal, so pena de que desde la UE y el FMI le retorciesen las orejas. Zapatero no puede retirar el plan de ajuste, devolviendo dinero a los funcionarios, descongelando las pensiones y anulando los recortes de las inversiones en infraestructuras. No puede derogar la ley de reforma laboral. Los aspectos esenciales de la reforma de las pensiones, retraso de la edad de jubilación y ampliación del número de años para el cómputo de su cuantía, están más que decididos en los foros del capital financiero “supranacional”.

Dado el fracaso sin paliativos de la huelga general de CCOO y UGT, cabe, en teoría, su aprovechamiento por Zapatero para justificar sus políticas de ajuste. «La ciudadanía ha comprendido que no hay más remedio que tomar estas medidas». Pero Zapatero es consciente de que el gigantesco boquete abierto entre la población trabajadora y los grandes sindicatos no puede significar un éxito para el gobierno. El sindicalismo del régimen ha fracasado y, Zapatero verá debilitado uno de sus puntos de apoyo fundamentales. Le queda un llamamiento desesperado a la reincorporación de los bonzos sindicales a las mesas del diálogo social, para que arrimen de nuevo el hombro al expolio de los trabajadores. Le queda la demagogia en torno a un «incremento de la presión fiscal sobre los ricos», puramente simbólica pues los ricos ya se han llevado, o se llevarán, su dinero a buen resguardo. Y, por supuesto, le queda el milagroso bálsamo del redoble de subvenciones a los sindicatos. Pero nada será como antes del 29-S.

El PP ha seguido todo este proceso poniéndose de perfil, con la excepción de la lideresa Aguirre, que ha tratado de sacar pecho neoliberal desaforado. Y hay que reconocer que Zapatero acertó de pleno, al atacar a Rajoy, en su reciente comparecencia en Zaragoza: «Rajoy estuvo dos años diciéndome que lo más importante es hacer una reforma laboral. El Gobierno la presenta con medidas concretas, y entonces el PP sale corriendo. No quieren decir nada porque no tienen el coraje, la valentía de decir  “este es mi modelo”». Pero con estas palabras, Zapatero se pega él mismo un escopetazo en el pie. Derecha e izquierda, la misma…

Ahora bien, este fracaso sí ha sido aprovechado por la derecha mediática, dígase liberal o no. Ha aprovechado el rechazo popular al sindicalismo juancarlista para atacar con ferocidad desde sus televisiones, periódicos y radios a todo lo relacionado con los derechos y las luchas de los trabajadores españoles. El 29-S ha sido una oportunidad pintiparada para ejercer de fiel y vocinglera infantería del poder económico. Sus ataques no se han limitado a Méndez, Toxo y los suyos, sino que han tirado por elevación sobre el conjunto de los trabajadores españoles dentro de la ofensiva de aquel en pos de más desregulaciones, privatizaciones, abaratamiento del despido, desprotección social… en nombre de la “libertad”.

 

La extrema izquierda del capitalismo

En cuanto a la extrema izquierda, ya dijimos en esta página que no hay nada nuevo que resaltar. Si para Toxo el 29-S era una «gran putada» que los grandes sindicatos se han visto obligados a montar, para la extrema izquierda es un punto de arranque de esplendorosos porvenires “revolucionarios”. Pero, ¿quién organizará esos porvenires? Pues Toxo y Méndez, o quienes les sucedan, ya que son los únicos con “capacidad de convocatoria de la clase”. Y así llevan 30 años, esperando que CCOO y UGT cambien, siempre con lo mismo: que si ahora no es el momento, que si beneficia a la derecha, que si vienen elecciones, que al menos es un paso, que si primero hay que luchar y luego criticar… 30 años haciendo de comparsas en los piquetes de CCOO y UGT, o en sus manifestaciones, sea en cortejos aparte o en la cola, siempre olisqueando las boñigas que van dejando los grandes bonzos sindicales. Que les vaya bonito.

 

El Partido Nacional Republicano entiende que la lucha contra el capitalismo debe comenzar con una lucha socialista auténtica contra los grandes aparatos sindicales, contra el cretinismo parlamentario y contra toda forma de unidad con las corrientes socio-liberales, sean políticas o sindicales, o de supeditación a las mismas. El fracaso del 29-S abre una brecha en el frente sindical que deberán colmar las alternativas de acción directa y auto-organización de los trabajadores.