El próximo 25 de mayo, los europeos han sido convocados para legitimar con su voto la UE que, por muchas elecciones que celebre, es una organización antidemocrática y antisocial. En nombre de una pretendida supranacionalidad europea, Eurolandia sobrevuela la soberanía nacional-popular de los estados y pueblos que la integran para imponer los intereses de los oligopolios del gran capital. «Más Europa» significa, tal y como nos está mostrado esta crisis económica, la demolición implacable bajo las premisas del liberal-capitalismo de las naciones más débiles de la Eurozona en aras de la competitividad alemana –que persigue privilegiar su posicionamiento en el mercado mundial frente a otros polos de concurrencia–, precipitándolas al abismo mediante una política deliberada de devaluación interna y el desmantelamiento concienzudo de los aparatos públicos de prestación, cobertura social, inversión e infraestructuras.
No se decide nada con la reelección del parlamento europeo ni rivalizan dos proyectos antagónicos en estos comicios de mayo, una Europa social versus la Europa de la austeridad. Pese a los empeños de la socialdemocracia por diferenciarse con el discurso de que es posible propiciar un giro en Europa, por el contrario, como ejemplifica el reciente gobierno de gran coalición alemán o el socialdemócrata de Hollande y los recortes de su primer ministro Valls, las familias partitocráticas europeas, socialdemócratas y conservadores, son complementarias y funcionales al servicio de los oligopolios y las oligarquías financieras. Con el pretexto de la recuperación y el crecimiento económico la izquierda y la derecha del capital seguirán erosionando con su común ideología neoliberal las condiciones de vida de los trabajadores europeos.
El parlamento europeo es una fachada de cartón piedra, una institución sin poder efectivo que recoge a políticos amortizados por las partitocracias de sus respectivos países de origen y a formaciones marginales con aspiración a pisar moqueta, aunque sea en Estrasburgo. El núcleo de decisiones se adopta en otros parlamentos, como el Bundestag, en las cancillerías influyentes de Europa y sedes supuestamente técnicas e independientes, como la Comisión y el Banco Central europeo.
Pero aunque el Parlamento Europeo estuviera dotado, más allá de los irrisorios mecanismos de «codecisión», de las atribuciones de control e iniciativa que algunos reclaman para contrarrestar el déficit democrático de la UE, esta institución no es el marco donde una ciudadanía europea inexistente deposita su voluntad cuya plasmación ejerce el superestado que nos presentan las idílicas ensoñaciones del europapanatismo: Eurolandia es una caterva de estados con intereses contrapuestos a remolque de Berlín en lo político-económico, y vasallos todos de Washington en el plano diplomático-militar. Después de haber desmantelado los conglomerados productivos e industriales competidores de la periferia de Europa a cambio de bagatelas, como los fondos estructurales y de cohesión, cautivó a estos países con préstamos reconvertidos ahora en deuda pública cuya reintegración implica el sometimiento a reformas de estructura, la condena a la colonización económica y el empobrecimiento en masa de sus ciudadanos.
La UE tampoco ha procurado la paz y estabilidad al continente. Las intrigas del Euro-Reich en Centroeuropa y los Balcanes se han saldado con la desmembración de varios estados europeos y la intervención criminal de la OTAN: Checoslovaquia, Yugoslavia y Kosovo. Actualmente, las ambiciones de Merkel en el Este le han llevado a Ucrania, empujando a este país a una espiral de violencia y trayendo la tensión a las fronteras de Europa con vecinos como la Federación Rusa.
Los buenos europeos no pueden identificar la UE como el proyecto de una Europa democrática y socialmente avanzada. Antes bien, esta sólo podrá surgir mediante la demolición de la actual UE, un enclave capitalista a la cola del mundo que sirve de plataforma al imperialismo germano que, a estas alturas, ya no precisa siquiera acompañarse de Francia para guardar las apariencias de su indisimulada hegemonía.
Claro que los españoles debemos participar el 25 de mayo: en contra de los candidatos de la partitocracia borbónica y Eurolandia, mediante la abstención activa.
Por nuestra soberanía e independencia nacional, por nuestro futuro:
¡no al pago de la deuda! ¡no al euro! ¡ruptura con la UE!
El 25 de mayo, ¡no votes!