Aznar ha sido erigido en referente moral de la derecha en general y, en particular, del llamado sector constitucionalista. No en vano, bajo el mandato de Aznar se cocinó una versión castiza del “patriotismo constitucional” habermasiano, suerte de españolismo de impronta liberal, que pretendía aglutinar a los intitulados no nacionalistas en torno a la constitución del 78, entendida como Talmud de la esencia de España. Y ello frente al embate de los nacionalistas, los secesionistas catalanes y vascos, si bien el gobierno popular compadreó intensamente con ellos durante su primera legislatura. Desde 2008, entre los elementos más incondicionales del ex mandatario se contempla a su sucesor, Mariano Rajoy, como un renegado, que ha traicionado el legado del caudillo vallisoletano.
Con ocasión de un congreso de los populares, el presidente del FAES saltó a la palestra por sus, aparentemente, polémicas declaraciones en relación al estado autonómico, cuyo eco se ha prolongado hasta la reciente cumbre del PP en Sevilla. Desde su torre de marfil el ex presidente popular se permitió censurar el aciago presente, como si estos lodos no vinieran de aquellos polvos con los que él mismo aderezó un periodo que la nebulosa liberal-conservadora nos presenta como época dorada.
«Incompetente, incapaz e insolvente»
Con estos calificativos despachó el ex presidente al actual ejecutivo de Rodríguez Zapatero y como ejemplo de la «situación insostenible» que se vive, señaló que España es «un país intervenido de hecho». Según Aznar, desde el actual gobierno «no se está ejerciendo un programa electoral ni tampoco una convicción, se están cumpliendo unas obligaciones desde fuera».
Ciertamente, España está intervenida. Y no sólo intervenida; se halla, además, en vías de colonización. Sin embargo, contrariamente a los que sostiene Aznar, el ejecutivo de Zapatero aplica con circunspección las instrucciones de la UE y el FMI: el PSOE ha acometido la reducción de las retribuciones de los funcionarios, congelación de las pensiones, desregulación del mercado laboral, reforma del sistema de pensiones, privatizaciones (AENA, Lotería Nacional y, previsiblemente, ADIF y RENFE), bancarización de las cajas de ahorro, y demás políticas antisociales, hasta el punto que ha arrebatado al PP las tres cuartas partes de su programa neoliberal. Parece, entonces, que el único reproche hacia Zapatero es su falta de determinación y eficiencia en la imposición de medidas dictadas por Bruselas.
¿Cuál es la actual alternativa del PP y de Aznar? ¡Convocar elecciones cuanto antes! ¿Cuál es su oferta programática? Superar la “incompetencia”, “incapacidad” e “insolvencia” del PSOE. Es decir, la oferta programática del PP se reduce a una gestión eficiente del programa neoliberal, antinacional y antisocial, que, en lo esencial, comparte con el PSOE.
Con ello, el PP revela una vez más su verdadera función dentro del régimen: la de suplente tecnocrático del partido principal del mismo, el PSOE, encargado de “gestionar” y “arreglar” sus estropicios mientras se recompone.
«Armas de destrucción masiva»
Pero, ¿cómo se ha llegado a esta situación? Rodrigo Rato, quien fuera superministro de economía del gobierno popular de Aznar, fue el impulsor en España del modelo económico basado en el ladrillo y la importación masiva de mano de obra extranjera. Las privatizaciones se sucedieron en oleadas en ese mismo periodo y el endeudamiento privado de entidades crediticias y particulares inició su escalada ascendente, alentada por un gobierno que alardeaba del ingreso de España en el Euro, engendro de la UE. A instancia de Eurolandia se promocionó una política de expansión crediticia sin precedentes basada en los bajos tipos de interés.
Aznar nos metió en una guerra ajena a los intereses de España, la guerra de Bush contra Iraq, con el mentiroso pretexto de las armas de destrucción masiva en manos de Sadam. Pero fue Aznar quien inició el sometimiento de España a una real y desintegradora arma de destrucción masiva: el dogal de la deuda.
El gobierno del PSOE surgido de la matanza del 11-M, no sólo adoptó la falaz tesis del atentado islamista, sustentada en la destrucción de pruebas e introducción de pruebas falsas ordenadas por el propio gobierno de Aznar desde la misma mañana del 11-M. Además, hizo suyo en lo esencial el mismo modelo económico, añadiendo el discurso de sostenibilidad, con las energías renovables y los molinillos como coartada para alimentar a coste del erario público a sus clientelas. La burbuja inmobiliaria heredada de los tiempos de Aznar siguió inflándose durante cuatro años más; pero tenía que pinchar tarde o temprano, con o sin crisis internacional, con o sin Zapatero.
«Estado inviable»
Así se refirió al estado de las autonomías José María Aznar, aseverando «no podemos tener diecisiete instituciones que hacen lo mismo. Esto no podemos sostenerlo. Nuestro estado tal y como está configurado no es viable y, financieramente hablando, también es absolutamente inviable».
Nuevamente, se le podría dar la razón a quien cuando fuera presidente pactó en su primera legislatura con el voraz nacionalismo vasco y catalán para los que, en contrapartida a su apoyo, reformó el modelo de financiación autonómico y cedió a las comunidades autónomas la recaudación del 30% del IRPF. Más aún, ya en su segunda legislatura, culminó el traspaso de competencias a las comunidades autónomas en materia de educación y sanidad.
Según Aznar «alguien le tiene que poner el cascabel al gato» y «el PP tendrá que tomar decisiones importantes ante esta situación límite». Para ello animó al líder del PP, Mariano Rajoy, a buscar «una gran mayoría política», ya que «el próximo gobierno tendrá que hacer unas cosas tan importantes que no puede haber una mayoría relativa» y, ni mucho menos, estar en «las rencillas nacionalistas».
Pero su pupilo, Mariano Rajoy, se niega a compartir el monopolio de los equívocos. Por ello se ha apresurado a deshacer los malentendidos a que pudieran haber dado lugar las palabras de su mentor en referencia a la cuestión de las autonomías y ha afirmado que «no se trata de hacer una enmienda a la totalidad». Posteriormente, ha añadido que «está a favor del Estado de las autonomías» porque «ha sido muy útil para los españoles», por si alguien llegara a pensar que el PP pretende interferir en la hoja de ruta confederal del régimen juancarlista, del que este partido forma parte. A estas declaraciones se ha sumado el resto del séquito popular con loas al estado autonómico.
El propio Aznar ha tenido que matizar sus palabras. Se limita al deseo de «hacer racional y sostenible» el estado autonómico con «ideas razonables y razonadas». Como no podía ser de otra manera, en coherencia con su constitucionalismo militante, ha llamado «a recuperar el gran pacto de 1978» y ha convocado a «la nación española» a «recuperar el Estado de las autonomías plasmado en la Constitución; una nación que tendrá que fortalecer lo que nos une». Esto es, se ha autoproclamado ferviente defensor del aquelarre autonómico, de las «diecisiete instituciones que hacen lo mismo» y ha emplazado al extinto pueblo español a arropar este modelo de distribución territorial de poder que, alentado por el juancarlismo y consagrado por la constitución, nos ha liquidado como nación para alzar contra España otras “naciones” y “realidades nacionales”, como la catalana, vasca, gallega y las que le seguirán.
Con todo, al final de la corrida, y enmendada la plana, para Rajoy la cosa quedaría en conminar a las autonomías a la austeridad y en fijar a lo sumo, un techo de gasto que exigirán los nuevos planes de ajuste que vendrán impuestos más pronto que tarde por la UE. Todo ello acompañado de hueras palabras sobre la unidad de mercado y la igualdad de los españoles. Además, ¿quién va a pensar que el PP va a finiquitar el modus vivendi autonómico de las filiales regionales de la partitocracia borbónica?
En alusión al circo del senado con traductores simultáneos, para quien decía hablar en catalán en la intimidad y aprovechó alguna ocasión para hacerlo también en público, «la situación de España no está para bromas ni para pinganillos». Cabe recordar que el PP, ha promocionado la inmersión lingüística en nombre de la cooficialidad constitucional en todas las comunidades autónomas bilingües donde ha gobernado.
ETA buena, ETA mala
Aznar también ha mencionado el actual proceso de colaboración que mantiene el ejecutivo del PSOE con la banda separatista: «yo digo no que hay una ETA buena y una ETA mala, una Batasuna buena y una Batasuna mala, cuando todos sabemos que sólo hay una. Quieren que alguien ceda para volver a las instituciones, cobrar dinero y volver a amargarnos la vida».
Había transcurrido poco más de un año del abominable asesinato de Miguel Ángel Blanco y Aznar embelleció a esa ETA buena y mala bajo la denominación de Movimiento de Liberación Nacional Vasco para iniciar negociaciones con la banda terrorista, tras el alto el fuego de 1998. Los populares, como todas las formaciones del régimen coinciden en favorecer una salida negociada a ETA, con las contraprestaciones que ello comporta. Según la hoja de ruta confederal del régimen, se ha de coronar el proceso con la inserción de la nación vasca en el pastiche autonómico y la rehabilitación de los etarras. La derrota de ETA, esto es la persecución, procesamiento, encarcelamiento y cumplimiento íntegro de las penas de los etarras y sus colaboradores, así como la prohibición de los partidos separatistas, no figura ni ha figurado nunca en la agenda del PSOE ni de los populares.
El candidato de Aznar
Para decepción de los aznaristas, Aznar ha declarado su amor a Rajoy mientras dejaba en la estacada a Cascos. Y en Sevilla, una semana después, se le ha entregado en cuerpo y alma, quizá embriagado por las dosis de euforia que inyectan los sondeos demoscópicos: «querido Mariano, sabéis que podéis contar conmigo». Perro no come perro.