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¿Otra huelga general civilizada?
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Como resultado de la gloriosa huelga general del 29-S sus promotores, CCOO y UGT, habían anunciado una «rectificación de la política del gobierno».

A nadie se le oculta que esa pantomima sindical no ha alterado ni un milímetro la ejecutoria oficial, impuesta por los bancos, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Sigue en pie la reducción de las retribuciones de los empleados públicos y la congelación de las pensiones, a lo que se ha sumado la aprobación de la reforma laboral, que ya propicia una cascada de “despidos objetivos” baratos, y un incremento del IVA, que ha hundido a grandes franjas de pequeños negocios.

En noviembre ha tenido lugar el desplazamiento formal de Zapatero y su talante bonito y el encumbramiento de Rubalcaba, hombre fuerte de la nueva situación que exigen el capital financiero centro-europeo y yanqui.

Y ya en diciembre, bajo la presión de esos “mercados”, nuevo recrudecimiento de la guerra social contra los trabajadores. El rey, arropado por los banqueros y grandes empresarios convocados por él mismo, da la señal de urgencia de un golpe de timón. No se hace esperar: nuevas subidas de impuestos especiales, retirada del auxilio de los parados que ya ha agotado las prestaciones por desempleo, privatización parcial de AENA y las loterías, declaración del estado de alarma y militarización de los controladores aéreos, aceleración de los trámites de la reforma de las pensiones que aumenta los años para el cálculo de su cuantía y retrasa la edad de jubilación, anuncio de nuevas privatizaciones en la RENFE, televisiones públicas, etc.

Tras el 29-S, la iniciativa más destacable de los sindicatos del régimen ha sido sumarse al linchamiento de los controladores aéreos y al apoyo al estado de alarma. UGT lo ha hecho de modo frenético; en cuanto a CCOO, su secretario de organización, Fernando Lezcano, ha declarado que «nada justifica la conducta de los controladores de desprecio a la ciudadanía y a la práctica reivindicativa de los derechos laborales, al ignorar la secuencia legal y pactada de convocatoria de una huelga». Nada muy distinto a lo que pudo manifestar, en su día, un ministro de trabajo de Pinochet.

Pero algo más tenían que hacer esos sindicatos y el 18 de diciembre convocaron diversas manifestaciones y concentraciones bajo el lema de «La movilización continúa. No a los 67 años». En la concentración de Madrid, Fernández Toxo lanzó una amenaza: si se eleva la edad de jubilación hasta los 67 años «habrá otra huelga general, y la habrá en enero». Méndez fue más prudente y, de momento, escurrió el bulto. Se limitó a advertir al presidente del gobierno «que no va por el buen camino y que si cruza la “línea roja” de las pensiones tendrá que enfrentarse a más tensión en las calles».

Esa “línea roja” tiene su truco. Los jefes de UGT y CCOO se resisten a lo de los 67 años y proponen una “jubilación flexible”, que incluya el retraso “voluntario” de la edad de jubilación. Pero si se aumenta el periodo de cotización necesario para acceder al sistema de pensiones, con lo que se rebajará la cuantía de las mismas, y se alarga también el tiempo exigido para percibir la pensión completa, se forzará a millones de trabajadores a retrasar “voluntariamente” su jubilación si quieren sobrevivir.

El llamado sindicalismo alternativo, dirigido por la extrema izquierda leninista o anarquista bulle alborozado. [1] Ahora tiene una nueva oportunidad de ponerse a remolque de la «capacidad de convocatoria de CCOO y UGT», con el pretexto de «desbordar a la derecha sindical». [2]

¡Cuán grotesco parece hoy el griterío de «que viene la derecha»! ¿Quién puede negar que derecha e izquierda son la misma mierda? El PSOE en el gobierno es una síntesis concentrada de privatización, desencadenamiento de los ataques neoliberales rabiosos contra los trabajadores, proclamación de los estados excepcionales e intervención militar en los conflictos sociales. Izquierda Unida, por su parte, profiere algunas críticas al giro neoliberal del PSOE pero, por su incapacidad para romper con el capitalismo, pretende que volvamos a la etapa keynesiana del “Estado del Bienestar” que el capitalismo derrumba en todas partes.

¿Incumbe a los grandes sindicatos un difícil papel de “contestación” institucionalizada y subvencionada?

Se oponen a las “huelgas salvajes”: aislaron la huelga del metro en Madrid y se han apuntado a la demonización y doblegamiento de los controladores aéreos. Y han inventado lo que podría denominarse huelgas generales civilizadas, cuya finalidad es, invariablemente, «que el gobierno adopte otra política para salir de la crisis». ¡Como si los actuales planes de ajuste fuesen un capricho del gobierno del PSOE! Se trata de huelgas generales limitadas a un día, respetuosas con los cauces establecidos por la monarquía de los banqueros, con su «secuencia legal y pactada de convocatoria» y sus correspondientes preavisos y servicios mínimos. Nada de “salvajismo”, por Dios.

En definitiva, huelgas zombis, cualquiera que fuere su seguimiento. Residuos devaluados de mitos de otros tiempos, como la huelga general soreliana del anarcosindicalismo, o la “huelga general política” que Carrillo y CCOO predicaban contra Franco y jamás convocaron. Montajes diseñados para cerrar el paso a la acción directa, “salvaje”, de masas y para la propia autolegitimación de los grandes aparatos sindicales. Junto con las ceremonias del circo electoralista anunciadas para mayo, tratan de evitar cualquier resistencia seria de la población trabajadora ante la catástrofe económica.

Más aún, son complemento obligado de la proclamación de situaciones de excepción y militarizaciones, en el intento de evitar su desgaste prematuro.

 

Notas

[1] Si hemos hablado de la necesidad de un socialismo mayor de edad, es por la necesidad de dejar atrás a las dos grandes ramas del socialismo que se desplegaron en el siglo XIX. Por una parte, la libertaria (Proudhon), que aparece como infancia pequeñoburguesa del socialismo, representativa de la nostalgia del artesano y su “autogestión”. Por otra, la “autoritaria" (el marxismo de Marx), etapa de adolescencia burguesa del socialismo, en la que contrajo una sífilis economicista y de mesianismo seudo-científico que ha gangrenado los esfuerzos de millones de trabajadores. Con el fin de la I Internacional y la bendición al nacimiento de la II, Marx y Engels dieron pie a un movimiento centrado en el sindicalismo y el parlamentarismo, mediante los cuales se avanzaría gradual y pacíficamente en una sociedad sin clases. Esto estaba en completa bancarrota a comienzos del pasado siglo. Entonces irrumpió el comunismo leninista, cuyo fruto en Rusia fue la implantación de un proceso de acumulación capitalista por métodos totalitarios. En Occidente, el leninismo supuso una fractura parcial con formas de lucha y organización propias de la socialdemocracia, fracturas que no tardaron mucho en reabsorberse. Tras embarcarse con pretextos tácticos en vías de fetichismo sindical y cretinismo parlamentario, puede constatarse que a finales de los años 30, salvo en algunos países, había retornado a las sendas prácticas de la socialdemocracia, mientras ésta se trasmutaba en inane social-liberalismo. Si desde ese tiempo ha podido seguir hablándose de comunismo ha sido debido al radical giro “nacional-comunista” de Stalin, que más tarde abriría la senda de las “revoluciones nacionales anti-imperialistas” en China, Indochina, etc. Nada que ver con el marxismo de Marx, ni con su “proletariado virtuoso” y muy poco con los discursos de Lenin.

Para profundizar en las críticas del PNR a la estrategia leninista en Occidente: http://www.pnr.org.es/el-parlamentarismo-revolucionario-leninista

[2] Incidentalmente, cabe aludir a una muestra del callejón sin salida en que se hallan los elementos más críticos de ese sector “alternativo”. En el mismo día 18, y también en Madrid, se celebró una manifestación convocada por Solidaridad Obrera, que se presenta como la fracción más radical del anarcosindicalismo. Los convocantes se lamentaron de «la falta de apoyo de los demás sindicatos alternativos» para justificar que la manifestación se limitase a 100-200 personas. Como aspectos positivos hay que destacar en ella se corearon cosas como «Sí, sí, unidad, pero para luchar», «Zapatero: regalas a los bancos lo que robas al obrero», «comisiones y ugeté: sindicatos del poder». Pero al final se impusieron los tics mitológicos del sindicalismo: «Hay que convocar: ¡huelga general!». Naturalmente, a Solidaridad Obrera le gustaría que esa huelga general la convocase el “sindicalismo alternativo”, y que lo hiciese «fuera de los cauces del sistema, que son comisiones y ugeté». Pero la negativa de ese “sindicalismo alternativo” determina «que otra vez más nos veamos abocados a sumarnos a la huelga que convocan los sindicatos del sistema». Otra vez con lo de siempre; el burro dando vueltas a la noria.