La cuarta convocatoria de elecciones generales en menos de cuatro años ha enfadado a no pocos expañoles que reducen su condición ciudadana a depositar un voto en una urna para elegir a alguien que decidirá por ellos durante, por lo menos, cuatro años porque hacerlo más a menudo es un incordio y una molestia.
El Partido Nacional Republicano asiste con atención al espectáculo del enfrentamiento aparente de las distintas facciones del régimen del 78. Y con indiferencia a esta nueva cita electoral, ante la cual vuelve a levantar la bandera de la no participación en la misma, mero refrendo plebiscitario de un sistema político, ya no inoperante en los últimos cuatro años, sino origen y fin de la decadencia vital de la nación española.
Los mismos que se escudan en la constitución de 1978 y en aquel supuesto “clima de consenso” en el que se pergeñó ignoran y esconden que es el mismo foco de los males, de la infección que carcome las entrañas de España y los españoles. La esperada confirmación del desembarco parlamentarista de Vox es lo único novedoso con respecto a las pasadas elecciones de mayo. Como ya dijimos entonces, Vox no deja de ser un partido moralmente conservador, económicamente neoliberal y neocon en política exterior. Pero a causa de la “crisis institucional” exacerbada por la agitación, permitida y consentida, de jóvenes criados en el odio a España durante cuarenta años de “autogobierno catalán” en las calles de Barcelona muestra su identidad como expresión radicalizada del constitucionalismo. Ahí se acaba su patriotismo, en la defensa de una constitución que reconoce la existencia de naciones distintas a la española bajo el disfraz de “nacionalidades” y de una jefatura de Estado, heredada dinásticamente, que sancionó y celebró esa aberración.
Bien es cierto que la existencia política de Vox ha esclarecido aun más la geometría política a ojos de millones de españoles, que han podido comprobar lo numerosa que es la facción de la anti-España y la ridiculez efectiva de la pseudo-España a la hora de articular un discurso nacional medianamente coherente. Todos quedan amparados por el paraguas constitucional, todos. Porque los separatistas vascos, catalanes y demás pelaje también son régimen. Como lo son el PPSOE, Ciudadanos, Podemos o Vox. O el Pacma y los Escaños en Blanco.
Frente a esta amalgama no hay otra posición digna para un nacionalista español que la abstención activa, la no participación en las elecciones generales del régimen. Porque para que España viva, la Constitución del 78 debe morir. La instauración de una República nacional, unitaria, presidencialista y socialista no será consecuencia de los votos en las urnas. Será el resultado de la labor de auto-organización y lucha política de los españoles conscientes de su trascendencia histórica. Sólo cabe el rechazo pleno, total, de un régimen que lleva en su esencia la propia negación de la Nación y la semilla de su destrucción. Ese rechazo sólo tiene una posible expresión ante el próximo 10 de noviembre: ¡ni un voto al régimen del Borbón!
¡Viva España!
¡Abajo la monarquía de los banqueros y las autonomías!