Un imperialismo depredador cuenta para expandirse con diversas armas. Dos de ellas son fundamentales: la guerra y la deuda. Pero no todos los polos imperialistas disponen de esas dos vías.
Durante décadas, el imperialismo estadounidense ha jugado en Iberoamérica, África y Asia con las dos armas. Ante la presente crisis del capitalismo, parece cada vez más evidente que la única salida capaz de asegurarle un nuevo periodo de prosperidad será una guerra devastadora contra Irán, Siria, Líbano… quizá Paquistán, que le saque del pantano en que se ha sumido en Afganistán. ¿Qué conseguiría con esto? Reactivación paroxística del complejo militar-industrial, uno de los motores fundamentales de la economía de EE.UU, botín de fabulosos recursos energéticos, gigantescos negocios de reconstrucción. En el ínterin, está aprovechando la impotencia de la UE a la hora de poner orden en su desbarajuste interno: se ha apuntado, a través del FMI, al estrangulamiento del Sur de Europa a través de la deuda.
La UE es otro enclave imperialista, nucleado por Alemania y su Mitteleurope y guarnecido diplomáticamente por Francia, a cambio de financiarle su agricultura, permitirle la extensión de algunas superficies comerciales y la fabricación de coches de gama media. Francia está pagando su presencia política en el eje Berlín-París con un constante retroceso industrial. Es lo que les pasa a las ollas de barro cuando quieren viajar en una misma alforja con ollas de bronce.
Países con estructuras económicas frágiles, como Grecia, Portugal España, Irlanda, etc. fueron arrastrados por sus oligarquías financieras y políticas a una integración en la UE. El primer resultado ha sido el desmantelamiento de gran parte de sus enclaves productivos nacionales. El segundo, su hundimiento en descomunales endeudamientos, privados y públicos, con los bancos y sociedades de inversión del Euroreich.
Eurolandia cuenta principalmente con el arsenal de la deuda para mantener sojuzgados a esos eslabones débiles, y el euro es arma esencial de su panoplia. Por ello son improbables expulsiones del euro o diversificaciones del mismo. Lo más previsible es un refuerzo despótico de la eurocracia de Bruselas, –la «gobernanza europea»– al servicio de Berlín y del capital financiero centroeuropeo. Este capital prestamista intentará cobrar lo que pueda de los bancos y grandes empresas deudoras de los países a los que despectivamente ha llamado «cerdos» (PIGS), aunque para ello les permita reestructuraciones de su deuda. Y tratará de resarcirse del resto mediante la imposición de draconianos planes de ajuste y la colonización pura y dura. En el caso de Expaña, está muy claro: salarios y condiciones de trabajo propios de los albores de la industria, incremento imparable de impuestos, privatización de servicios públicos, penetración masiva en las redes de comercialización, en la industria agroalimentaria y en el propio espacio financiero, tras la transformación de las cajas en bancos privados y el abandono de sus participaciones industriales, que será adquiridas a precio de saldo por el capital extranjero.
Las grandes víctimas de esta catástrofe serán, como siempre, las masas del pueblo trabajador, que constituyen la inmensa mayoría de Expaña y, sobre todo, son las que producen sus bienes, aseguran el funcionamiento de sus servicios y manejan los instrumentos técnicos, simples o complejos, que lo hacen posible. ¿Cuál debiera ser su principal exigencia?
El Partido Nacional Republicano considera que debería ser la exigencia de soberanía nacional, enfrentada al euroimperialismo y el FMI que hoy lo respalda y asesora. Esa exigencia se traduciría en el abandono del euro, el no reconocimiento de la deuda y la ruptura política con la UE. Pero tendría que dirigirse, a la vez, contra el poder del gran capital español que nos ha encadenado a Eurolandia y contra el régimen monárquico que organiza su hegemonía.
Ni la soberanía nacional ni la edificación de un orden social racional y justo son posibles sin decididas incursiones socialistas contra nuestro sistema financiero y oligopolista. Hacen preciso un socialismo de potencia y de justicia, con puntos de arranque en la socialización de bancos y cajas y la constitución de un Banco público único, con potestad de emisión de moneda; y en la socialización de los sectores estratégicos, grandes servicios y la energía, con recurso principal a la nuclear.
No cabe duda de que, tarde o temprano, el pueblo trabajador español alzará su resistencia. Pero es necesario advertir que los clamores puramente sociales de poco sirven. Como condición de victoria, los clamores sociales tienen una conclusión nacional ineludible. Y esta conclusión no tiene que ver con lo futbolístico o lo taurino, con todo el respeto que puedan merecer esas aficiones culturales. Ha de ser una conclusión política: la refundación democrática del Estado español, la República española unitaria, palanca de una verdadera construcción nacional de España, al margen de las vías de bancarrota histórica iniciadas en 1812.