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Sindicalismo del régimen, piezas de museo
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¿Qué son CC.OO y UGT?  Para muchos, sigue siendo válida su definición como “organizaciones de combate obrero”, si bien se reconoce su “degeneración burocrática” e incluso “apesebrada”. En realidad, son estructuras para-estatales, incrustadas en la Constitución del régimen, y subvencionadas por todos los gobiernos del mismo.

Esos organismos tienen funciones de encuadramiento de una privilegiada capa de trabajadores que vertebran al conjunto del aparato laboral juancarlista –delegados de personal, comités de empresa, comités de salud laboral, comités de control de los planes y fondos de pensiones, etc.– y promueven la intoxicación ideológica del resto. Su clientela se centra en los trabajadores fijos de las grandes empresas y de las Administraciones Públicas (si bien el pasado  día 8 de junio  los empleados públicos no les han secundado mayoritariamente). Apenas se preocupan de los trabajadores temporales y, desde luego, les trae al pairo la suerte de parados y pensionistas.  En sus concentraciones y cortejos aflora con frecuencia el talante represivo de cualquier disidencia.

Desde 2004 han favorecido el mantenimiento del gobierno de Zapatero, arropándolo con la “paz social” y evitando cuidadosamente desgastarlo. En particular, se han hecho corresponsables de la política económica del Gobierno durante los últimos tres años; incluso indicaron al gobernador del Banco de España que se fuera a "su puta casa”, cuando advirtió tímidamente que íbamos hacia una catástrofe económica. En cambio, han dedicado grandes esfuerzos a  defender el diálogo con la ETA, a proclamar las excelencias de Garzón y a hacer de correveidiles de las soflamas hembristas de Bibiana.

Vistas las cosas en su perspectiva histórica, los grandes sindicatos europeos, UGT y CC.OO entre ellos, son piezas de museo. Sobreviven picoteando las migajas que ha dejado la quiebra del Estado socialdemócrata del Bienestar e incluso del Estado social franquista.

Bajo la presión de la UE y el FMI, Zapatero ha lanzado un ataque contra las retribuciones de los funcionarios, seguido de una reforma laboral que abarata, por diversas vías, el despido de los trabajadores con contrato indefinido y socava el papel protagonista de las grandes centrales en la firma de convenios colectivo. Los grandes sindicatos tienen que hacer algo: tratar de salvar la cara ante  los trabajadores y, a la vez, demostrar al régimen que siguen siendo indispensables como instrumentos de control social. Para ello han anunciado una huelga general para finales de septiembre o comienzos de octubre. Una huelga general de un día.

El momento de la convocatoria no es casual. CC.OO y UGT no han querido eclipsar el final de la presidencia semestral de la UE de Zapatero. Y hacen coincidir esa huelga general con una jornada de protesta común a todos los países de la UE en la que el papel del gobierno del PSOE quede diluido.

Aún en el caso de que la huelga general consiguiese un seguimiento importante, ¿para qué serviría? Como mucho, para montar un paripé autojustificativo.

Cualquiera que se haya interesado por los movimientos obreros del siglo XIX y XX se dará cuenta que la única huelga con posibilidades de ser efectiva es la indefinida y, a ser posible, con ocupación de centros de trabajo en asamblea permanente. Se nos dirá que los tiempos han cambiado. Ahora, lo moderno son las huelgas generales de un solo día. Algo así como que si mi papá no me deja ir al cine no me tomo el flan que preparó mi mamá.

Estos señores de los sindicatos “de clase” (de la clase capitalista, naturalmente) han tenido 6 años y más de 5 millones se razones  para impulsar la movilización de los trabajadores. Ahora Zapatero se va en el tren neoliberal y los deja en el andén… de la nada. Corren como gallinas sin cabeza, intentado conciliar la defensa del capital y su régimen, que para eso les paga, con salvar la cara ante los trabajadores mediante estériles ritos. Sólo se nos ocurre decirles: salvaos vosotros, con vuestro sindicalismo vertical, vuestros amigos  y vuestros 250.000 liberados.

El trabajador de base nos preguntará: ¿entonces, quien nos defiende?  Nosotros no podemos mantenerlo en el engaño sindical, perpetuando la sicología de quienes se encuentran en un callejón sin salida y buscan algún  “mal menor”. La España del Trabajo deberá defenderse por otras vías. Las vías de la acción directa, al margen y contra los aparatos laborales del régimen.