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La izquierda post-marxista: el asalto a la razón
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La ideología dominante en España hoy es la de izquierdas. Y no nos referimos con ese término a una izquierda que fue y ya no es, ni a la que, según algunos, pudo ser y no fue. Nos referimos a la izquierda realmente existente, la izquierda reformulada tras la bancarrota del comunismo y la socialdemocracia. Algunos la denominan “izquierda indefinida”. Otros creemos, por el contrario, que sus contornos se precisan con gran nitidez.

El PSOE y muchos de sus aliados han adoptado frecuentemente poses antiyanquis. Sin embargo, el cuadro de sus valores esenciales fue destilado en los Estados Unidos por exiliados europeos durante la Segunda Guerra Mundial y resulta completamente incomprensible fuera del peculiar ambiente progresista norteamericano.

El germen de ese desarrollo puede rastrearse en la obra de la llamada Escuela de Frankfurt (Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Max Horkheimer, etc.) que, procedente del marxismo, procedió a la demolición crítica del conjunto de su edificio teórico, incluido su fundamento ideológico –el materialismo dialéctico–. Pero, más allá del marxismo, lo que quedó afectado por esa crítica fue la propia Ilustración y la herencia racional europea. En cuanto a las alternativas de esa escuela, recordemos tan sólo que Marcuse se distinguió por su rehabilitación del deseo y los impulsos pasionales, Adorno se hundió en un nihilismo autodestructivo y Horkheimer terminó sus días abrazando un abstracto neo-judaísmo.

Del conjunto del marxismo la Escuela de Frankfurt retuvo únicamente un concepto, el de “alienación”, utilizado por Marx tan sólo en su juventud. Pero, a diferencia del joven Marx, la Escuela de Frankfurt refirió ese concepto al plano psico-sociológico, disociándolo de toda conexión con las relaciones de poder económico. Con ello abrió las vías de la “contestación” de múltiples formas de “dominación”, “contestación” perfectamente compatible con el mantenimiento del sistema social capitalista. No es casual que esta nueva orientación de la izquierda haya hecho sus primeros avances en Europa en el seno de los partidos provinentes de la socialdemocracia, corriente que ya antes de la Primera Guerra Mundial había optado por la preservación de la “economía de mercado”.

El post-marxismo de Frankfurt y el progresismo yanqui convergieron en una doctrina mesiánica: la de imposición universal de la idea norteamericana de la democracia y los “derechos humanos”, establecida en los Catorce Puntos del presidente demócrata Wilson. Ésta ha sido, desde entonces, la guía de todas las intervenciones imperialistas norteamericanas, tanto del brazo de los demócratas, como de los neoconservadores. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los presidentes demócratas Roosevelt y Truman la completaron con una línea de reeducación del pueblo alemán derrotado en una “conciencia de culpa” dirigida a destruir hasta la raíz su orgullo nacional. Los exiliados de la Escuela de Frankfurt que regresaron a su país la asumieron con alborozo.

Todas y cada una de las iniciativas sociales impulsadas en los últimos tiempos por la izquierda post-marxista en Europa (desde el feminismo radical hasta la política de cuotas raciales y sexuales), se han puesto en práctica décadas antes en los Estados Unidos. 

Los valores que hoy presiden el “gobierno de España”, entronizados tras el abandono formal de la socialdemocracia por Felipe González, siguen las pautas anteriormente apuntadas, a través del multiculturalismo y la islamofilia, que degradan el legado europeo al papel de una “civilización” entre otras; el repudio del concepto de nación política, de raíz grecolatina, actualizada por la revolución francesa, y el apoyo a los nacionalismos étnicos más reaccionarios y racistas en nuestro país y a los grotescos movimientos indigenistas en Iberoamérica; la puerta abierta a las avalanchas migratorias; el privilegio a los lobbys feministas y homosexuales; la ecolatría y los sermones sobre el Apocalipsis climático –a la caza de subvenciones–; la extensión de una “conciencia de culpa” a media España mediante una “memoria histórica” que imputa a un solo bando los asesinatos cometidos con ocasión de la guerra civil y presenta falazmente a los defensores de la II República como campeones de la democracia…  Y como trasfondo, un individualismo hedonista desaforado y la adhesión a un nihilismo impúdico que, entre otras cosas, autoriza una acción política sin principios ni escrúpulos. Todo ello como cobertura de un lumpencapitalismo de pelotazo financiero y atraco, en regresión incluso respecto de los valores de laboriosidad y ascetismo que Max Weber creyó hallar en los orígenes del capitalismo.

Obviamente, el discurso de esta izquierda se enfrenta a muchos de los valores clásicos de la iglesia católica. Pero la trama ideológica que está en su base no es otra que una nueva versión secularizada del paradigma judeo-cristiano con sus eternos conceptos de pecado y caída (“alienación”, “dominación” y “culpa”) y, finalmente, redención (mediante la reeducación dirigida por la nueva casta de rabinos que deben impartir la “educación para la ciudadanía”).

Precisemos que la izquierda no puede todavía auparse al gobierno y mantenerse en él con el solo recurso a su programa “contracultural” progresista, consistente en culpabilizar a los españoles que no comulgamos con sus tesis de ser guerracivilistas, xenófobos, racistas, aniquiladores de la esplendorosa cultura mahometana, fanáticos clericales, opresores de catalanes, vascos, gallegos y demás “naciones históricas”, machistas, “homófobos” y, como resumen, “fachas”. Esto se hace particularmente evidente en dos zonas donde se localizan los grandes yacimientos de votos al PSOE, Andalucía y Cataluña. Por ello, en esas zonas, el PSOE ha puesto en obra expedientes específicos. En Andalucía, el clientelismo más repugnante y el voto subsidiado. En Cataluña, la deriva nacionalista del PSC ha satisfecho las actitudes subalternas del xarnego hacia el catalanismo político, su expectativa de ser reconocido por él como parte de la “Catalunya trionfant”. Pero, dada la composición social de estos viveros de votos, tales expedientes son aun insuficientes. Por ello, ha debido prolongar con demagogia de brocha gorda la ideología “de clase” propia de la etapa socialdemócrata, que presenta al PSOE como “partido de los pobres”, adaptándose a un estereotipo derecha/izquierda que desde hace décadas carece de de toda realidad, pero que amplios sectores de esas regiones asumiendo con una inercia irracional.

Esos sectores son de izquierda “por herencia”. Han ido sufriendo hasta hoy todo tipo de ataques y traiciones del PSOE y del PSC, pero les siguen votando “para que no ganen los millonarios, los obispos y los fachas”. Su aglutinamiento no es de opinión, sino de fe. Su voto es tribal. Y uno no se borra de la tribu fácilmente. Este fenómeno no puede ser disuelto mediante debates, ni con apelaciones fraternales, ni con "memorias históricas" alternativas. Sólo puede disolverse por la concurrencia de dos factores. Uno es la  "socialización del sufrimiento" que procurará una crisis económica severa. Muchos de los que se van a quedar sin vivienda, por no poder pagar la hipoteca, sin trabajo y sin poder llegar a fin de mes, han votado recientemente al PSOE. Se contarán entre los primeros que deben expiar la única culpa real de lo que nos está pasando. El otro factor es la aparición de un movimiento adverso, de combate real contra el orden social capitalista, no basado en formulaciones fracasadas y en estereotipos fantasmales, sino en la razón aplicada a los hechos del presente. Y que se manifiesta de modo contundente, desconsiderado, consciente de abanderar una tarea trascendental, política y ética.

El PSOE, principal fracción de izquierdas del aparato político capitalista, es un partido de aniquilación nacional de España. Y es, además, el vector dirigente de un movimiento de aniquilación civilizatoria, de asalto a la razón, de demolición de toda la obra del genio espiritual europeo. Es una encarnación de la Barbarie propia del periodo imperialista, y que fue anunciada por Rosa Luxemburgo como la alternativa inevitable a un fracaso de los intentos de real derrocamiento del modo de vida del Burgués.