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La crisis no ha hecho más que empezar
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Crash inmobiliario

La llegada del euro propició una euforia económica, principalmente centrada en el boom del ladrillo. El europapanatismo oficial lubrificó el negocio financiero alimentando el engaño de que los tipos de interés fijados por el Banco Central Europeo (BCE) siempre serían bajos, que el crédito fluiría siempre en abundancia y que siempre habría demanda para todo lo que se edificase. Y los bancos se endeudaron hasta las pestañas con Europa para zambullirse en una orgía de créditos a las empresas promotoras y constructoras y a los particulares. Todo esto comenzó con Aznar. Pero es justo después del 11-M cuando el endeudamiento experimenta un salto cualitativo.

La crisis comenzó a desvelarse al igual que lo había hecho con anterioridad en los USA: en el terreno de la “economía real”, como crisis de sobreproducción. En nuestro caso, más de un millón de pisos sin vender. Esta crisis no ha sido directamente provocada por los USA, como miente Zapatero. Ha sido consecuencia de la pérdida de capacidad adquisitiva de los ciudadanos, debida a las progresivas alzas de los tipos de interés del BCE, repercutidas también al alza por el euríbor, producto del contubernio de los grandes bancos, a lo que se sumó el incremento constante de la inflación. Ésta, por su parte, no sólo se deriva de las subidas del precio del petróleo. Proviene ante todo de nuestra total dependencia energética.

 

Crisis financiera

El frenazo en la venta de inmuebles golpeó a un importante número de empresas constructoras, a lo que se ha añadido la insolvencia de muchas familias hipotecadas. La crisis de origen inmobiliario ha dado paso a una crisis financiera. La tasa de impagados asciende sin cesar y las entidades financieras se ven obligadas a aceptar en dación de pago activos sobre valorados de numerosas empresas constructoras, en lugar declararlas morosas, porque ello pondría en peligro la solvencia de los propios bancos o cajas.

Como consecuencia, los bancos y cajas se convierten en propietarios de un colosal parque de viviendas y terrenos. Pero esto les plantea un agudo problema: ¿cómo dar salida a ese parque, toda vez que la crisis se ha extendido a todos los sectores de la economía, con su cortejo de desempleo y hundimiento de la capacidad adquisitiva, a lo que se añade la contracción del crédito? ¿Cómo quitarse de encima esos activos, para los que ni existen compradores ni se les espera, y que en muchos casos son meras piltrafas, cuyo valor no se corresponde con las tasaciones realizadas en los felices tiempos de la alegría crediticia? Se han multiplicado por tres las subastas de pisos en los últimos dos años. Sin embargo, hoy por hoy, no se venden pisos ni con rebajas.

 

La crisis internacional y España

La crisis inmobiliaria en USA ha conducido al desplome en cadena de sociedades de inversión, financiación hipotecaria y aseguradoras, afectando finalmente a los bancos. No se ha limitado a los USA, sino que ha alcanzado a grandes masas de capitales especulativos europeos, que picaron como pardillos comprando a los yanquis paquetes de titulaciones hipotecarias envenenadas. Con ello, la crisis bancaria ha estallado también en Europa, extendiendo oleadas de pánico ante el destino de los depósitos de los ciudadanos, hundiendo las bolsas, azuzando la falta de fiabilidad de las entidades financieras y de éstas entre sí, abatiéndose sobre el conjunto de la vida económica, amenazada por la escasez de créditos. Como era de esperar, los miembros de Eurolandia han respondido con diferentes medidas de nacionalismo bancario, y sólo a trancas y barrancas han suscrito algunas recomendaciones generales.

Debemos resaltar que la crisis inmobiliaria española, afectando a nuestro sector financiero, se hubiese extendido al resto de sectores aunque no se hubiese producido el estallido de la crisis de las subprime en USA, ni la posterior debacle financiera internacional. Pero la crisis internacional, al estrechar al límite las capacidades de refinanciación exterior de nuestra economía, que ya bate todos los record de endeudamiento, aumenta la posibilidad de que lleguemos a niveles de desmoronamiento nunca vistos.

 

Pagamos los de siempre

En mayo de este año Zapatero afirmaba que hablar de crisis era «antipatriótico, inaceptable y demagógico» y hace pocas semanas aseguraba que los españoles estábamos en el mejor barco para sortear la crisis provocada por Bush. La realidad es que somos el país con mayores tasas de paro e inflación de Eurolandia y mayor déficit exterior de todo el mundo.

En doce meses, tenemos 608.000 parados más y 270.000 afiliados menos en la Seguridad Social. Es decir, el paro ha ascendido un 30,1% en un año y la afiliación ha descendido 1,4%. El mercado laboral español se enfrenta al mayor declive en la historia del régimen. El paro subió en septiembre 95.367 personas. Un 3,7% más respecto a agosto y sitúa la cifra total en 2.625.368 desempleados. Es decir, se está destruyendo empleo neto a marchas forzadas. En ese mismo momento el ministro de Trabajo, Corbacho, desvela que  el INEM va a entrar en déficit misma y desde diversos sectores se cuestiona de nuevo la solvencia de la Seguridad Social.

 

Salvar al ladrillo y a los bancos

El gobierno del PSOE ha mentido a los españoles negando durante meses la realidad de la crisis. Había previsto su irrupción, aunque no con la rapidez y envergadura con que se ha producido. Una vez iniciada, la única función de ese gobierno, como de cualquier otro gobierno del régimen, es descargarla sobre los trabajadores y socializar las pérdidas del capital. 

Primero, en el sector inmobiliario. El Instituto de Crédito Oficial (ICO) ha otorgado 3.000 millones de euros a los promotores y constructoras –que se han forrado durante los últimos años– para que pongan los pisos invencidos en alquiler. Pero el salvamento del capital no ha podido limitarse al mencionado ámbito. La deuda que mantienen las promotoras inmobiliarias y las grandes empresas constructoras con la banca y las cajas asciende en este momento al descomunal montante de 470.000 millones de euros (casi el mismo que el del plan de rescate de sistema financiero norteamericano). Ha sido inevitable que Zapatero, imitando a pies juntillas al odiado Bush, corriese a liberar a los bancos y cajas de las inmensas montañas de estiércol fiduciario que han crecido bajo el manto de sus balances de comprobación. Para ello ha decidido crear un fondo de 30.000 millones de euros (ampliable a 50.000), un magno ejercicio de socorrismo, a cargo del contribuyente, de toda una basura degradada  e invendible.

Zapatero se ha reunido con seis grandes banqueros y, sin despeinarse, ha comprometido por su cuenta al Estado a comprar activos a bancos y cajas por el valor antes mencionado –los banqueros le pidieron el doble, 100.000 millones–.  Ese dinero no es para las familias y para las PYMES. Es para adquirir al sistema financiero activos procedentes de los magnates del ladrillo, a quienes bancos y cajas prestaron enormes cantidades de dinero que no han podido devolver. Así, los 50.000 millones serán utilizados por Zapatero para comprar voluntades, reflotar las empresas de sus amigos, a las cajas de ahorros manejadas por los políticos del PSOE y los separatistas y a los bancos de las constructoras e inmobiliarias. Por supuesto, los españoles de hoy y los de las próximas generaciones tendremos que pagar este ignominioso expolio que, de paso, puede asegurar de nuevo al PSOE en el gobierno.

Por si fuera poco,  Zapatero ha decidido imitar también las recetas de Sarkozy, anunciado que el Gobierno otorgará avales para las operaciones de financiación de la banca por un importe máximo de 100.000 millones de euros hasta finales de este año, y, remedando al gobierno inglés, se reserva la posibilidad de adquirir acciones de las entidades financieras. El conjunto de estos compromisos equivale al 15% del Producto Interior Bruto.

 

Más allá del efecto publicitario inmediato de estas medias, el PNR estima que el régimen deberá afrontar gravísimas dificultades. Carece de medios suficientes para “rescatar”, después de a los magnates del ladrillo, a todos los desplomes de cajas y bancos que se avecinan y, a la vez, atender mismamente al incremento brutal de costes del paro y la seguridad social que el hundimiento productivo acarreará. Para seguir vendiendo humo, su único camino es inundar el mercado de  deuda pública en pos de financiación, en un momento en que los inversores internacionales desconfían de nuestras cuentas públicas. Pero la deuda pública implica el desvío de capitales desde la inversión productiva a la economía del rentista, exige subidas de intereses y prepara nuevos incrementos de impuestos. Vienen años de depresión económica.