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Irán. El eterno retorno de lo mismo
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Con Irán puede ocurrir lo que pasó con Iraq. De entrada, asistimos al retorno de la monserga de las “armas de destrucción masiva”. Tan pronto como Irán decidió desprecintar sus instalaciones para energía nuclear pacífica y se le amenazó con llevarle al Consejo de Seguridad, empezaron a aparecer “pruebas” de su culpabilidad.

Hasta ese momento, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), celoso guardián del monopolio nuclear de las grandes potencias –y de enclaves de las mismas como Israel– había declarado repetidamente que no había encontrado ninguna evidencia de que Irán tuviera un programa nuclear bélico. Pero, inesperadamente, afloró la oportuna referencia a un documento que habrían descubierto los inspectores de esa agencia, según el cual el gobierno iraní sí tendría ese programa en su agenda.

Es lo que estaba esperando el secretario de Defensa estadounidense, Rumsfeld, para afirmar que «el régimen de Irán es hoy por hoy el primer patrocinador mundial del terrorismo», añadiendo que «debemos trabajar juntos para evitar un Irán nuclear».

La historia se repite. Como pasó con Sadam Husein, de poco servirá que Irán reitere que su programa sigue siendo pacífico. Y hasta es posible que, para defenderse, Irán termine también haciendo amagos bélicos, más teatrales que reales, sin tiempo ni medios para ponerlos en práctica. Irán es un objetivo: está repleto de petróleo y es enemigo de Israel, único país de la zona con permiso para disponer de armamento atómico.

Sólo hay por el momento una novedad frente a lo acontecido en Iraq. En el cerco a Irán no sólo están ahora los USA y sus aliados incondicionales, como son Londres, Australia, Italia, etc. Está también toda la “vieja Europa”, con la canciller alemana Merkel a la cabeza. Esa Europa que, al mismo tiempo, se abre de piernas ante la invasión islámica a través de la inmigración y claudica ante sus valores bárbaros.