Rajoy ha decidido “dejar atrás” el 11-M, consciente de que el esclarecimiento de esa matanza pondría al conjunto del sistema patas arriba. Dejará que triunfe la mentira que presenta al atentado como obra de un comando local de moros instruidos en el jihadismo a través de internet, en respuesta a la invasión de Iraq aplaudida por Aznar.
La orientación central del PP es la defensa de
El PP habla de “derrota de ETA” y persiste en su cantinela sobre la vuelta al Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Pero esconde que ese pacto, fracasado en el pasado e irrealizable en el futuro, no deja de constituir una variante de salida negociada con ETA. Si bien, en teoría, no incluiría el pago de precio político, se traduciría en excarcelaciones, amnistías y medidas similares que supondrían una burla a las victimas y a los españoles en general.
Rajoy propone también una reforma de la ley electoral, «para que gobierne el más votado». Esto es imposible si sigue en pie el sistema electoral proporcional.
El PP no preconiza ninguna “educación para la ciudadanía” alternativa a la del PSOE, Incapaz de entrar en la discusión de contenidos que impone la iniciativa de Zapatero, se refugiia en una negación de la potestad educadora del Estado. Esta posición ultraliberal, paralela a la glorificación de una absurda autarquía educativa de los padres, sirve al intento de capitalizar las campañas de los sectores más radicalizados de la jerarquía eclesial, que ni si quiera son seguidas por el grueso de los centros católicos o concertados.
Algún comentarista ha dicho que el PP huele a derrota. Poco nos importa. Lo relevante es que huele a timo dirigido a sumir en la impotencia a vastos sectores de sentimiento español.