La crisis sistémica del Capital, en su postrera versión europea, se ha desencadenado en forma de crisis de deuda soberana de los PIIGS (España, Italia, Grecia, Portugal e Irlanda). Hundidos en el lodazal de los diferenciales de la prima de riesgo han terminado por salpicar a los altivos países de la eurozona que aún cuentan con la triple A en sus calificaciones. El chapoteo ha llegado a Francia e incluso a Alemania, cuyos bonos, que son el referente en los mercados, han dejado de ser considerados, momentáneamente, un valor de refugio para los inversores. La sombra del colapso se cierne sobre la UE y la viabilidad del euro es cuestionada.
Con el telón de fondo griego se ha puesto de manifiesto, una vez más, que para la Eurolandia pilotada por Merkel toda solución pasa por someter a los periféricos de la UE a la virulencia de programas de purga como los que ya padecen la Hélade y Portugal. En la última eurocumbre se ha repetido el soniquete de la fijación de los límites al déficit y las reformas estructurales, especialmente dirigidos a España e Italia, país este último que ya ha sido encomendado a la supervisión del FMI y entregado, tras la defenestración de Berlusconi, a la gestión de tecnócratas bendecidos por Bruselas.
En lo que concierne al reino de España, bajo ajustes desde la intervención de mayo de 2010, no se ha hecho esperar las instrucciones dirigidas por la canciller al candidato electo Rajoy, instándole a acometer de manera inmediata «las reformas necesarias en este periodo difícil para España y Europa». Es decir, profundizar en la línea del gobierno de Zapatero: más recortes sociales y retroceso en las condiciones laborales, incremento de la presión fiscal, desmantelamiento de servicios públicos y privatizaciones de lo que pueda quedar para liquidar. Medidas cuyos efectos no paliarán la astronómica deuda de los bancos y cajas de la monarquía y su hipertrofiada estructura autonómica, sino que, invariablemente, alimentarán la espiral del déficit y deuda pública, el estancamiento económico y el ascenso vertiginoso de la tasa de desempleo.
Los periféricos, cada cual por causas diferentes, se empeñaron hasta las cejas en un periodo de excepcional expansión crediticia promocionada por el BCE en connivencia con Fráncfort. Ahora toca pasar por caja para devolver lo impagable a los prestamistas centroeuropeos. Berlín impone sus tesis de bombero pirómano: a más diferencial de deuda con sus bonos, mayor receptividad a sus recetas neoliberales. Rescates, a cambio de ajustes. Respuestas de calado como una intervención más decidida del BCE: sí, pero tragando con el discurso integrador europeo que es la coartada para imponer la férula alemana.
Alemania maneja de manera artera la cizalla para romper a los eslabones más débiles de la eurozona y los precipita a una quiebra planificada cuyas consecuencias sólo pueden abocarnos al expolio de manos del gran capital germano, acreedor de la charca europea.
De la última eurocumbre al G-20
Entre las decisiones adoptadas en la eurocumbre de octubre se aprobó la quita de un 50% de la deuda griega. Esta se refiere a los acreedores privados, con lo que la rebaja se ciñe realmente a un 30% de lo que debe el país heleno. La aprobación del sexto tramo de la primera ayuda y la segunda ayuda para diciembre pasa por el cumplimiento del enésimo plan de austeridad y ajustes, a fiscalizar, a propuesta de Merkel, por una delegación permanente de la troika (BCE, FMI y UE), con los consiguientes ataques al pueblo griego y las privatizaciones y venta a precio de saldo de su patrimonio. Así, es conocido que los puertos griegos son gestionados por multinacionales chinas o que la Deutsche Telekom es la accionista mayoritaria de la telefónica helena. Al país mediterráneo se le ha recordado que la segunda ayuda está supeditada a nuevos planes de ajuste, a todas luces brutales. El descuelgue griego con el anuncio de un referendo para aprobar estos planes en vísperas de la cita del G-20, retrató las formas chulescas del eje franco-alemán blandiendo amenazas sobre Grecia de empujarla a un default en caída libre y expulsarla del euro en caso de no retirar la consulta popular.
De la cumbre salió un dardo envenenado: el requerimiento de la Autoridad Bancaria Europea (EBA) de recapitalizar la banca europea, para lo cual las entidades afectadas deberán acudir en primera instancia a los mercados, seguidamente a las ayudas estatales y subsidiariamente al nuevo fondo de ayuda. De esta manera, Europa ha dejado a los pies de los caballos a los banqueros de la monarquía juancarlista exigiéndoles, tras Grecia, la mayor recapitalización con 26.000 millones de euros y el descuento a precio de mercado de los bonos de los que son titulares, teóricamente activos libres de riesgo, con minusvalías de entorno al 3% –lo que supone una quita encubierta de deuda española–. En cambio, la banca francesa y alemana, las más expuestas a la deuda griega, se han ido de rositas con necesidades de aprovisionamiento de sólo 8.000 y 5.000 millones, respectivamente. Como consecuencia inmediata de esta medida, la economía española será asfixiada del todo al dejar de fluir el crédito, de por sí contraído, hacia familias, pymes y autónomos por las necesidades de recapitalización de las entidades financieras –que alardean de tener suficientes recursos para cumplir con las determinación europea de calidad sin acudir a las ayudas–. Previsiblemente el PIB y el consumo caerán y el paro se incrementará.
La ampliación del nuevo fondo de rescate a un billón de euros va con trampa: no le corresponderá al BCE como hasta el momento la compra de deuda soberana en el mercado secundario para sostener a los socios desmayados, sino al fondo de estabilidad cuando entre en vigor que, además, podrá acudir al mercado primario. Esto significa para Expaña que, si la asistencia del BCE en las subastas resultaba un parcheo relativamente indoloro, ahora, para financiar la deuda habrá que subyugarse a planes de ajuste que implicarán como mínimo la reducción de los salarios, las pensiones y el retroceso en general de las condiciones de vida los trabajadores españoles en un proceso de devaluación interna sin precedentes. Para 2012 hay que responder al vencimiento de, al menos, 300.000 millones de euros. Actualmente, el fondo de rescate sólo cuenta con 250.000 millones.
La financiación vía apalancamiento del fondo responde al deseo alemán de que la operación salga a coste cero para su contribuyente. Con todo descaro se articula la creación de un vehículo especial de inversiones dirigido a captar la financiación de los emergentes y la intervención del FMI. Con ocasión de la cumbre del G-20, los BRICS dieron la espalda al Viejo Continente, por no decir que pusieron pies en polvorosa de una región que todos los indicadores ponen en recesión. Estados Unidos, por boca de Obama, sentenció que «Europa tiene suficientes recursos para resolver esta crisis». A fecha de hoy, no está claro cómo se va a alcanzar la cifra redonda del billón de euros.
El eje franco-alemán, más alemán que franco
Alemania se acompaña de Francia como comparsa en un liderazgo que suplanta a las instituciones pseudodemocráticas y a los organismos pretendidamente asépticos e independientes de la UE. Según Sarkozy, en un reciente discurso, el supuesto condominio franco-alemán «refuerza a Europa». Pero el eje que une a los dos socios de un lado y el otro del Rin representa una relación de subordinación. En el momento de la verdad se ha visto lo que pinta París en el directorio del núcleo duro: cuando las alarmas del diferencial de la deuda francesa se han disparado, la propuesta de Sarkozy a favor de dotar al BCE de la condición de prestamista de última instancia para aliviar las presiones sobre su deuda se han encontrado con la negativa de la canciller. No era la primera vez que Alemania enmendaba las pretensiones francesas. De la misma manera, las peticiones del presidente de la Comisión Europea, Barroso, para que el BCE asuma el papel de emisor de eurobonos con los que cubrir a los países en apuros, se han encontrado con el rotundo no de Berlín.
Alemania pues, ejerce un poder omnímodo sobre la UE, no en vano gestó uno de sus pilares, la unión monetaria, como fiel reflejo de sus instituciones económico-financieras: el euro es un trasunto del deutsche mark al igual que el BCE lo es del Bundesbank en su aplicación de la ortodoxia monetarista. Draghi se pudo estrenar al frente del BCE con una suave bajada tipos de interés en un escenario de recesión sin riesgos inflacionistas, que es la bestia negra del pensamiento económico alemán.
El discurso de la hegemonía alemana aparece mimetizado con las soflamas a favor de la “gobernanza europea” y su gobierno económico, los llamamientos a salvar el euro, las proclamas hacia una mayor integración europea, la reforma de los tratados y el recurso al expediente de la unión fiscal y económica. Este europeísmo, funcional a la dominación de Alemania, muestra su crudeza con las imposiciones del Euro-Reich a los estados miembros de políticas de austeridad salvajes, las amenazas de sanciones, intervención y “vigilancia”, el dictado de reformas constitucionales y la sustitución de gobiernos electos por tecnócratas.
¡Deustschland über alles!
Alemania interpreta el papel de sufrido campeón europeísta que debe lastrar con la recua de bigardos y maleantes de los países del sur. Pero la realidad es que ha sido el máximo beneficiario de una unión monetaria que ha costeado su reunificación y favorecido sus exportaciones en un mercado con precios asegurados y protegido frente a las importaciones de terceros. Esto les ha procurado una abultada balanza comercial en superávit que ha permitido la exportación de sus capitales excedentarios hacia los de los denostados PIIGS: Alemania liberaba tensiones inflacionistas internas y obtenía rentabilidad con sus préstamos que, a la par, servían como créditos para subvencionar la venta de sus exportaciones de bienes de equipo y consumo. Este modelo semicolonial explica el endeudamiento de los maltrechos periféricos que, incluso, con los diferenciales que soportan actualmente en la prima de riesgo de sus bonos soberanos respecto al bund, sufragan las necesidades de financiación de deuda germana sin coste para Alemania.
Rompamos con Eurolandia, no al reconocimiento de la deuda
Con dramatismo, Merkel, advertía que si «fracasa el euro, fracasará Europa». En los últimos días se habla de un “periodo crítico”, una cuenta atrás previa a la próxima eurocumbre de diciembre para dispensar soluciones de “gran envergadura” a la crisis del euro. El sistema financiero internacional ha recibido el anuncio lanzando salvas de liquidez a través de sus bancos centrales. Se baraja como más que probable que Eurolandia activará el bazuca del BCE. Esto es, la compra masiva de deuda soberana de los estados miembros para aliviar la presión insostenible sobre sus diferenciales.
Cualquier remedio europeo exigirá como contrapartida la renuncia a la soberanía y programas de reintegro que se impondrán a sangre y fuego sobre las naciones entrampadas con la deuda. Alemania empujará de manera deliberada a los periféricos a una quiebra ordenada. No en vano, desde hace un año, la banca alemana ha reducido la exposición a la deuda de los PIIGS en torno a un 50%. Se trata de una maniobra para proteger al capital alemán de las quitas y esperas que vendrán con las bancarrotas de los deudores y que serán compensadas con el saqueo de estos países.
Asistimos a la nueva tentativa de articular Europa desde arriba por la misma nación que, no por casualidad, protagonizó dos intentonas en el siglo pasado. En esta ocasión, Alemania se sirve de una estructura antidemocrática como la UE y del pretexto de la crisis global del capitalismo para desplegar una guerra relámpago neoliberal.
No alzamos la bandera de resistencia atrincherados en un modelo capitalista periclitado como el estado de bienestar ni oponemos a esta blitzkrieg municiones keynesianas. Frente a la penetración imperialista alemana y a la barbarie capitalista preconizamos la vía a un nuevo socialismo que tiene como fundamento la nación de base democrática. Propugnamos una confederación de naciones soberanas que deberá relevar a la actual Eurolandia liberal-capitalista de los oligopolios y las oligarquías financieras coordinada por Berlín.
La lucha nacional-democrática en Europa debe pasar a la ofensiva. Para empezar: ¡fuera del euro! ¡No al reconocimiento de la deuda!
Por nuestra soberanía nacional, ¡abajo la monarquía!
En España este combate nacional-democrático y socialista desemboca en el enfrentamiento contra la corrupta monarquía de los banqueros y su aparato político, el PPSOE y sus auxiliares separatistas de las autonomías, entre quienes, como Artur Más, se emplea a fondo con recortes en su región para hacer méritos ante el IV Reich con la esperanza de que se les reconozca como una “nación” con estado propio en su seno. Por supuesto, esta batalla se extiende también al aparato sindical del régimen, CCOO-UGT, responsable de haber inoculado entre los trabajadores españoles el embeleco de la “Europa social”.
El juancarlismo nos ha conducido al desastre económico, a la disolución nacional y la sumisión de España al dictado de Alemania. Es un régimen colaboracionista del Euro-Reich que debe ser derrocado.