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Esto no se arregla en las urnas, sino en las calles
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Nuestro rechazo del cretinismo electoral

Ante las próximas elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo, el Partido Nacional Republicano reitera su posición contraria a toda forma de participación electoral bajo el vigente Estado.

No mueve al PNR una pueril condena de toda forma de acción legal, ni una negación anarquista del Estado, ni tampoco el rechazo del ideal democrático. Es consecuencia de su propuesta de refundación nacional y social de España: supone el derrocamiento del régimen monárquico del gran capital y el avance hacia una república radicalmente democrática, es decir, unitaria, presidencialista y socialista. Tal propuesta no puede prosperar por los cauces representativos, sean centrales, autonómicos o locales, que el sistema ha instituido para su defensa. Sólo es factible a través de una vía de acción política de masas independiente del Estado. Esta acción tiene que construir sobre la marcha sus propios órganos de poder, con vistas a un nuevo Estado.

Algunos rasgos del presente refuerzan esta posición. Estamos hundidos en una crisis global devastadora: económica, social, política y de moralidad pública. Ni desde los ayuntamientos, ni desde las comunidades autónomas es posible revertir su curso. Las comunidades autónomas no sólo constituyen un mecanismo de fragmentación de la nación española; son, además, junto con los ayuntamientos, responsables de gran parte del monstruoso endeudamiento que nos agobia, además de letrinas de despilfarro y corrupción. Por ello provocan hilaridad los llamamientos a hacer frente a la crisis mediante una «buena gestión municipal». O, lo que es peor todavía, las «candidaturas en ruptura con el sistema capitalista», o las propuestas de «municipios al servicio de los sectores populares».

Por otra parte, nadie en su sano juicio puede creer que los próximos comicios se vayan a ceñir a “la vida cotidiana” municipal y autonómica. Revestirán el carácter de primera vuelta de unas generales que enfrentarán básicamente al PSOE y al PP, e incluso se verán contaminados por la lucha intestina entre diversas banderías del PSOE desatada por la abdicación electoral de Zapatero.

 

Por la democracia, contra el liberalismo

La hegemonía del gran capital sobre lo que queda de España no se manifiesta simplemente a través de episodios como los manifiestos de banqueros y empresarios promovidos por la Zarzuela hace unos meses, o las recientes instrucciones dictadas por Botín a Zapatero. El instrumento primordial de esa hegemonía es el conjunto del Estado. Y éste no sólo expresa el dominio político del Capital a través de medidas coercitivas, como han sido las de proclamación del Estado de alarma y militarización de los controladores. Se ejerce además a través de las diversas ramas de la acción administrativa –empezando por el sistema educativo– y mediante los grandes medios de comunicación –que en modo alguno son un “cuarto poder”, sino aparatos de inoculación de la ideología del sistema–. Y de modo muy relevante con el concurso de los dispositivos sindicales del “diálogo social” y por medio del sistema de representación política.

Ese sistema de representación se asienta en el engaño. En el martilleo frenético de un cretinismo electoralista que explota los afanes democráticos de igualdad ciudadana y participación política, para encerrarlos en una mentirosa igualdad liberal entre individuos abstractos, desconectados de todo alineamiento nacional y de toda condición social. En la falacia de que, a la hora de forjar la soberanía popular, son iguales los patriotas españoles, los separatistas y los simples extranjeros residentes; los banqueros, grandes empresarios y los parados de larga duración; los gerifaltes de la partitocracia, los bonzos de los grandes sindicatos y los mileuristas, los autónomos o tenderos arruinados, o los jubilados con pensiones miserables.

Entiende el PNR que la democracia no puede existir en un contexto, como el actual, de disgregación “multinacional”, conciertos y privilegios forales y de feroz dominación clasista. Que la democracia sólo puede identificarse, en nuestro caso, con una república centralizada de ciudadanos españoles asentados en condiciones de igualdad de oportunidades sociales. Que, en definitiva, la democracia exige coherencia nacional y avance hacia el socialismo.

 

Un dique frente a la acción política de masas

El cretinismo electoral no sólo sirve para tergiversar el concepto de democracia y para reducir a la población a carne de cañón de vergonzosas mascaradas plebiscitarias. Tiene también la función de contraer toda posibilidad de lucha política a las campañas electorales y a los ridículos debates dentro de los órganos electos. Todo lo demás son “luchas salvajes”. Así, el electoralismo liberal desempeña una función de defensa indirecta del orden capitalista, evitando un desgaste que se derivaría de un continuo recurso a la fuerza represiva. Y hoy es asimismo esencial dado el descrédito en que ha incurrido otra forma principal de defensa indirecta del sistema, la que protagonizan los grandes sindicatos.

 

No pedir peras al olmo

El vigente régimen conlleva en lo político la dislocación confederal de España en diversos “Estados” asociados a la Corona. En lo económico-social, nuestra transformación en una semi-colonia de la Eurolandia germánica y el retroceso de los asalariados, autónomos y pequeños empresarios a condiciones sociales del siglo XIX. En cuanto a la política internacional, todos los gobiernos del juancarlismo no han sido más que felpudos de las más criminales operaciones de guerra y desestabilización imperialista, protagonizadas por USA o gobiernos de la UE.

El PNR se niega a participar en los procesos electorales del actual régimen, haciéndose cómplice de la falacia según la cual ese régimen, quizá con algunas reformas, puede ser marco adecuado de las transformaciones nacional-democráticas y sociales que España necesita para resurgir y el pueblo trabajador español para sobrevivir dignamente.

 

Dejar atrás los credos fracasados

Por desgracia, perviven en amplios sectores de trabajadores los ecos del vetusto electoralismo socialdemócrata, prolongados por las distinciones mendaces entre un buen y un mal parlamentarismo establecidas por Lenin en su obra «El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo». En realidad, el leninismo ha sido más bien una enfermedad senil de la socialdemocracia. La forma de gobierno liberal parlamentaria, ya sea bajo la monarquía o la república, siempre ha sido la forma característica del dominio político del Capital y no ha servido ni puede servir más que para reproducir ese dominio, aunque sea en formas modificadas.

Además, esa forma llega a nuestros días en su modalidad degenerada en partitocracia. Lo que se llama democracia en Europa no es más que un Estado oligárquico de partidos financiados desde las instancias públicas, desde la banca y mediante múltiples formas de corrupción institucional y redes mafiosas. En Expaña, para no ir más lejos, las elecciones sólo sirven para decidir cada cuatro años, en la esfera central, regional o local, qué cuadrilla del PSOE o del PP, con el acompañamiento de corifeos de CiU, PNV, IU, UPyD, etc. accede a la posibilidad de enriquecerse a cambio de arrimar el hombro al expolio del pueblo trabajador. En el ámbito municipal, se suman a lo anterior legiones de grupos locales y candidaturas independientes con el afán de que algunos de sus miembros puedan arañar el erario público.

 

Es la hora de alternativas globales

Ante los comicios locales y autonómicos de mayo, el PNR llama a no votar y además expone las razones que apoyan esa opción. La gravedad de la catástrofe que nos atenaza pone por delante de cualquier plataforma regional o local la necesidad de un combate político por alternativas globales. Creemos que en ellas deben figurar, entre otras cuestiones, los ejes en los que hemos venido insistiendo durante los últimos tiempos:

  • Un combate por la soberanía nacional que niegue el reconocimiento de la deuda, que recupere una moneda y una política monetaria propias, que rompa con la Unión Europea y el FMI.
  • La socialización de bancos y cajas y su unificación en una banca pública, con potestades de banco emisor, que ordene y canalice el crédito y asegure los depósitos de los pequeños ahorradores.
  • La socialización de todos los sectores estratégicos, empezando por el energético, con recurso a la construcción de centrales nucleares más grandes, potentes y seguras.
  • La demolición del Estado de las autonomías, cupos y fueros. La racionalización y concentración de municipios.
  • La supresión de subvenciones públicas a partidos, sindicatos, patronales, iglesias y montajes clientelistas de la partitocracia reinante.
  • La defensa del sistema público de pensiones.
  • Una fiscalidad basada en la imposición directa y progresiva.
  • La creación de una institución pública dotada de potestades necesarias para la expropiación de las viviendas hoy en manos de los bancos e inmobiliarias, y la adquisición masiva de suelo para la constitución de un parque público de viviendas en régimen de alquiler no superior al 20% del salario.
  • ¡Ni un soldado español para la intervención en Libia! ¡España, fuera de la OTAN! ¡Fuera las bases yanquis del territorio nacional!

 

Un esfuerzo preparatorio

El llamamiento a no votar no puede confundirse con un abstencionismo apolítico y pasivo. Los próximos comicios deben ser la ocasión para intensificar la insistencia en las medidas antes expuestas y en la condición de su plasmación: el derrocamiento de la monarquía merced a una rebelión nacional popular que eleve sin cesar sus contenidos y formas hasta la instalación de la Tercera República.

Se impone, por tanto, un esfuerzo preparatorio del futuro surgimiento de capas de luchadores que abjuren del dogma burgués según el cual toda lucha política ha de tener como vehículo el mecanismo electoral. Que adviertan que, para evitar nuevas derrotas, la lucha nacional-democrática y socialista ha de situarse en un nuevo terreno, que a toda costa quiere evitar el poder: el terreno de la acción política directa de masas, desde sus formas más simples hasta las más complejas. Ni sindicatos ni elecciones, se ha dicho en un reciente acto público del PNR.

Hoy no hay votos útiles. Lo único útil es el combate de masas en las calles: manifestaciones, concentraciones, ocupación de los centros públicos e instituciones. Hay que renovar las formas de dirección de las luchas, que hoy sólo pueden corresponder a las asambleas soberanas, los comités elegidos en las mismas, los piquetes de defensa de las acciones y, cuando sea posible, las juntas o coordinaciones territoriales capaces de englobar la movilización de los diversos sectores populares.

 

El partido del desengaño

Ese esfuerzo preparatorio exige y, a la vez, propicia el avance en la construcción de un partido depurado de toda la ganga partidomorfa anterior, de un partido que signifique «una organización históricamente nueva», de un partido de un temple especial.

El cretinismo electoralista se basa en auto-engaño popular. El PNR asume como propia y característica una paciente y tenaz labor de desengaño. Su finalidad es que crecientes sectores de nuestros compatriotas lleguen a actuar no de acuerdo con una conciencia tergiversada, sino de acuerdo con la realidad efectiva de los hechos.