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El rey ¿por qué no se calla?
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En los últimos tiempos, el rey y la monarquía están siendo objeto de ataques procedentes de los más diversos campos. No obstante, si algo pudiera inquietar a la corona son las críticas que, azuzadas desde ciertos medios, pudieran prender en sectores de compatriotas que hasta ahora venían identificando la unidad y continuidad del Estado con la institución monárquica.

Así, la reciente visita de Juan Carlos a las ciudades de Ceuta y Melilla debe ser interpretada como un intento de prestigiar la institución ante los españoles. Se trataba de obtener la primera plana del monarca en un baño de multitudes garantizado. Este evento, una vez más, nos ha brindado la oportunidad de mostrar el fraude que habitualmente representa el monarca de manera descarada: presentarse a sí mismo como símbolo y garante de la integridad de España. El engaño consiste en postular que la adhesión a España pasa por la adhesión a la Corona. Pero, precisamente, con la aquiescencia del rey, España esta dejando de ser “la patria común e indivisible de los españoles” para convertirse en un mero territorio que aloja diversas “naciones” sobrevoladas por la Zarzuela. La presencia del Borbón en Ceuta y Melilla, lejos de simbolizar la reafirmación de españolidad de estas dos ciudades frente a las asechanzas de la tiranía alauí, ha significado la vindicación de la monarquía. Además, su estancia allí presagia las peores traiciones: al igual que, cuando todavía era príncipe, viajara al Sahara español para que poco tiempo después fuera entregado a Marruecos, su viaje a las ciudades españolas podría preparar el camino para  algo similar.

El periplo de Juan Carlos a nuestro territorio africano, en cualquier caso, no ha partido de una iniciativa de la Casa Real, sino de Moncloa. No casualmente, ha tenido que transcurrir 30 años desde su coronación, para que, concretamente, el día después de que se hiciera pública la sentencia sobre el 11-M, el rey haya cruzado el estrecho echando tierra sobre uno de los asuntos más turbios y siniestros que envuelven al régimen del que es jefe de Estado.

La cumbre iberoamericana ha servido también de escenario para la campaña de reflotación de la institución. De por sí, la presencia del monarca trataba de emular al papel de la reina Isabel II y la Commonwealth ante la comunidad de Estados sudamericanos. El incidente con el presidente indigenista Chávez, descendiente directo de los criollos que se emplearon a fondo en el exterminio de indios, ha reportado al rey la posibilidad de otro gesto de “defensa de la dignidad patria”. No cabe duda de que el exabrupto regio resulta inconstitucional: si el rey es irresponsable políticamente, y debe actuar bajo el instituto del refrendo, ¿por qué no se calla?  Sin embargo, hemos podido observar que amplios sectores que normalmente proclaman su adoración a la Constitución de 1978, ahora han aplaudido frenéticamente el “gesto”, considerando “irrelevantes” los “formalismos constitucionalistas y de protocolo”. Cabe preguntar a estos sectores: si la defensa de la dignidad de España exige ciscarse en la actual constitución, ¿para qué sirve ésta?

Puede tenerse por seguro que la pervivencia de la monarquía requerirá nuevos gestos chuscos. Por más que se nos quiera hacer creer lo contrario, un Borbón siempre borbonea.