¿En horas bajas?
El régimen juancarlista ha celebrado el trigésimo quinto aniversario de su carta magna en un momento de aparente desfondamiento: el lustre de su imagen institucional, incluyendo la corona, está empañado y la antaño preponderancia de sus grandes partidos, PP y PSOE, queda en entredicho sondeo tras sondeo. Sea por la mella de la crisis económica y la corrupción generalizada, se suceden conjuros regeneracionistas y jeremiadas sobre la “calidad democrática” del sistema instaurado en el 78 cuya estabilidad, además, parece tambalearse por el “desafío” secesionista de Artur Mas.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad: no cabe reconocer más que la apoteosis de un régimen oligárquico y partitocrático al servicio de gran capital y Eurolandia, cuyo dominio consolida, sin apenas despeinarse, en plena catástrofe económica y que avanza imparable hacia su configuración confederal, recuperando los presupuestos originales del estado autonómico, concebido primigeniamente para acoger en exclusiva los “hechos diferenciales” de las “nacionalidades históricas”.
No podemos hablar todavía de completa derrota del pueblo español en la medida que no ha presentado batalla como tal ante los embates juancarlistas. Acaso porque no exista noción de pueblo español este sea condenado a desaparecer de la Historia sin haberse plantado, ni siquiera rechistado. Trágico devenir cuyo curso no se verá alterado mientras los trabajadores españoles no sean conscientes de que enfrente tienen un régimen antagónico y hostil que, además de arrebatarles la manduca, les deja sin patria.
Más purga neoliberal
El ejecutivo del PP, tras pasar el ecuador de su legislatura recortando a diestro y siniestro, proclama a bombo y platillo la falacia de una incipiente recuperación económica que todos los indicadores desmienten de manera apabullante –un imposible con un 26% de tasa de desempleo y previsión de crecimiento irrisorio–, así como el logro de final del rescate bancario europeo, costeado por los españoles de manera directa e indirecta, sin que hasta ahora, al contrario de lo que se anunció, se haya vuelto a restablecer el crédito y cuya finalidad primordial no era otra que salvar los trastos de las entidades financieras franco-alemanas enfangadas con las cajas de ahorro españolas.
Como reflejo de colapso que sufrimos, prosiguen los desahucios de viviendas, ejecutadas por la misma banca reflotada con el dinero del contribuyente, así como los cortes de luz para miles de familias de trabajadores españoles mientras se deja expedito un nuevo sablazo a favor de los oligopolios del sector energético a través de la tarifa eléctrica. A la par, se anuncia nuevas reformas laborales bajo la mendaz coartada del “pleno empleo”–el promedio de la tasa de desempleo en treinta y cinco años de juancarlismo ha sido del 20%– que sólo significarán más paro y precarización del existente mediante la reducción de salarios y la promoción de subempleos profundizando en la devaluación interna practicada desde 2007 por los sucesivos gobiernos del régimen a instancias del Euro-Reich.
Hay que desengañarse: no asistimos ni asistiremos a recuperación económica alguna, sino a la instalación de un nuevo modelo capitalista de rapiña basado en la cruda extorsión de las rentas del trabajo y la privatización del aparato prestacional del estado que las generaciones anteriores contribuyeron a edificar con su esfuerzo.
Se impone la necesidad de una reordenación de España en torno al eje del Trabajo –y no de las reformas estructurales de los gobiernos juancarlistas dirigidas a la maximización de las tasas de beneficio privado–, fundamentada en la socialización de los sectores estratégicos en manos hoy de oligopolios del reinito. Y como condición de potencia e independencia nacional: la ruptura con UE y el euro, plataformas del imperialismo alemán.
«¿Quiere que Cataluña sea un Estado?»
Pero más allá de los ataques a las condiciones de existencia de los españoles se ha desatado una ofensiva contra nuestra misma existencia nacional: de manera soterrada se prepara una reforma constitucional promovida desde arriba, hurtando la soberanía nacional-popular española a la que, de forma engañosa, se apelará para ratificar la revisión que reconozca en el seno del ordenamiento jurídico juancarlista las “singularidades”–otra vez la misma cantinela que en la “transición”–, no de las “nacionalidades”, sino ya de las “naciones” soberanas catalana y vasca y sus artilugios estatales.
Pese las poses de Rajoy y los aspavientos independentistas de Mas y Junqueras, el asunto se dirimirá consensuadamente con el PSOE. Culminar la lógica confederal del estado autonómico del 78, es política de estado juancarlista. De la misma manera que lo es el “proceso de paz”: tras promesas sobre la derrota de ETA asistimos a la nauseabunda excarcelación procurada por los poderes del estado de los etarras más truculentos.
Frente a la monarquía de las autonomías y su deriva confederal, no cabe más alternativa que la constitución de España en República unitaria clausurando estos mecanismos caciquiles de corrupción y despilfarro público, “fábricas de independentistas” y modus vivendi para las legiones de paniaguados de la partitocracia borbónica.
Por si acaso, represión
Un régimen antinacional, antisocial, antidemocrático y corrupto como el que padecemos puede desenvolverse sin ser seriamente perturbado. En lo político genera sus propios anticuerpos con formaciones embaucadoras como IU, UPyD y Ciutadans para satisfacer descontentos y mantenerlos con votos alternativos en los límites del redil juancarlista. Así como en lo socio-económico puede resguardar la “paz social” en medio del mayor desastre económico habido con la colaboración de los grandes aparatos sindicales que forman parte de la estructura del estado, UGT y CCOO.
No obstante, no baja la guardia y refuerza su última línea defensiva, la represiva: pretende contener cualquier conato de movilización popular que pudiera producirse mediante la regulación restrictiva de derechos y libertades fundamentales mediante un régimen sancionador severo por vía gubernativa, escamoteando cualquier garantía frente a la porra de los antidisturbios.
Es obvio que al juancarlismo no le inquietan ni los cambios de tendencia demoscópica ni las “mareas” satelizadas por los “sindicatos de clase”. Por el contrario, sí le enerva que pueda extenderse las formas de lucha propia de la acción directa de masas como las concentraciones en la calle y el asedio a sus sedes institucionales. Es precisamente esta vía de acción política la que preconiza el Partido Nacional Republicano como la que corresponde a este periodo decisivo. La presentación de candidaturas a elecciones o secundar las iniciativas y huelgas generales convocadas por las burocracias sindicales son las formas de participación controladas por el régimen a batir.
Por el Partido de la resistencia y lucha
Ni la experiencia reciente ni la correlación de fuerzas permiten augurar la eclosión de movimiento alguno que en lo inmediato vaya a enfrentarse al régimen, y menos, bajo la divisa de una revolución doble: nacional-democrática y socialista. Media una ardua tarea preparatoria para dotar de organización y contenido a la lucha que, tarde o temprano, destacará a más compatriotas contra el juancarlismo, aunque ya entonces sea sobre las ruinas de España. A ello debe contribuir el PNR, al derrocamiento del régimen, como un puesto avanzado de combate ideológico y político por nuestra refundación nacional, en pueblo español constituido en República unitaria y del trabajo.