Se ha hecho cada vez más evidente el deslizamiento capitulador del discurso del PP en el tema de la “derrota de ETA” –el único que mantenía frente a Zapatero, tras claudicar en los puntos estatutarios y del 11-M–.
Durante años, el PP insistió en la necesidad de derrotar a ETA por la vía policial y judicial. Acusó al PSOE de no querer la derrota de ETA, por su disposición a negociar con ella. Sólo el PP, opuesto a esa negociación, era en verdad partidario de la derrota etarra.
En los últimos tiempos, hemos asistido a un viraje espectacular de Rajoy. Ahora se inclina a favor de apoyar al “gobierno de España” de Zapatero para derrotar a ETA, aunque Zapatero quiera seguir negociando con ella. De ello se deriva un cambio radical en la definición pepera del campo de los derrotadores de ETA.
Por un lado estaría Zapatero, que quiere derrotar a ETA, pero manteniendo la posibilidad de negociación con la misma. Lo que antes se denunciaba como contradicción insoluble –lucha contra ETA y negociación–, ahora se transforma en una “opción legítima”.
Por otro lado, está el PP que, al igual que Zapatero, quiere derrotar a ETA, pero no negociando con ella. Cuestión de matices, importantes sin duda, pero matices al fin y al cabo.
Y está también el rey, que ha culminado el discurso del nuevo campo de derrotadores de ETA estableciendo su postulado fundamental: todos queremos derrotar a ETA hagamos lo que hagamos. Lo importante es “la unidad” y el “apoyo a las instituciones”.
Rajoy dice que hace todo esto para “ganar el centro”. En realidad, es para apuntalar al régimen. Como peón del mismo, debe seguir su lógica ineluctable, que es la de la desarticulación confederal, cualquiera que sea el resultado de las elecciones. Rajoy traiciona de la forma más infame a muchos de sus votantes porque es totalmente consciente de que no se puede derrotar definitivamente a ETA sin agostar su caldo de cultivo. Esto es, sin cuestionar la legitimidad del nacionalismo étnico. Pero el régimen se basa en el pacto con el nacionalismo étnico. Más aún: Rajoy no puede ignorar que ETA es el brazo armado ilegal del régimen: aceleró su gestación –diciembre de 1973, atentado contra Carrero Blanco– e impone con el terror una lógica de desistimiento que allana el camino de la evolución del régimen hacia un marco confederal. Es lógico que, en contrapartida, ETA aspire a la existencia legal en ese marco. El régimen cuenta también con un brazo armado legal dispuesto a toda suerte de ilegalidades, incluido el crimen. Son las cloacas policiales socialistas que montaron los GAL y hemos visto reaparecer en el 11-M. El PP dejó ir de rositas a Mr. X, su jefe, y a muchos de sus sicarios y, en su momento, se plegará a cuantas negociaciones y concesiones sean necesarias con ETA.
Por todo ello, si en marzo vence Zapatero, habrá contado con la bendición de Rajoy en su legítima opción de “derrota de ETA” abierta a futuras negociaciones. Si, a pesar de todo, Rajoy ganase las elecciones, sólo tendría que prescindir del “matiz” antes citado, para negociar también con ETA, cosa que más pronto o más tarde se vería obligado a hacer, tras tapar totalmente el 11-M, asumir el Estatut, “integrar” el plan Ibarreche II, etc.