No confundimos población española con pueblo español. La población española es una categoría demográfica y tiene, sin duda, interés estadístico. El pueblo español designa, en cambio, una categoría política de dimensiones mucho más reducidas. Se asienta como mínimo en el sentimiento de España, en la angustia por su pérdida y en la voluntad de su pervivencia. La edificación del partido que nos hemos propuesto los nacional-republicanos se dirige, ante todo, a este sector. Persigue ganar de entre el mismo a los elementos más inquietos e insatisfechos, rebeldes y activos, que la crisis actual puede multiplicar.
La labor de conquista de esa vanguardia tiene lugar principalmente mediante la propaganda en torno a los puntos cruciales del Programa del partido. Tal propaganda se basa en las tareas objetivas de la revolución democrática y socialista española, y no en la actual mentalidad de la población que, en su mayoría, por desgracia, constituye una masa atomizada en estado de sumisión. Propaganda: muchas ideas para pocas personas. Significa explicar pacientemente, clarificar, poner en orden las ideas.
El partido no se limita a esta actividad propagandística. Conforme progresa en la conquista de la vanguardia, puede y debe intervenir en los movimientos de masas, en primer lugar en los que se producen de hecho. Aquí sí resulta fundamental la agitación –pocas ideas para muchas personas–. Hace imprescindibles los objetivos parciales, así como tomar en consideración la temperatura del movimiento, para potenciar los “destellos de conciencia” que puedan brotar del mismo, para criticar de forma constructiva las falsas salidas y, en todo caso, para sugerir las soluciones de fondo que implica su futuro. Y a la vez, esos movimientos de masas, fecundados parcialmente por la intervención del patriotismo republicano y socialista, pueden segregar nuevos destacamentos de la vanguardia amplia.
La tarea de unión de la teoría revolucionaria, basada en la experiencia histórica, con esa vanguardia patriótica amplia dispuesta a la lucha, y todo ello completamente al margen de las instituciones oficiales, es sin duda una de las más difíciles de todo proceso revolucionario genuino. Es una tarea previa a todas las demás y puede exigir dilatados esfuerzos. Pero sin su cumplimiento, cualquier intento de construir un partido de alternativa real al sistema no pasará de ser un total despropósito, vacío de contenidos, un peligroso juego sujeto a toda suerte de desviaciones y ambiciones personales.
Durante años de esfuerzos en esa dirección el PNR, si bien no es un partido abstencionista por principios, nunca ha presentado listas a las elecciones. La explicación de esta actitud es muy simple.
En el supuesto de que el PNR concurriese a las citas electorales del régimen, debería hacerlo bajo su propio programa, de reconstrucción nacional, republicana y social de España. Pues bien, ello supondría mentir como bellacos al pueblo español, dándole a entender que tal reconstrucción puede realizarse a partir de un gobierno emanado del vigente marco constitucional. Nuestra posición es que eso sólo es posible con el derrocamiento del régimen mediante la movilización popular. A la preparación y estímulo de la misma consagramos todas nuestras fuerzas. Tanto más cuando el régimen está lanzando terribles agresiones políticas, económicas y sociales que cuentan con los juegos electorales como maniobra paralizante de cualquier conato de resistencia.
La única salida es el pueblo español directamente contra la chusma política dirigente. Sus formas adecuadas no son las elecciones, sino las manifestaciones y, sobre todo, las concentraciones ante los centros oficiales, sean institucionales o de los partidos, hasta conseguir la defenestración de la oligarquía política, desde su testa coronada para abajo.
Es por todo ello que no sólo consideramos enemigos a los grandes partidos del régimen, el PSOE y el PP, sino que, además, calificamos de cómplices del mismo a todas las organizaciones pretendidamente alternativas que, con el único fin de que algunos de sus miembros puedan vivir del erario público o, más modestamente, con la intención de hacerse publicidad –“que se visualicen nuestras siglas”–, participan en los comicios del juancarlismo, embelleciéndolo, ayudándole a montar la farsa de su imagen democrática.
Esta actitud del PNR le ha acarreado críticas de la extrema derecha y de la extrema izquierda.
Algunos grupos de extrema derecha interrumpen su actividad regular –que es la celebración de aniversarios– para presentarse a elecciones. Con el fin de hacerse más aceptables, reducen sus propuestas a “programas mínimos”, casi siempre limitados a la inmigración o el terrorismo, y se callan cualquier alternativa general al régimen. Desde luego, huyen como de la peste de la consigna de la república democrática. Sus ridículos resultados electorales hablan por sí mismos. A algunos de ellos no les votan siquiera sus simpatizantes, que prefieren hacerlo al PP.
Más alambicadas son las críticas procedentes de grupos de la extrema izquierda que siguen hablando de socialismo y de construcción de un partido revolucionario.
Desde nuestro punto de vista, la quiebra de la monarquía puede hacer conveniente la participación electoral como una táctica mediante la cual un fuerte partido, sólidamente cohesionado, intente dotarse de nuevas tribunas de propaganda y de medios para incidir en las masas aún inmersas en el orden social capitalista. En ningún caso es una táctica para construir ese partido. Para ello, lo primero es conquistar a amplios sectores de vanguardia. Lo segundo, ganar influencia y fuerza en las calles. Luego pueden venir las preocupaciones electorales.
Para los críticos ubicados en la extrema izquierda siempre hay que participar en elecciones, puesto que lo dijo Lenin. Y ponen el ejemplo de la participación de los socialdemócratas rusos en la archirreaccionaria Duma zarista en 1907.
Dichos críticos silencian dos aspectos importantes.
El primero es que el partido obrero socialdemócrata ruso contaba en ese momento con más de 100.000 afiliados, muchos de ellos probados en una actividad clandestina prolongada, lo que se traducía en un caudal electoral nada desdeñable de entre un millón y un millón y medio de votos seguros.
Lo que intentó Lenin con esa participación en la Duma fue preservar el espíritu de combate del partido, dando a sus miembros un referente político y una actividad que había casi desaparecido de las calles, fábricas y campos de Rusia, tras la derrota de la insurrección de 1905. Trataba de contrarrestar el incipiente vaciamiento social de las organizaciones socialdemócratas. Y nuestros críticos ocultan que ese intento fracasó rotundamente.
Según cuenta Pierre Broué en su documentada historia del partido bolchevique, en Moscú la organización contaba en 1907 con varios millares de efectivos; hacia el final de 1908 quedaban 500 y sólo 150 a fines de 1909. En 1910 la organización en esa ciudad había dejado de existir, mientras que en el conjunto del país los afiliados pasaron de los 100.000 a menos de 10.000. Además, parte de la organización saltó en pedazos. Al inmediato alejamiento de la fracción de los llamados otsovistas, partidarios del boicot a la Duma, se sumó finalmente la ruptura de los mencheviques, que venían empujando para arrastrar al partido hacia la lucha exclusivamente legal.
La táctica de “edificar el partido” utilizando las elecciones para fines de propaganda antisistema, supone el absoluto desvarío de arrojar sobre la conciencia confusa e incluso subalterna de los compatriotas, la sobrecarga de ver legitimado el régimen “democrático” por quienes lo niegan de palabra, pero de hecho aparecen formando parte del mismo.