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El marianismo y demás parapetos del régimen
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Rajoy se atribuye el incremento en 400.000 del número de votos al PP. Cierto es que ha perdido las elecciones, pero da a entender que la culpa debe ser de Zaplana, al que seguirán Acebes y otros. Ha dejado caer en una entrevista que el apoyo del PP a la intervención en Iraq obedeció a un error. Quiere un “equipo propio”, pues por lo visto el que ha tenido hasta hace poco no lo era. Está naciendo el marianismo.

¿Qué significa el marianismo? Significa ante todo la reconducción del PP al guión básico del Reino, de donde le sacó la soberbia de Aznar, ese verso suelto que rompió alocadamente los consensos fundamentales, internacionales e internos, en que se sustenta el régimen borbónico. Significa el “enterado” y la aceptación incondicional del golpe de timón del 11-M. Significa el acatamiento disciplinado del papel de oposición perpetua que el régimen reserva al PP. Significa la rienda suelta a las apetencias de los barones autonómicos peperos, ansiosos de insertarse  en el naciente esquema confederal.

Rajoy no es un «maricomplejines que se deja engañar». Es un artero politicastro que, obediente al rol que le ha asignado la Corona, finge que es engañado por Zapatero para mejor engañar a muchos españoles ingenuos.

Lo que se arremolina electoralmente en torno al PP es heteróclito. Incluye a quienes se interesan más por la pervivencia de la moral católica y los privilegios de la Iglesia que por el porvenir de España. Hay también sectores acomodados de las clases medias cuyo dios es el mercado y que perciben en toda intervención del Estado un “nefando totalitarismo opresor del Individuo”. Está una mayoría popular de sentimiento español que se aferra de forma desesperada a la retórica constitucional sobre la “indisoluble unidad de la nación española” y ha confiado hasta hoy en el PP como garante de esa unidad. Y hay finalmente un creciente sector que ha votado instrumentalmente al PP, tapándose la nariz, “para echar a Zapatero”. Los dos últimos sectores se sumen hoy en la frustración.

Entre esos sectores aflora una doble percepción: la más amplia es la de que Rajoy es incapaz de ganar unas elecciones. Otro sector, más restringido, extiende al propio PP la incapacidad de ofrecer una salida a la crisis nacional.

Y he aquí que un sector de la derecha mediática interviene en esa crisis para encauzarla en beneficio del régimen y, por supuesto, en beneficio de sus negocios. En un primer movimiento, hurga en la cuestión del liderazgo. Carga contra Rajoy, el perdedor, y empuja la alternativa de la triunfadora Esperanza Aguirre. La Thatcher española: una amalgama de conservadurismo político y feroz liberalismo económico que posiblemente ha saltado a la palestra de farol. Por si falla esa salida, y sin excluir un clamor postrero por el regreso de Aznar, ese sector mediático atiende desde hoy mismo a la segunda percepción y potencia publicitariamente al partido de Rosa Diez, la Unión de Progreso y Democracia, como antes lo hizo con Ciudadanos.

La UPyD ha improvisado un discurso dirigido a paralizar a los españoles con ilusiones en una impracticable regeneración del régimen. De entrada, se dedica a enmascarar la naturaleza del mismo y la de los grandes partidos que lo apuntalan. Así, afirma el programa de la UPyD: «Defendemos el Estado de las Autonomías, pero no tenemos el más mínimo complejo en corregir sus disfuncionalidades». Según ese programa son “disfuncionalidades” del Estado de las Autonomías el sistema electoral que prima la representación de los nacionalistas fraccionarios, la entrega a los mismos de competencias decisivas como la educación, la erradicación de la lengua española en sus feudos, el Cupo Vasco, la Aportación Navarra y el sistema de privilegio instaurado por el Estatuto de Cataluña, etc. En realidad, todos estos extremos son completamente funcionales al pacto entre la Corona y los nacionalistas anti-españoles que cimenta el Estado de las Autonomías. Y encima la Sra. Diez quiere hacernos creer que resolverá esos problemas con el mantra de la unidad del PSOE y el PP, a los que llama “partidos nacionales”.

Seguir hablando de defensa de la Constitución del 78, aunque sea postulando su reforma, es perverso e inmoral. Además, es utopismo demagógico. El régimen tiene una dinámica centrífuga ineluctable, agazapada desde un principio en la propia Constitución, en la que participan todos sus aparatos, cada uno con su función. El PSOE se ubica en el cogollo del régimen, del brazo del Borbón y Botín. Los partidarios de la “España constitucional” son guardaflancos charlatanescos del régimen: de primera categoría (PP), de segunda (UPyD) y de tercera (lo que queda de Ciudadanos).

El combate contra la anti-España social-separatista comienza por el combate contra la rémora de la seudo-España constitucional y sus ruedas de carro regeneracionistas. Es un combate por la reconstrucción nacional en el marco de una  república española única e indivisible.