Más allá de la campaña del miedo organizada por todas las instancias de la UE, el BCE o el FMI ante un cambio en el interlocutor griego, la expectación en España por los avatares de la política interior helena obedece a la relevancia que Podemos tiene ahora en el escenario político nacional. Pablo Iglesias ha aprovechado para reafirmar su aura emergente a nivel europeo con una presencia estelar en la campaña de Alexis Tsipras. Ambos no han perdido ocasión para proclamar su destino común al grito de «Syriza, Podemos, venceremos».
El discurso de Podemos continúa en pleno auge y ya disputa al PPSOE el primer lugar en las preferencias electorales de los expañoles fruto de una exitosa mercadotecnia política. Se ha hecho con el mercado de la regeneración política seduciendo a toda una generación de españoles formados académicamente y profesionalmente cuyas esperanzas vitales están truncadas por el inmovilismo de la clase política juancarlista.
Pese a los intentos del aparato de propaganda de Génova por vender el discurso de la recuperación, Podemos ha impuesto su dialéctica en el debate mediático. Así, las expectativas de regeneración en Grecia han encontrado un fenomenal amplificador en los medios de información españoles. Syriza es el espejo en el que se mira Podemos, enseñando el camino de firme resistencia de un pueblo digno frente a las imposiciones de la Unión Europea. Este espejismo ha durado muy poco.
Marcharon como Leónidas pero regresaron sin su escudo
Los representantes del nuevo gobierno griego se embarcaron en una gira por las capitales europeas con el propósito de anunciar su inquebrantable voluntad de sacudirse su esclavitud. Así se anunció a bombo y platillo, así lo han hecho creer Pablo Iglesias y los suyos. Pero retornaron a Atenas apaleados y descompuestos. Ni siquiera fue suficiente su abandono de los aspectos más reivindicativos de su programa electoral. Igual que Podemos, que de nacer con un programa calificado por los medios del régimen como extremista y radical, ha acabado presentando una hoja de ruta económica elaborada por dos destacados economistas keynesianos: Juan Torres y Vicenç Navarro.
Tsipras y Varufakis prometieron al electorado una quita de la deuda y tras un mes de negociaciones han acabado por firmar un acuerdo con la UE que prorroga por cuatro meses el rescate, con el compromiso expreso de cumplir sus condiciones. Alemania ha dejado bien claro que la cuestión es, ante todo, política. El rechazo de Merkel se acompañó de una ofensiva del BCE destinada a ahogar la liquidez del sistema bancario heleno y que aceleró la fuga de capitales. Todos son conscientes de que la deuda es impagable pero mientras se mantenga, los acreedores podrán seguir extrayendo pingües beneficios de una economía colonizada.
Tsipras se ha agarrado a la demagogia para vender un acuerdo que ya ha provocado la rebelión de parte de su partido y manifestaciones callejeras del comunista. La rendición completa del gobierno griego se ha concretado en la aceptación de nuevos recortes en las pensiones, un incremento de los impuestos indirectos, la no readmisión de los funcionarios despedidos, la continuación de las privatizaciones, el abandono del incremento del salario mínimo, más reformas del mercado laboral en la línea de las sugeridas por la OCDE o la suspensión del plan contra los desahucios. A cambio, Tsipras ha conseguido rebajar el superávit primario lo que le proporcionará un escaso dinero con el que acometer intervenciones en el gasto social.
Entre el mandato de los votantes griegos y las exigencias de los acreedores, Tsipras ha elegido a los segundos. Sus defensores aseguran que no había otra opción si quería evitar la quiebra del Estado heleno. Apenas unas semanas en el gobierno y Syriza ya ha demostrado los límites de cualquier opción reformista ante la gran recesión existente. Todo discurso electoral articulado en torno a la «renegociación» de la situación de subordinación y dependencia respecto a la Troika (UE, BCE y FMI) está condenado al fracaso. Lo han demostrado los electores griegos, quienes desde el estallido de la crisis han ido respaldando en las urnas a quienes les han prometido salir de una situación final feliz posible mediante reformas. Incluso ahora, el 81% ha respaldado el acuerdo con la UE. Pese a la mitificación de las protestas de sectores de la sociedad griega, ésta está bien lejos de desear lanzarse por el camino de la insurrección nacional-popular.
Espejo económico
Entre 1995 y 2008 el PIB griego se multiplicó por 2,3, lo que significó que la renta per cápita se duplicara hasta los 20.000 euros. Fue un crecimiento basado en el endeudamiento favorecido por la creación del euro, la caída de los tipos de interés y la llegada de fondos europeos, de tal manera que la duda pública per cápita creció de manera paralela y la privada lo hizo aún más. Pero a diferencia del PIB per cápita, que ha caído hasta el nivel de 2003 (16.500 euros), la deuda pública per cápita es ahora casi el doble que la de aquel año.
Básicamente, el problema de Grecia es el mismo que el de España: un estado de bienestar que, dentro del sistema capitalista, sólo se puede sostener mediante el endeudamiento. La diferencia es que en Grecia ya han llegado al límite del crédito. Cuando no pudieron colocar más deuda, tuvieron que ser rescatados. En España estamos camino de ello por cuanto se está sorteando la nueva realidad económica recurriendo a un endeudamiento público masivo, que ha pasado del 40% al 100% desde 2007.
Por lo demás, la economía griega no es tan distinta de la española: recauda en tributos un 1,2% más (el 33,7% del PIB) como consecuencia de la mayor presión fiscal que soportan las rentas del trabajo y el consumo; y ha experimentado un incremento (insuficiente parece) de la productividad mediante un descenso considerable de los costes laborales a través del despido masivo de trabajadores y la disminución de los salarios y la precarización. Los recortes en el gasto público han logrado un superávit primario del 3,6% del PIB que se convierte en déficit del 1,6% al añadírsele el servicio de la deuda.
Espejo político
En el plano político, el nuevo gobierno griego advirtió su deseo de reorientar la política exterior de su país en dirección a Moscú. Anunció su deseo de servir de intermediador en el diálogo entre la UE y Rusia tan condicionado por las represalias económicas a consecuencia de la guerra civil en Ucrania. Pero también parece haberse diluído aquí la postura del gobierno de Syriza. El ministro de Exteriores griego Nikos Kotziás, ex consejero de Yorgos Papandreu en el pasado, se sumó al consenso europeo para profundizar en las sanciones de la Unión Europa a Rusia. Su férrea resistencia se limitó a bloquear el acuerdo durante unas horas como respuesta por no haber sido consultado en su elaboración. Aquí, Pablo Iglesias ya se ha curado en salud advirtiendo que «intentará» sacar a España de la OTAN y denunciar los acuerdos bilaterales con EEUU ya que tal asunto «no es una cosa sencilla». Su límite pasa por sacar a España de la estructura militar de la Alianza.
Espejismo populista
El espejo griego de Podemos ha mostrado la verdad en muy poco tiempo: que la demagogia de Iglesias y los suyos tiene poco recorrido. Su mensaje reformista, de renegociación con Bruselas y Berlín, seduce lo oídos y los corazones de millones de españoles desesperados y asqueados. Como ya hizo Syriza en Grecia. Pero el espejo griego muestra lo que ocurrirá siempre que se acepte los marcos del juego político que marca la Unión Europea.
La apelación de Podemos a una nueva centralidad y un nuevo espacio del juego político se quedan en mero populismo de consumo exclusivamente doméstico. Sólo puede referirse a los cambios que proponen en el reparto de poder dentro del régimen juancarfelipista entre generaciones enfrentadas de la clase oligárquica española, la «casta» en la que hay que incluir a la formación electoral de los profesores de la Complutense.
No hay salvación dentro del escenario existente. La salvación de España y los españoles no es posible en el marco político y económico vigente. El reformismo de Podemos promete duros a cuatro pesetas: compra votos pero no lleva a ninguna parte. La salvación de España y los españoles no pasa por las urnas sino por la movilización ciudadana en las calles que sacuda el régimen del 78 desde sus cimientos y no sólo en sus cúpulas. Pasa por el repudio consciente y valiente de la sumisión a los poderes extranjeros, por la construcción de un movimiento popular fundamentado en la soberanía nacional y en la superación del modelo económico capitalista. Pasa por la ruptura completa con Eurolandia y no por la negociación con la misma.