Afirma uno de los textos fundamentales del Partido Nacional Republicano:
El mundo de las máquinas, ha provocado un trastrocamiento integral de la existencia. Ha convertido de modo irrevocable la relación del hombre con la naturaleza en una empresa cada vez más colectiva, que establece apretados lazos de dependencia reciproca entre millones de hombres e instaura una realidad cada vez más compleja. Ha convocado poderes inmensos, que permitirían una formidable ampliación de horizontes. Existe un gigantesco material que aguarda con impaciencia que se le impregne de un sentido legítimo. Una colosal acumulación de medios de poder se halla dispuesta para un nuevo dominio histórico. El sufrimiento del mundo, un sufrimiento de signo universal, es que el mencionado dominio no se ha plasmado todavía. El dominio del Burgués subordina todo ese inmenso caudal de posibilidades a los "derechos del Individuo" y a la búsqueda frenética de su felicidad consumista. El resultado no ha sido "la Libertad". Han sido las formas más monstruosas de tiranía y, sobre todo, el desarrollo de un proceso económico que se superpone al hombre como un gigante desencadenado. ¿Qué son las crisis periódicas, sino la demostración de que el trabajo y la técnica no pueden ser racionalmente organizados desde las categorías políticas y económicas del individualismo?
En efecto, el advenimiento de la técnica industrial destruyó el mundo de los pequeños trabajos completos y separados, propios de la agricultura arcaica y del artesanado. Desde entonces, ha ido pidiendo a gritos una ordenación holista, un todo que fuese más que la suma de sus partes. En definitiva, un sistema comunitario y funcional, no una mera adición de átomos pretendidamente autosuficientes. Incluso le impone al Burgués pasos técnicos en ese sentido, para afrontar la concurrencia de capitales y para protegerse de sus propias contradicciones. Esto es lo que ha ocurrido con el reemplazo de la centralidad de la propiedad privada individual por la propiedad privada colectiva (sociedades anónimas), con la cartelización de sectores enteros mediante la creación de oligopolios y monopolios, con la disociación de la gerencia respecto de la propiedad, con la introducción de elaboradas formas de planificación en el ámbito de la empresa, e incluso con las nacionalizaciones para salvar a sectores del capital en crisis: ¡en este momento, en los propios USA y en Inglaterra! Algunos ultraliberales académicos siguen anunciando los manuales de Hayek y de Von Mises: su maqueta es un idílico mundo de competencia entre pequeñas empresas que se ajusta automáticamente, mientras el Estado no intervenga, mediante el juego de la oferta y la demanda. Pero el liberalismo es una representación primero errónea y luego mentirosa de la realidad. Para empezar, en lo que concierne a la proyección del Estado.
El dominio del Burgués sólo ha sido posible desde un principio merced a la decisiva intervención del Estado –la acumulación primitiva de capital en Inglaterra a base de patentes de corso, tráfico de esclavos y expediciones coloniales–.En la actualidad, asistimos al desenmascaramiento del falso dilema entre “liberales”, partidarios de que sea el mercado quien purgue las crisis, e “intervencionistas”, partidarios de la acción del Estado. Los “liberales” ensalzan al mercado en los tiempos de vacas gordas, pero se avienen a que, en tiempos de vacas flacas, Papá Estado acudida en auxilio de sus negocios. En cuanto al “intervencionismo”, no significa otra cosa que el enjuague público de las pérdidas del capital y de los dispendios de la corrupción de los aparatos políticos, a cuenta de los contribuyentes, para reemprender la privatización cuando las condiciones lo permitan.
Ese dominio sigue amurallando el valor de la sacrosanta propiedad privada, que incluso Tomás de Aquino situaba dentro del "derecho de gentes" y no del "derecho natural". Pero, en la práctica, se ha desplegado como la más implacable palanca de expropiación, primero de campesinos y artesanos, luego de empresarios pequeños y medios... Hoy asistimos a un colosal proceso de expropiación de unos grandes capitales por otros mayores, a través de absorciones, fusiones, etc. Masas astronómicas de capital están cambiando de estantería. Pero, con todo esto, es el Burgués quien nos muestra el camino de la concentración técnica y financiera, de la anulación del sacrosanto mercado, de la planificación e incluso de la estatización! ¡Es el Burgués quien nos indica la “hoja de ruta” que debe conducir a su aniquilación! Naturalmente, ésta no se producirá evolutivamente y de forma indolora. No ha existido jamás un sector privilegiado que haya asistido pasivamente a su propia extinción. Pues, a la vez, el Burgués, atado irremisiblemente a las “categorías del individualismo” –propiedad privada incondicional y demás “derechos humanos”, mercado como mecanismo insuperable de la asignación de recursos, beneficio, dinero como mercancía y no como simple equivalente, “sociedad civil”, parlamentarismo liberal, etc.– no puede sino propulsar a niveles cada vez más elevados las contradicciones de su mundo, en un proceso desenfrenado que discurre de una catástrofe a otra mayor.
Mientras exista concurrencia de capitales y necesidad de los mismos de contrarrestar las tendencias a la caída de sus tasas de beneficios, habrá innovación tecnológica. Pero no todo es progreso en el mundo del Burgués. Así, hoy constatamos que el capitalismo, cuya forma propia de excedente adopta la forma de beneficio industrial, no ha podido prescindir de formas de renta procedentes de sociedades anteriores –como es el interés bancario, herencia del vampirismo de los usureros–, que inyectan brutales cuotas de parasitismo al sistema. No obstante, esto no abona el discurso de algunos moralistas del capitalismo, aferrados a la distinción entre un capitalismo bueno –la “economía productiva real” y un capitalismo malo, el bancario–. Ambos han unido indisolublemente sus destinos. Al igual que en nuestro país se han unido los de la oligarquía económica –finanza y oligopolios– y los de la oligarquía política, desde la Zarzuela para abajo, con todos sus pajes de izquierda y de derecha.
Nosotros, republicanos y socialistas españoles, somos la verdadera gente de orden frente al desorden establecido. Contrariamente a lo que creen los progres y los libertarios –unos liberales cabreados– no será la “libertad del individuo” sino la exigencia de orden nacional justo la mayor fuerza subversiva.