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Contra la islamofilia
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Proliferan las mezquitas en toda Europa occidental, incluido nuestro país. Algunas son recintos suntuosos; otras, lóbregos cuchitriles habilitados en sótanos o garajes. Pero en todas ellas se desliza, de forma sosegada o estruendosa, el discurso teocrático de los imanes. Hoy, en Europa progresa el “multiculturalismo”. En cambio, el mundo islámico, en sus rasgos generales, sigue siendo “monocultural”. Y, en su seno, crece la influencia de las expresiones más rigoristas de la ideología musulmana, en algunos casos con una deriva terrorista.

Acerca de las causas de este boom del islamismo radical se han aventurado diversas interpretaciones. Aludiremos a las principales, con particular acento en sus versiones europeas.

 

Somos culpables

En primer plano está la interpretación del islamismo radical como expresión de un conflicto político que realmente poco tiene que ver con el islam. Se trata del conflicto genérico entre el tercer mundo y un primer mundo explotador que lo ha sumido en el atraso y la miseria.

No ignoramos las responsabilidades del imperialismo occidental en las turbulencias que agitan actualmente al mundo islámico. Más adelante nos referiremos a ellas. Pero opinamos que el auge del radicalismo islamita obedece de modo principal a un conflicto operante en el seno del propio mundo del islam.

El integrismo ha surgido primero como resistencia frente a diversos intentos de modernización. Unas veces trataban de inyectar dosis de liberalismo político y económico a ciertas monarquías. Otras veces fueron obra de corrientes nacionalistas de corte laico y socializante. En una segunda fase, el integrismo ha comenzado a explotar el fracaso de esos intentos, que se han agotado hasta hoy en reformas parciales. En ningún caso se han atrevido a romper el dogal de las oligarquías semifeudales y de las nutridas castas clericales, ni a ir disolviendo el denso arraigo de los vínculos tribales. Resultado: un completo fiasco a la hora de construir marcos nacionales viables y estructuras económicas capaces de asegurar un nivel de vida mínimamente digno para sus pueblos y de evitar la penetración imperialista.

La teoría leninista sobre el imperialismo, todavía seguida con unción por la izquierda, oculta que en frecuentes casos la dependencia, antes de ser causa de la incapacidad para superar el atraso, ha sido en primer lugar consecuencia de esa incapacidad.

Muchos de los países islámicos concentran fabulosas tesoros en materias primas y fuentes de energía. Cabe aplicar a sus gobernantes las reflexiones que hacían algunos pensadores españoles del siglo XVII cuando acusaban a nuestros dirigentes de haber confundido el tesoro con la riqueza: «Con poder estar los más ricos en el mundo por el mucho oro y plata que ha entrado y entra de las Indias, estamos los más pobres, porque sólo sirven de puente para pasarlos a los otros reinos, nuestros enemigos y de la Santa Fe Católica».

Tras décadas de fracasos reformistas, el fundamentalismo se ha lanzado a capitalizar la frustración del mundo musulmán ante la pobreza, el analfabetismo, las irrisorias capacidades militares, etc. a que le ha condenado el propio islam, legitimador del dominio de unas castas y gobiernos parasitarios, corruptos, nepotistas y tiránicos. Pero allí donde los integristas han alcanzado el poder, también con el Corán en ristre, no han impuesto otra cosa que tenebrosas tiranías clericales, apalancadas en la miseria, opresión y barbarie cultural más indescriptibles, incompatibles con el progreso en cualquiera de los campos.

Aunque se pusiese fin a la ocupación norteamericana de Irak y se consiguiese establecer algún tipo de paz entre palestinos y judíos, no cambiarían esencialmente las cosas para el mundo islámico. Menos cambiarán todavía por el mero hecho de un aumento de la cooperación y ayuda económica de Occidente hacia los países islámicos, como preconiza Rodríguez Zapatero. Esa cooperación termina en las arcas de reyezuelos y jeques opulentos y depravados.

De todos modos, los peligros que acechan al mundo islámico no pueden ser exagerados. Particularmente si se toma en cuenta su vigor demográfico que, dicho sea de paso, es principalmente debido a la medicina de los “cruzados”. Las mismas fuerzas que supuestamente les han “victimizado”, también parece que les han permitido reproducirse en tasas que no tienen precedentes.

 

El terrorismo islámico es malo, pero es islam muy bueno

Otra teoría considera que el terrorismo islamista es un fenómeno moderno que guarda escasa relación con el Corán y la religión islámica, cuyos contenidos benéficos se celebran cada vez más intensamente.

Tomemos el ejemplo de Al Qaeda. Se trata, indudablemente, de un fenómeno actual. Pero abreva en las aguas del sector wahabí del islam. Ya Domingo Badía (Alí Bey), viajero español que visitó La Meca en los años 1812-14, y el primer europeo que hizo referencia al wahabismo, observaba con clarividencia que esta corriente podría alcanzar gran importancia por su posible irradiación a otras zonas. Veía en ella una versión extremadamente fanática del islam que «no podía ser aceptada por ninguna nación civilizada».

No vamos a enzarzarnos en exégesis abstractas de los textos del islam. Las hay para todos los gustos. Procede, en cambio, prestar atención a la evolución histórico-política global del mundo musulmán. Lo que ha configurado durante siglos esa evolución ha sido la sharía; un complejo mundo de prescripciones religiosas que se derivan del Corán y de la vida y hechos del Profeta, elaboradas decenas de años después y muchas de las cuales son absolutamente incompatibles con las exigencias del más mínimo orden democrático. El integrismo que reivindica el retorno a un califato islámico ideal que resolverá todos los problemas no es, en modo alguno, una criatura moderna.

En cualquier caso, es abismal la oposición entre la evolución que singulariza a Europa y la que caracteriza al islam. Resulta incuestionable que bajo el signo del islam no se ha producido jamás una clara separación de los ámbitos público y privado, que ya era familiar a los jurisconsultos romanos, y se acelera y clarifica desde el Renacimiento. Incluso en la Alta Edad Media europea, en los momentos de más indiscutida dominación del catolicismo, existía latente en todo momento la oposición entre el poder temporal y el poder espiritual, entre el Imperio y el Papado. Tampoco ha podido abrirse camino, en el ámbito del islam, la noción del ciudadano, siempre taponada por la oposición fieles-infieles, por la supervivencia de las estructuras tribales y de un arraigado apego al régimen patriarcal. Esa noción ya se apuntaba en el mundo grecolatino, y su actualización ha sido, sin duda, una de las principales aportaciones de la Revolución francesa. Obturadas esas vías, han sido imposibles el despliegue de un verdadero Estado nacional de corte político, con su obligado corolario de laicidad, de incorporación de la mujer al ejercicio de los deberes y derechos de la ciudadanía y la legitimación democrática del poder político, cuya semilla ya afloró entre nosotros en la vida de las polis griegas. Por último, el dominio de la noción de verdad absoluta de origen revelado, en formas excluyentes de la búsqueda de verdades más humildes, terrenales, ha dejado al mundo del islam al margen de las revoluciones científicas y técnicas que Europa ha hecho posibles en los últimos siglos.

Es claro que en España nos hemos rezagado en esos procesos. Razón de más para que alcancemos una claridad suficiente sobre los mismos, denunciando a todos los confusionistas que pretenden hacernos tragar el sapo de «la gran aportación de la cultura islámica».

Durante siglos, Europa se ha construido en lucha contra el islam, una lucha en la que los hispanos hemos derramado mares de sangre. La pervivencia de Europa se jugó a vida o muerte en Lepanto. Ciertamente, el combate tuvo lugar bajo los estandartes de la fe católica. Pero ese marco espiritual siempre albergó la posibilidad de reconexión con la herencia grecolatina originaria. Sólo a partir de ese marco sería posible, en otra fase, resituar la vivencia de las creencias religiosas en el plano de la subjetividad individual.

Desgraciadamente, todo esto no siempre ha estado claro entre nosotros. Tras la Guerra Civil, dos historiadores cruzaron sus tesis en sendas interpretaciones de la “esencia hispánica”: Claudio Sánchez Albornoz, defensor de una España europea, conectada con las grandes líneas de la cultura racional que diferencia a Europa, y Américo Castro, creador de la fábula de la “idílica convivencia de tres culturas”. Hoy, paradójicamente, cuando más se habla de Europa, nuevas hornadas de plumíferos se aprestan a perpetuar esa fábula, en defensa de “los valores humanistas del islam”.

 

Resentimiento de los históricamente vencidos

En su conjunto, el islam sufre una tendencia hacia una secularización similar a la que hace centenares de años se produjo en el Occidente cristiano. Esa tendencia no desaparecerá. Significa para los países islámicos lo que las células madre para las sociedades occidentales. Una vez inventadas, no hay marcha atrás. No obstante, el islam tradicional, si bien ha sido derrotado globalmente por Occidente, es capaz de oponer resistencias poderosas a la tendencia secularizadora, condenándola a abrirse camino penosamente, entre graves convulsiones. El resentimiento y la frustración son las consecuencias que se derivan del resquebrajamiento de esa forma de vida vencida.

Lo que caracteriza esencialmente al terrorismo islámico no puede entenderse sin referencia al islam: es el odio al pensamiento crítico, a la verdad racional y a la democracia. Pero ese odio se impregna hoy de impotencia, en la medida en que toda su capacidad operativa se la debe al mundo que pretende combatir. “Infiel” es la dinamita que usa y la tecnología audiovisual e informática en la que se publicita. “Infieles” son las metralletas y el ingrediente paramilitar de sus escenografías y la espectacularidad mediática. “Infiel” es su resentimiento político y antes que político, civilizatorio. “Infieles” son las universidades en las que se formaron algunos de sus primeros cerebros. “Infiel” –y completamente ilusorio– es el intento de volver a una inocencia prístina, a un paraíso perdido.

Decimos que la tendencia secularizadora ya no puede ser extirpada del mundo musulmán. Pero también podemos predecir que su victoria deberá superar tremendos obstáculos y que, en todo caso, se situará a larguísimo plazo.

En efecto, cabe preguntarse, a título de ejemplo: ¿qué tipo de democracia es actualmente posible en los países del próximo Oriente? Ninguno. El islamismo es una visión global de la vida, en la que no cabe la distinción entre religión y política. El islamismo aspira a configurar todos los aspectos de la vida social y su gran referente es el Estado musulmán instaurado por Mahoma en Medina. Es un simple contrasentido hablar de democracia musulmana. A lo que podemos asistir, en el mejor de los casos, es a regímenes coránicos que exhiban una tolerancia calculada hacia los creyentes de otras religiones, o hacia los no creyentes, a la espera de engullirlos.

La modernización de los países adeptos al islam será una tarea ardua y debemos ser plenamente conscientes que es tarea que tienen que resolver ellos y solamente ellos. La responsabilidad de Europa debería contraerse estrictamente a no hacerla aun más difícil.

 

La criminal política del yanqui-sionismo

Todo lo que va mal, puede empeorar. Y esto es lo que efectivamente está ocurriendo desde hace décadas bajo el liderazgo del imperialismo estadounidense: ante todo y sobre todo, apoyo incondicional al Estado sionista de Israel, constituido a partir del expolio del pueblo palestino; alianzas con los regímenes árabes más retrógrados y corruptos; ataque sistemático a todas las corrientes que han intentado una u otra forma de laicización; sostenimiento de las coagulaciones más letales del fundamentalismo islámico en la medida en que contribuían a la desarticulación territorial de la ex URSS y, finalmente, agresiones devastadoras en Oriente Medio, dictadas por el petróleo y la frenética instigación sionista, en nombre de un modelo de democracia que tiene como paradigmas el Estado de Israel, las jaulas de Guantánamo y las mazmorras sádicas de Bagdad.

No nos recatamos en afirmar que la intervención yanqui-sionista en Irak, jaleada por Aznar, ha eliminado uno de los pocos restos que quedaban en el mundo árabe del intento de instituir un régimen no confesional, que pretendió integrar una gran variedad de creencias y grupos étnicos en nombre del patriotismo nacional o pan-árabe. La ferocidad de Sadam Husein con los kurdos y chiíes se explica, en buena parte, por las gigantescas dificultades de un proyecto laico a la hora de aglutinar una explosiva diversidad de fracciones fundamentalistas fanáticas y conglomerados tribales.

Estas últimas agresiones han tenido como apoyatura “de fondo” diversas elucubraciones. Entre ellas destaca la que presenta al “choque de civilizaciones” entre Occidente y el islam como el conflicto central de nuestro tiempo, y se debe a Samuel T. Huntington, director de Estudios Estratégicos de la Universidad de Harvard. Se trata de una teoría completamente funcional a la defensa del Estado sionista.

También el judaísmo es una visión que engloba todos los aspectos de la vida, incluidos los sociales. El judaísmo no depende solamente de la fe, entendida como actitud subjetiva, sino también de la identificación con unos mitos fundacionales, con unas ceremonias grupales y con unas normas, cuyo fin esencial es preservar la cohesión de un grupo racial. Israel se ufana de ser “la única democracia de la región”. Es cierto que hay elecciones, control del ejecutivo y un debate intenso. Pero sólo entre quienes son judíos. Es un Estado que se califica como hebreo y quiere, ante todo, defender esta identidad. El no hebreo, aunque tenga la ciudadanía israelí (es el caso de muchos árabes de Galilea) es un ciudadano de segunda categoría. La naturaleza hebrea del Estado explica que mientras no hay forma de que se conceda la ciudadanía a un palestino que haya nacido y vivido siempre en Tel Aviv, por poner un ejemplo, a un judío argentino se le concede en cuanto la solicita, aunque jamás haya estado en aquella tierra.

 

El euro-masoquismo

Mientras USA y sus acólitos se lanzaban a “guerras preventivas” teorizadas en nombre de la lucha contra el terrorismo y del “conflicto de civilizaciones”, en Europa occidental proseguía tumultuosamente un curso de laissez faire en materia de inmigración, que ha permitido el acceso de oleadas de musulmanes, y finalmente se ha pretendido el ingreso de Turquía en la Unión Europea. Todo ello se conecta desde la izquierda con un ciego “multiculturalismo” que propicia la inhalación de los más letales gérmenes emanados de crisis del mundo islámico.

Durante años, los voceros de la izquierda han insistido en que el contacto con la sociedad europea de las masas de emigrantes musulmanes acabaría por repercutir en su forma de entender el islam, de modo que no podrían quedar inmunes ante el influjo de la mentalidad laica, lo que provocaría una “interpretación más abierta del islamismo” e incluso una “lectura crítica” del Corán. Contra esos pronósticos, el contacto más estrecho con Occidente ha provocado un movimiento de reivindicación de la identidad musulmana, con frecuentes expresiones radicales, que cristalizan en la proliferación de comunidades-gueto cada vez más impermeables a la acción del Estado.

En las modestas mezquitas de nuestro país se ven más jóvenes magrebíes que en las de Rabat. Vienen aquí buscando mejorar sus condiciones de vida, pero sin la menor intención de abandonar sus creencias religiosas ni sus costumbres. Y no sólo no tardan en percibir la desconfianza hacia su cultura, antagónica con la nuestra, sino que además constatan que constituimos hoy una sociedad sumida en una aguda crisis moral, que miran con creciente desprecio y altivez. Muchos de ellos coinciden, quizá sin saberlo, con los sermones de Ben Laden que apuntaban a España como el paraíso perdido: Al Andalus. Están maduros para recibir la catequesis fundamentalista.

Constatamos la confluencia de dos movimientos de descomposición: el del islam en su conjunto, en tanto que forma de vida, y el de la izquierda europea. Ésta encarna hoy el último y más encanallado avatar nihilista del liberalismo.

La izquierda de origen marxista, tras el fracaso de sus modelos, ha desembocado en el liberalismo político y económico, con el que desde sus inicios compartía postulados fundamentales: concepción antropológica individualista –en una versión “asociativa”– y economicismo. Y en el plano más profundo de los valores, su medular individualismo, una vez que han estallado los corsés colectivistas “científicos” que lo contenían, estalla incontenible y se empantana en una putrefacción relativista. No hay criterios de verdad, de juicio objetivo, que permitan valorar. Ésta es la raíz del “multiculturalismo”, que tiene consecuencias en diversos planos:

  • Todas las culturas son equivalentes, e incurre en nefando pecado de “etnocentrismo” quien lo niegue. Aquí, el ala más masoquista del “multiculturalismo” introduce una discrepancia: condena en bloque a nuestra cultura, por su “genocidio” de otras culturas, presentadas incluso como superiores.
  • Todas las culturas (o “identidades”) tienen igual derecho a la “diferencia” y “a vivir”, al margen de sus contenidos y de su capacidad para vivir. La conclusión es que hay que luchar por salvar a las culturas en declive del mismo modo que hay que preservar a la foca monje, hoy en peligro de extinción.
  • Finalmente, todas las culturas, reducidas por el paradigma liberal a la mera adición de conciencias individuales, pueden convivir armoniosamente. El mundo debería ser un pacífico parque zoológico de culturas. Todo ello legitima la existencia de “comunidades” radicalmente hostiles a los valores europeos en nuestras tierras. Y permite acusar a quienes pretenden defender esos valores de “crispadores de la convivencia”.

 

El gobierno de los tres abre la puerta al islam

El PSOE, tras ganar las elecciones manipulando las reacciones de pánico ante un atentado pretendidamente islamista, se ha dedicado a glosar unas “nuevas relaciones de amistad” con uno de los peores enemigos de España, Marruecos, en cuyo beneficio ha cambiado la política respecto del Sahara; ha postulado una “alianza de civilizaciones” con el islam; amplía las facilidades de la inmigración mahometana hacia nuestro país e impulsa una intensa oleada de islamofilia. El Santiago Matamoros ha sido arrumbado, por políticamente incorrecto, quedando en su lugar el Santiago de las peregrinaciones “multiculturales”. Según la actual ministra de Cultura, Cervantes no sufrió cautiverio en Argel, sino que permaneció en esa ciudad para familiarizarse con la cultura musulmana. Tiene razón Arturo Pérez-Reverte cuando ironiza: «Lo chachi sería crear una comisión de parlamentarios cultos –que nos sobran–, a fin de borrar cualquier detalle de nuestra arquitectura, iconografía, literatura o memoria que pueda herir alguna sensibilidad norteafricana, francesa, británica, italiana, turca, filipina, azteca, inca, flamenca, bizantina, sueva, vándala, alana, goda, romana, cartaginesa, griega o fenicia. A fin de cuentas sólo se trata de revisar treinta siglos de historia. Todo sea por no crispar y no herir. Por Dios. Después podemos besarnos todos; en la boca, encender los mecheritos e irnos juntos y solidarios, a tomar por saco».

Pero lo más indignante es que asistimos a una negación clara y simple de los mismos postulados de racionalidad que han permitido la eclosión de Europa. El sistemático embellecimiento de la cultura islámica pretende ocultar que jamás se ha producido en la historia avance alguno cuando se han impuesto las teocracias del signo que sean.

Hoy, la izquierda en su conjunto, después de ensalzar como progresistas unos nacionalismos internos de corte racista y archiburgués, asume la defensa de una de las “identidades” religiosas más ferozmente excluyentes y discriminatorias y se dispone a financiar con dinero público su enseñanza. Como ha sentenciado Javier Reverte, «no queda más remedio, ante lo incomprensible, que rebelarse en nombre del espíritu y volver a Grecia: mejor nos iría financiando los estudios clásicos».

En esa línea de islamofilia, Zapatero insiste en que debemos hablar de terrorismo internacional, y no de terrorismo islámico. Por nuestra parte, entendemos que hemos comenzado a sufrir un terrorismo que nace endógenamente de la ideología musulmana y desarrolla posibilidades que laten en ella, mientras hoy resulta completamente improbable, cuando no imposible, un terrorismo católico o un terrorismo budista. Bien entendido, el islámico no es el único terrorismo del momento actual. Está también el terrorismo del Estado judío y el terrorismo injertado de marxismo-leninismo (ETA). Y bien entendido, por otra parte, que no es el camino del terrorismo el que va a seguir el conjunto del islam.

 

Penetración islámica y políticas migratorias

La penetración islámica guarda relación con los procesos migratorios masivos, que registran una brutal aceleración a instigación del gobierno del PSOE. Si sumamos las consecuencias directas de sus “regularizaciones” al efecto llamada que suscitan y a las políticas de reagrupamiento familiar, cabe prever que antes del final de la presente década se hayan instalado en España unos cinco millones de inmigrantes nuevos. De ellos, un millón como mínimo serán marroquíes. En esta perspectiva, el PSOE ya ha comenzado a integrar musulmanes en sus organigramas regionales y ha propiciado la incrustación de la marroquí ATIME en la UGT. Todo ello de cara a la caza de millones de votos islámicos que le permitan eternizarse en el poder.

 

Orientaciones

No consideramos que el conflicto básico del periodo actual se establezca entre Occidente y el islam. La teoría del “choque de civilizaciones” abona los intentos del Estado de Israel y de lobby sionista norteamericano de arrastrar a todo Occidente hacia una cruzada aniquiladora de los Estados árabes de Oriente Medio, con el fin de allanar el camino hacia la creación del Gran Israel. A la vez, tal teoría, con las oportunas retorsiones, puede servir a los proyectos de “guerra santa contra los infieles” diseñados por los grupos terroristas islámicos. Los europeos en general y los españoles en particular tenemos problemas por resolver mucho más importantes que dejarnos arrastrar por cualquiera de los fanatismos de los descendientes de Sem, con sus delirios sangrientos incubados en los desiertos.

Situamos en el mismo nivel de hostilidad política al imperialismo norteamericano y al imperialismo que dirige Eurolandia. De modo más inmediatamente operativo, designa como blanco esencial de su lucha al régimen vigente en España, que nos subordina a ambos polos imperialistas y nos conduce a la desintegración nacional.

El mundo islámico no es, en general, nuestro enemigo. La República nacional española por la que luchamos podría establecer con ese mundo provechosos tratos y excelentes relaciones, sin inmiscuirse en momento alguno en sus evoluciones internas.

Pero tampoco creemos que el mundo islámico pueda ser un aliado de las fuerzas de renovación europea. No consideramos al islam una “fuerza anti-sistema”. Es un mundo medievalizante en crisis, que intenta trabajosamente transformarse. Cuenta con mil millones de adeptos, pero no constituye una fuerza unificada. Es una fuerza obsoleta y dispersa, en la que el odio entre vecinos es muchas veces mayor que el odio a las grandes potencias. En cuanto se refiere al integrismo musulmán armado, no nos cabe ninguna duda de que hoy y mañana, como hace un siglo y medio, los carlistas serán vencidos en todas partes por los liberales.

En cualquier caso, no deseamos la expansión de la religión islámica entre nosotros. Deseamos el advenimiento de una república democrática y laica, frente a la vigente monarquía pretendidamente aconfesional y, con mayor motivo, contra toda tendencia favorable al establecimiento de una teocracia mahometana.

Exigimos un riguroso control policial de la actividad que se realiza en las mezquitas (así como de los centros dependientes del clero católico separatista). Pero es consciente que la clave para afrontar estos problemas reside en el combate contra las vigentes políticas migratorias en general, y contra la islámica en particular.

La inmigración islámica no sólo constituye un arma del capital para la maximización de sus beneficios. No sólo descarga un impacto devastador sobre los servicios públicos relacionados con la enseñanza y la sanidad. No sólo plantea problemas de seguridad ciudadana. A diferencia de otros flujos migratorios, aglomera masas en modo alguno integrables en el proyecto de transformación nacional republicana y socialista que propugnamos para España. Promovemos una alternativa política laica. Pero laicidad no significa relativismo. Sería falsear completamente los datos plantear una relación de equivalencia o equidistancia entre el islam y la iglesia católica. Es islam está hoy a años luz de la evolución sufrida por el catolicismo a lo largo de su confrontación con el proceso de secularización europeo y de su adaptación a los valores democráticos, aparte de ser completamente ajeno a nuestras referencias fundamentales en la cultura grecolatina.

La penetración masiva de inmigración islámica supone aceptar la proliferación de enclaves encerrados en sí mismos, sometidos al designio indiscutido de los imanes, discriminatorios de la mujer y hostiles a cualquier evolución democrática de España. Finalmente, esa inmigración es caldo de cultivo de pavorosos estragos terroristas y el caballo de Troya de las asechanzas de un muy concreto enemigo de España, la monarquía de Marruecos.

El PSOE, es un “partido de Marruecos”, traidor a España. Está presentando como amigo de España a un régimen que hace treinta años ocupó el Sahara español; que desde entonces ha proclamado su ambición de anexionarse también Ceuta, Melilla y las Canarias; que hace muy poco invadió militarmente el islote de Perejil, con la total complicidad francesa, y que ahora, convertido en aliado militar preferente de los USA, sigue proclamando su voluntad de apoderarse del Sáhara occidental, “tranquilamente”; y ni por un segundo renuncia a sus pretensiones sobre Ceuta y Melilla; que sigue siendo, además, el principal padrino del tráfico de hachís y de la inmigración ilegal en el Estrecho.