Uno de los datos positivos del 27 de mayo ha sido la revelación del colosal descrédito en que se abisma la partitocracia de Cataluña en su totalidad, después del fiasco del Estatut y de las autonómicas.
El distanciamiento de los catalanes respecto de la oligarquía gobernante ya había quedado patente el 18 de junio de 2006, cuando los ciudadanos debían dar su visto bueno a la reforma del Estatut en referéndum. Sólo votó el 49,41% del censo y, aunque el "sí" venció por un amplio 73,9%, la baja participación empañó irremediablemente ese el resultado.
Unos meses después, el 1 de noviembre, se celebraron elecciones a
En continuidad con esas pobres cifras, los recientes comicios locales han registrado una abstención del 46,80%, cuando en los de 2003 había sido del 38,53%. Pero no ha habido solamente desapego, sino también beligerancia. El voto en blanco se ha elevado a las cotas más altas de España: ha sido la opción de casi 90.000 ciudadanos –un 3,10% del censo electoral–, cuando en 2003 fue del 1,71%. En Barcelona los votos en blanco han sido 67.000 (3,28%). En Gerona han representado el 2,96%, en Lérida el 2,88% y en Tarragona el 2,30%.
La abstención y el voto en blanco han castigado duramente al tripartito en el poder. El PSC ha perdido unos 70.000 sufragios respecto del 2003, pero en términos tanto absolutos como relativos este descenso es menor que el de ERC (80.000) e ICV (unos 77.000). La oposición no ha salido mejor librada. Aunque CiU no ha sufrido el descalabro integral que se anunciaba, cifra sus pérdidas en 67.000 votos y se queda sin algunos de sus principales feudos. El saldo del PP es de una catástrofe sin paliativos: no ha podido convencer a 77.000 de sus electores de la bondad de las carantoñas de Rajoy, Piqué y Jaime Matas hacia CiU.
Ciutadans ha obtenido 67.000 votos y 13 concejales en toda Cataluña. Tan pronto ha perdido el favor de algunos locutores de