Tras las elecciones autonómicas del pasado 1 de Noviembre, el escenario resultante en Cataluña sigue siendo, prácticamente, el mismo. Las castas políticas y las oligarquías de trincones de siempre seguirán representadas en el parlament. La situación de los españoles en el “oasis” continuará siendo asfixiante, perseguidos por la opresión social- separatista que le impondrá la censura lingüística, e incluso la coacción y la violencia física, tal y como se ha podido comprobar durante la campaña electoral. Seguirán agobiados por la oleada migratoria y golpeados por las medidas socio-económicas que promocionan las políticas neo-liberales del PSOE.
Al Partido Nacional Republicano le importa bien poco quien gobierne actualmente en Cataluña. Su parlamento autonómico es un nido de separatistas que se ha erigido en soberano al proclamar la nación catalana en el Estatut. Es una pieza más del engranaje de la monarquía “plurinacional” sobre la que ejerce su reinado Juan Carlos I, como reina madre de la Commonwealth de “naciones” y “realidades nacionales” con las que están pulverizando a España.
Todo ello no obsta a que el Partido Nacional Republicano considere los resultados electorales. Por un lado, la bajísima participación –un 56,77 %– y el incremento del voto en blanco hasta el 2,03 % –nuestra consigna para estas elecciones fue, precisamente, la que se ha expresado en esos 60.000 votos–. Por el otro, la frustración de los planes de Moncloa de formar un gobierno socio-convergente. Así, Zapatero ansiaba refrendar su Estatuto auspiciando un pacto entre el PSC y CIU con Mas de presidente de la Generalitat y Montilla de segundo. Después de todo, el líder de CIU se había avenido a desbloquear la negociación del Estatut, pieza esencial para la estrategia disgregadora de quien preside el gobierno de los trenes. Asimismo, permitiría proyectar ese modelo como horizonte del País Vasco, con un gobierno de coalición PSE-PNV. El PSOE necesita ofrecer una imagen de “normalidad” estableciendo pactos de gobierno con el “nacionalismo democrático”, una vez superada la etapa de componendas con el “nacionalismo radical”. Los excesos de Carod Rovira, sólo han traído mala prensa y quebraderos de cabeza. Era el momento del relevo. Después de defenestrar a Maragall y colocar en su lugar al aparatchik Montilla, servía en bandeja de plata la presidencia de la Generalitat al sucesor frustrado de Pujol, Artur Mas. Sin embargo, el cordobés que debía ceñirse al papel escrito por Moncloa, se ha salido del guión en el último momento. Desea hacer historia siendo el primer charnego agradecido que presida la Generalitat, algo así como si en Estados Unidos aconteciese que un afro-americano pudiera alcanzar la Casablanca. No se han hecho de esperar las reacciones del ku-klux-klan catalán, con manifestaciones de los “moderados” convergentes y unionistas protestando por las calles porque el palacio de Sant Jordi sea ocupado por un “español”. Pero lo que realmente refleja esta situación es que si el régimen juancarlista está evolucionando hacia fórmulas confederales, los partidos que lo sostienen y sus tentáculos regionales también. El PSC no es un mero trasunto del PSOE, sino una entidad autónoma con personalidad propia e independiente. Con otros ritmos, el PP evoluciona hacia la misma situación.
Con socio-convergencia, tripartito, PPC o Ciutadans, PP o PSOE, Cataluña será lo mismo: un cortijo en manos de los caciques separatistas. Parece que, poco a poco, los españoles de Cataluña empiezan a darse cuenta de ello.