De la misma manera que para un periodista noticia no es que el perro muerda a un niño, sino sólo lo contrario, que Macron haya logrado ocupar el Elíseo acunado por todos no es una novedad si se compara con el espectacular ascenso del denostado y estigmatizado Frente Nacional (FN). La vieja formación remozada por su líder, Marine Le Pen, además de superar la primera vuelta batiendo a todos los partidos tradicionales con el 21% de los votos, en la segunda, ha cosechado cerca del 35% de los sufragios.
El júbilo del stablishment liberal capitalista francés, de Eurolandia y Berlín por la victoria de su bisoño candidato no puede acallar que, pese a agitar el espantajo del fascismo y tratar de erigir un "Frente republicano"(que ha saltado por los aires a la primera de cambio) de todos contra Le Pen, se haya producido un hecho incontrovertible: 10,6 millones de franceses han votado a favor de un programa de recuperación de buena parte de las funciones soberanas del estado-nación actualmente cedidas a entidades supranacionales y los mercados que, entre otros puntos, ha propugnado la denuncia de los acuerdos librecambistas, el control de los flujos migratorios, la salida de Francia de la UE, el Euro, del mando integrado de la OTAN y la re orientación estratégica del país al servicio de un orden internacional multipolar.
Con Macron, Francia se adentrará en más de lo mismo que con sus predecesores inmediatos: formar parte del "corazón de Europa" para satisfacción de Berlín que con regocijo asiste durante las últimas décadas a la inexorable decadencia industrial, tecnológica y económica de su vecino. La Grandeur francesa se limitará, como hasta ahora, a palidecer bajo la coordinación de USA y a perseguir aventuras neocoloniales en África y Oriente Medio. Y mientras los chicos del Euronext de París celebran sus resultados financieros, las deslocalizaciones y las medidas liberalizadoras seguirán dejando franceses en la cuneta, y las políticas migratorias degradando sus barriadas. Sin duda, un magnífico caldo de cultivo para que se consolide el auge del FN.
Francia, desde la Revolución de 1789, ha estado en la vanguardia ideológica y de los movimientos políticos: desde el nacionalismo político a las primeras formulaciones del socialismo, pasando por el anarquismo, el sindicalismo revolucionario, el protofascismo o la adopción de la contracultura norteamericana con el movimiento de Mayo del 68. La propia conformación del clásico espectro izquierda-derecha, nació allí. ¿Acaso es posible afirmar que Le Pen con su comparecencia, tras conocer su derrota en las presidenciales, ha constatado la conformación de una nueva geometría política? ¿La escisión, como declaró, entre "patriotas y mundialistas"?
Lo cierto es que el insustancial y falaz continuum izquierda-derecha característico de la clasificación ideológico-política que opera en los regímenes demo-liberales en los que se organiza el sistema liberal-capitalista, sustentado hasta la fecha por los partidos de masas tradicionales, ha sido arrumbado, no sólo en Francia, sino en buena parte de los recientes comicios celebrados a lo largo y ancho de Europa. El propio Macron, en las coordenadas del socio-liberalismo ha abjurado del viejo etiquetado y se ha auto definido ( al igual que Le Pen y Mélenchon) como "ni de izquierdas ni derechas", pilotando una formación nueva creada ad hoc para las presidenciales y a cuyo servicio ya se ha prestado el socialista a la fuga Valls.
El declive de los grandes partidos resulta especialmente visible en la debacle sufrida por la socialdemocracia: previamente de Grecia a España, Holanda, salvando las distancias USA, y ahora en Francia, todos estos partidos han sufrido retrocesos electorales irrecuperables. A ello se suma el trasvase de votos desde sus caladeros habituales, alterando la correlación entre estrato social y predeterminación en el voto: barriadas obreras, rentas bajas y jóvenes sin oportunidades han votado de forma significativa al FN.
El Brexit y la aparición generalizada de partidos populistas de diverso pelaje en el Viejo Continente ha puesto de relieve que la centralidad en el escenario político compartido por la mayoría de las convocatorias electorales recientes ha sido ocupada por la dicotomía entre soberanía e inmigracionismo (incluida la amenaza latente de la islamización demográfica de las sociedades europeas)
En este mismo ámbito de polarización se inscriben los discursos que oponen la élites cosmopolitas de la globalización y las finanzas al pueblo y sectores populares locales perjudicados con sus políticas neoliberales.
Saludable es la revalorización de la idea de estado-nación, pueblo y soberanía asociada al descrédito de la panacea capitalista y a la desafección hacia sus entidades supranacionales, la identificación de amenazas existenciales incompatibles con nuestra cultura política democrática y racional, como es el caso de la inmigración masiva de islam, así como la conformación de una nueva geometría política sobre esa base.
En cualquier caso, el populismo no es una alternativa al capitalismo, sino mero reformismo, aunque se quiera radical, que no pretende tomar el poder ni alterar las estructuras de dominio social a las que este sirve, sino sólo gobernar. No puede articularse un auténtico programa soberanista y rupturista ni resolverse la "escisión entre patriotas y mundialistas" sin aspirar a tomar el poder completamente. Sin un cuestionamiento acerado e implacable del sistema capitalista como modo de global de vida y sin desvincular a las masas del electoralismo y el parlamentarismo como forma de acción política, esto resulta imposible.
A la reestructuración forzada del orden liberal internacional con la emergencia de un incipiente orden multipolar, corresponde una reorganización político-ideológica de sus regímenes que no significa, necesariamente, su convulsión, sino el remplazo de sus viejos partidos, discursos y disyuntivas por nuevas formaciones y ejes actualizados. Todo ello en paralelo a la evolución de un nuevo paradigma del capitalismo surgido de la Gran Recesión.
Desconocemos si Marine Le Pen después de la derrota resistirá a las críticas de sectores de su partido que reclaman retornar al antiguo formato heredado de su padre del populismo anti migratorio e identitario prescindiendo de los elementos, a su juicio, más estridentes por su carácter rupturista, como es el caso del abandono de la UE y el Euro, o por sí misma revisará su estrategia y modulará todo su discurso en una suerte de neo-gaullismo y reformismo económico-social convalidable como opción de gobierno bajo la V República. Con todo, cabe preguntarse si consecuentemente con la línea que le ha llevado a la segunda vuelta de las presidenciales será capaz de profundizar verdaderamente en una nueva geometría política. Quizá, las legislativas de junio permitan clarificar algo.