El fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán triunfaron merced a la combinación de nacionalismo y propuesta de una revolución social. Y aunque entablaron sangrientos choques callejeros con las organizaciones social-comunistas, se vanagloriaron de haber llegado finalmente al poder por la vía electoral-parlamentaria.
El 23 de marzo de 1919 tenía lugar en la milanesa plaza San Sepolcro la asamblea fundacional de los Fascios Italianos de Combate, en torno a un programa que todavía hoy sería situado, según las clasificaciones convencionales, en la extrema izquierda. Según lo que «Il Popolo d'Italia» publicó los días siguientes en varias oportunidades, en ese programa se incluían, entre otros, los siguientes puntos:
- Proclamación de la República Italiana.
- Soberanía del pueblo, ejercida por el sufragio universal; voto de las mujeres; garantías de iniciativa popular, de referéndum y de veto.
- Eliminación de la burocracia irresponsable y reorganización de los órganos administrativos estatales.
- Abolición del Senado.
- Abolición de la policía política y formación de una guardia comunal y nacional.
- Justicia electiva, independiente del poder ejecutivo.
- Abolición de todos los títulos de casta, de nobleza y de toda orden caballeresca.
- Libertad de opinión, de conciencia, de religión, de asociación, de prensa, de propaganda y de agitación, tanto individual como colectiva.
- Supresión de las sociedades anónimas y financieras.
- Suspensión de toda especie de especulación, de los bancos y las bolsas.
- Censo y tasación de las riquezas privadas.
- Confiscación de las rentas improductivas.
- Prohibición del trabajo antes de los 16 años.
- Jornada de trabajo de 8 horas.
- Confiscación de los beneficios de guerra; proscripción de los parásitos que no son útiles a la sociedad; impuesto sobre la herencia; confiscación de los bienes eclesiásticos para entregarlos a instituciones de asistencia social.
- Reorganización de la producción sobre bases cooperativas y participación de los trabajadores en las utilidades.
- La tierra para los campesinos, con cultivos asociados.
- Otorgamiento de la administración de las industrias, los transportes y los servicios públicos a los sindicatos de técnicos y trabajadores.
- Abolición de la diplomacia secreta.
- Política exterior basada en la solidaridad de los pueblos y su independencia en el seno de una Federación de Estados.
En 1922 el fascismo llegaba al gobierno de Italia por la senda electoral. Pero en modo alguno lo hacía sobre la base del programa de San Sepolcro, sino previo su completo abandono. Mussolini alcanzó el poder tras arrinconar al sector radical del “fascismo primitivo”, integrado por antiguos socialistas y sindicalistas radicalizados; reconocer los beneficios de la economía liberal; pactar con la Confindustria, los grandes terratenientes y el Vaticano; mantener a la monarquía como forma de Estado e incluso introducir a exponentes de la aristocracia en el Gran Consejo del Fascismo. La revolución social del fascismo se resumió en un “Estado Corporativo” que pretendía “armonizar al capital y al trabajo” de acuerdo con un modelo más próximo a algunas doctrinas sociales de la Iglesia que a los planes de los “sindicalistas revolucionarios” que, en San Sepolcro, pretendían el control de la producción por las organizaciones de trabajadores.
Hitler aprendió de la experiencia italiana. Tras fracasar en un intento de putsch, proclamó: «el camino del poder lo marca la ley». En esta línea se sitúa el siguiente texto de Joseph Goebbels:
«Somos un partido anti-parlamentario que rechaza por buenas razones la constitución de Weimar y sus instituciones republicanas. Nos oponemos a una falsa democracia que trata por igual al inteligente y al absurdo, al laborioso y al perezoso. Vemos en el actual sistema de mayorías y en la irresponsabilidad organizada la causa principal de nuestras miserias constantemente en aumento. ¿Entonces por qué deseamos estar en el Reichstag?
Entramos en el Reichstag para armarnos con las armas de la democracia. Si la democracia es tan estúpida como para proporcionarnos pases ferroviarios gratis y sueldos, ése es su problema, no el nuestro. Nos parece muy bien cualquier medida que propicie la revolución.
Si tenemos éxito en conseguir que sesenta o setenta de los activistas y de los organizadores de nuestro partido sean elegidos a los varios parlamentos, el Estado mismo financiará nuestra organización de combate. Esto es lo suficientemente divertido y entretenido como para que merezca intentarse. ¿Nos corromperemos apuntándonos al parlamento? No necesariamente. ¿Creéis que una vez que irrumpamos en la reunión de los ilustres parlamentarios invitaremos a una tostada a Philipp Scheidemann? ¿Nos creéis revolucionarios tan desgraciados que teméis que las gruesas alfombras rojas y los excelentes pasillos tapizados hagan que nos olvidemos de nuestra misión histórica?». (1)
En 1933, tras un significativo ascenso electoral, Hitler se erigía en canciller del Reich. Pero sólo después de haber depurado al ala de los hermanos Strasser del partido, favorable a un amplio programa de nacionalizaciones, de reemplazar a la Wehrmacht por un ejército político basado en las SA y del entendimiento con la URSS para concentrar la lucha contra el imperialismo anglosajón. Sólo después de suprimir del programa del partido el punto relativo a la nacionalización de los trusts y de pactar con los magnates de la gran industria pesada (los Krupp y los Von Thyssen) y con la oligarquía militar prusiana, a la que ofrendaría la ejecución de la plana mayor de las SA en la noche de los cuchillos largos. Y a la que confirmaría que los destinos de Alemania seguían incluyendo la marcha hacia el Este.
¿El camino del poder lo marca la ley? La ley refleja el contenido del poder. En este caso, los resultados fueron la conservación de las relaciones sociales capitalistas y de la mayor parte del aparato de Estado existente, la sustitución de su superestructura pluralista liberal por un partido único de Estado bajo dirección carismática, la absorción por el Estado de los órganos laborales y, en general, el encorsetamiento burocrático de la sociedad civil burguesa, en un intento desesperado de impedir la explosión de sus contradicciones. En cuanto a la política económica, la misma que Roosevelt en EE.UU: grandes obras públicas y economía de guerra.
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Notas
(1) «¿Por qué deseamos alcanzar el Reichstag?» Texto de Joseph Goebbels, Der Angriff. Aufsätze aus der Kampfzeit (Munich, Zentralverlag der NSDAP, 1935).